- ¡Ya está listo el pastel! -avisó Kim SeokJin al verlos entrar a la cocina.
- Jin déjala ya... El pastel seguirá ahí, y debo llevarla a su cuarto.
- ¿Va a ocupar el de Rose?
- Si, ahora es de ella.
- ¿Porqué se fue Rose? -aprovechó para preguntar Milena.
- No sabemos...
- ¿Quién querría irse voluntariamente de Aquí? -volvió a preguntar, pero no vió la sonrisa maliciosa que SeokJin y Hoseok intercambiaron entre ellos.
Tras tardar unos minutos en instalar sus pocos efectos personales y en refrescarse usando el baño que SeokJin había sido tan amable de prestarle. Milena se presentó en la cocina,vestida con el nuevo delantal celeste que había encontrado sobre su cama, sintiéndose preparada para enfrentar cualquier cosa, como si súbitamente tuviese un enorme poder y una destreza inusual y desconocida. Escuchó las instrucciones que le daba Hoseok mientras por fin saboreaba en delicioso pastel de moras, y todas las tareas dictadas le parecieron posibles, incluso desempolvar los miles de rincones perdidos en las piedras del Castillo.
Así pasaron los días, trabajando y trabajando y comiendo los manjares que SeokJin cocinaba, y conversando con el en las noches junto a una taza de té bien cargado, antes de sumirse en sueños profundos. Milena sentía una enorme curiosidad, por la personalidad y temperamento del Marqués, por lo que cada vez que debía limpiar su biblioteca o su cuarto, se quedaba fija en cada detalle que veía, no tenía una sola fotografía, solo pinturas, como si se alimentase de puro pasado y el presente no le significara nada. Su imaginación era fértil y se preguntaba si alguna vez el marqués de habría enamorado, y trataba de imaginar cómo sería este hombre al volverse sencible.
Las verdad es que las relaciones sociales, no entraban en las preocupaciones del marqués, que ni amigos tenía, aparte de la blanca mascota que alojaba. Como buen hombre aislado y desconfiado, prefería entregar su afecto a un animal antes que a un humano, sintiendo que en los primeros no había espacio para la traición. La única persona a la que había amado, era su padre, su ídolo, de quién aprendió todo lo que sabía. Y su obligación era pasar la tradición familiar de generación en generación. Hacer collares fue y sería la única actividad de los Kim. Si el marqués se inquietaba por no ser aún padre y por no tener a quien traspasarle su oficio, nadie lo sabía.
Los collares poblaban muchas habitaciones del castillo, parecían estar por todos lados. La única semejanza entre ellos era el material del cual estaban hechos: el cristal. De cada uno colgaba una etiqueta con ciertos datos, que Milena no debía leer. En realidad, los collares mismos estaban prohibidos para Milena y como no podía ni tocarlos, los admiraba a distancia, pero no ejercían sobre ella la fascinación que desataba en otros. Solo Hoseok estaba autorizado para limpiarlos y ello sucedía muy de tanto en tanto. Pero había un dato muy importante que ella ignoraba: los collares eran mágicos. Estaban hechos de miedo puro. La tarea del Marqués consistía en descubrir, mediante las investigaciones que encargaba a sus sirvientes, los miedos ocultos de las personas y atravez de complicados procesos de alquimia cristalizaba estos miedos, convirtiéndolos en collares y apoderándose así de la voluntad de los súbditos. Dicho en simple: después de averiguar el miedo, el Marqués simulaba con conjuros las pesadillas del afectado y el sentimiento del susto, era tal que el podía concentrarlo, capturando su escencia en forma de Cristal.
La fantasía de cada uno de los de su familia había sido acomular tal cantidad de collares, que los convirtiera no solo en los amos del pueblo, de la comarca y del país sino a la larga en los dueños del mundo. Pero ninguno tuvo tiempo de hacerlo: cada collar llevaba una larga temporada de confección. Ni con 10 vidas lo habrían logrado.
Historia original:
El Cristal Del Miedo (Marcela Serrano)
Primera edición: 2002