Prólogo

Pasé semanas enteras trabajando el doble de lo normal en la empresa familiar, porque quería tener bastante tiempo para preparar mi propuesta de matrimonio. A ese punto, me convencí de que era el momento ideal, para avanzar en la escalera de la vida personal y amorosa. Sin embargo, nunca percibí cuán dañada se veía nuestra relación a ojos de terceros. 

Para mí, no importaba la cantidad de veces que rompiéramos o que me dejara, sabía que Natalie regresaría a mis brazos tarde o temprano. 

Esa vez sería lo contrario pese a que esperé y esperé mucho por ella. 

Estuve emocionado, lo suficiente como para estar flotando cuando el día llegó y mi propuesta inició. Era tanto mi convencimiento por saber que aceptaría, que la brutal realidad me abofeteó. Pensé que quizás mis flores, la reserva, el anillo o algo exterior no le gustó, pero fue muy tarde para despertar cuando Natalie me estampó el ramo en la cara y tiró el anillo, gritando tal cual despiadada:

—¡No! ¡No quiero casarme contigo! ¡Ni ahora ni nunca, Alonso Clayton! —y dicho eso, me abandonó, ignorando las fotos que me tomaron, donde quedé como payaso; arrodillado y con los brazos extendidos mientras sostenía persistentemente la caja de terciopelo vacía. 

No lloré, porque creí que se trataba de un berrinche suyo. 

Sonreí forzadamente y regresé a nuestro departamento como si no hubiese pasado nada. Mi mente quedó en blanco, los recuerdos me inundaron y en un instante, mi hogar se sintió tan solitario que me abrumó. Esa noche no dormí, esperando hasta tarde a que regresara a casa. 

Al día siguiente, volví a esperar por ella y al siguiente, el siguiente del siguiente, y así continuamente, confiando en que mi amor la haría venir por mí y aceptar mi propuesta. Duré días enteros, sentado en nuestra cama al mismo tiempo que la paciencia se me agotaba. Incluso, me imaginé separando el salón de bodas, eligiendo el banquete, el diseño de invitaciones, pero…

Natalie no volvió.