«Después de todo, en esta tierra no hay nada que pueda permanecer oculto».
Bruges, Bélgica
Mathis
Estoy de pie frente a la ventana observando hacia la casa de al lado mientras mi mente procesa la información que Anouk me acaba de dar sobre la pequeña Lene: su mirada, la forma en que se aferra a mí como si me conociera de toda la vida. Los sueños. Las palabras de Anouk sobre el trasplante. Todo encaja, y la verdad, como un golpe directo al pecho, me deja sin aire. ¿Es posible? ¿El corazón que late en Lena… podría ser el de mi hijo?
La idea es devastadora y reconfortante al mismo tiempo, una paradoja que me desarma. Mi mente se inunda de imágenes de él, con su carita sonriente y sus ojos brillantes mientras me llamaba papá. La necesidad de respuestas crece en mi interior como una tormenta imparable. Necesito saberlo. Tengo que saberlo.
Rebusco entre los cajones de la oficina. Los papeles se apilan sin orden: facturas viejas, cartas que nunca envié, documentos de seguros. Pero nada. No hay registro de donaciones, ni una palabra sobre lo que ocurrió después de ese maldito accidente. Aprieto los puños, conteniendo la ira y la frustración.
—Esto no puede ser todo —murmuro entre dientes, lanzando un montón de papeles al suelo.
Finalmente, encuentro una carpeta que parece más oficial. Abro con manos temblorosas y ahí está: un informe del hospital. Pero no dice nada específico sobre mi hijo más allá de la causa de muerte: traumatismo craneoencefálico severo. No hay mención de donación de órganos, ninguna pista que confirme o niegue mis sospechas.
El aire se siente pesado, casi irrespirable. Decido tomar el camino más directo.
Llego al hospital con la determinación de un hombre al borde del abismo. Paso por recepción, ignorando las miradas curiosas de los pacientes.
—Quiero hablar con el médico que trató a mi familia, con el doctor Maes. Ahora —exijo con voz dura.
La recepcionista me mira con incomodidad.
—Señor, no entiendo queque está molesto, pero la información médica es confidencial. Necesitará autorización o una orden judicial para acceder a…
—No quiero registros —La interrumpo—. Solo quiero hablar con él. No me voy a ir hasta que lo haga.”
Ella se excusa un momento y regresa con un guardia de seguridad, pero no me importa. Mi voz se eleva, resonando en el pasillo.
—¡Solo quiero respuestas! ¡Mi familia merece eso! —Mis gritos solo avivan los esfuerzos del guardia para sacarme de la recepción.
No lucho contra él porque no ganaré, así que me dejo llevar a pesar de la ira por el trato que me están dando. Por lo tanto, me quedo afuera del hospital mientras espero. Mis manos están enterradas en los bolsillos de mi chaqueta, y mis pensamientos son un caos. Cuando veo al médico saliendo por la puerta lateral, lo sigo.
—¡Doctor! —Lo llamo, y él se gira, confuso. Me acerco a pasos apresurado, dejando entrever mi desesperación—. ¿Usted trató a mi esposa y a mi hijo después del accidente hace tres años? — pregunto para confirmar, mi voz al borde de quebrarse.
El médico parece cansado, como si llevara el peso de demasiadas historias dolorosas.
—Señor… lo siento mucho, pero no puedo hablar de esto sin el permiso adecuado.
—Por favor —suplico con mi voz rota—. Ellos eran mi vida. Solo quiero saber qué pasó con mi hijo. Necesito entenderlo.
El médico me observa con detenimiento, como si evaluara mi sinceridad. Finalmente, suspira profundo y asiente.
—Su hijo llegó con muerte cerebral —comienza y cada palabra es como un cuchillo en mi pecho, pero no lo interrumpo—. Su esposa había firmado como donante de órganos tanto para ella como para su hijo. Fue una decisión que ella tomó en vida, y cuando se nos presentó la oportunidad de salvar a otros, seguimos su voluntad.
—¿Qué órganos? —Mi voz apenas es un susurro.
—Todos los viables. El corazón fue uno de ellos —dice el médico con suavidad, y siento que el mundo se derrumba bajo mis pies.
—¿Quién lo recibió?
—No puedo darle esa información porque no la tengo —responde—. Pero lo que puedo decirle es que su hijo salvó varias vidas ese día.
Mis piernas tiemblan, y tengo que apoyarme en la pared para no caer. ¿Cómo puede ser que una verdad tan devastadora me haya sido ocultada? Mi hijo murió para darle vida a otros. ¿De qué manera eso es justo?
Me subo a mi auto y conduzco de regreso a casa, lo hago a tanta velocidad que no demoro en llegar. Me bajo del vehículo con prisa mientras siento que el aire frío de la noche golpea mi rostro de camino hacia la casa de Anouk. No puedo contenerlo más. Mi mente sigue repitiendo las palabras del médico, las imágenes de los informes, las decisiones que se tomaron sin mi consentimiento. El corazón de mi hijo late en el pecho de Lena. Cada paso que doy hacia su puerta está cargado de rabia y desesperación.
Llamo con tanta fuerza que casi rompe la madera bajo mis nudillos. No me importa la hora, ni lo que ella pueda pensar. Necesito respuestas.
La puerta se abre lentamente, y ahí está Anouk, con el rostro sorprendido y el ceño fruncido.
—¿Mathis? ¿Qué pasa? ¿Qué está mal?