El destino que nos unió

01: Azares del destino

Tres años antes. 

Estados Unidos, 2014.

Ante situaciones de riesgo o desconcierto, la gente tendía a sobrecargarse emocionalmente y reaccionar en base a sus impulsos. Sin embargo, se daban otros casos como los de Adeline, un tanto particulares. La joven aún no se convencía que su relación de cuatro años se hubiese roto al encontrar a su ex novio como animal en celo junto a otra fémina. Había salido temprano del trabajo para darle una sorpresa por su aniversario aunque la sorprendida fue ella al ingresar al departamento que rentaba y verlos a ambos revolcarse en las sábanas de su cama.

—Eran nuevas y de marca. —se lamentó, recordando que ese dúo puerco estrenó un cubrecama que le pertenecía, habiéndolo comprado ayer. ¡Qué mala suerte!

Rememorar la escena le chocó tanto que no supo cómo actuar por lo que optó por escaparse de ahí, ignorando las súplicas de su antigua pareja que al hallarse descubierto, se desligó de la amante y corrió a detenerla. En un principio, eligió disculparse y casi al final, le echó la culpa, argumentando que por el trabajo lo había descuidado. ¡Trabajaba para mantenerlo! Fue una ilusa, se dijo, experimentando cómo su dolor quemaba por el trago que se deslizaba en su garganta. No entendía bien si quería llorar o reír para desahogarse o si había tenido un fuerte cuadro emocional. Se carcajeó como lunática, decidiendo confinarse en un bar y exteriorizar su cólera para que ningún norteamericano se le acercara.

Ver a una mujer encabronada servía como repelente. 

Su momento de autorreflexión y emociones desatadas alcanzó su límite cuando un grupo de hombres ingresaron al establecimiento, apoderándose de la barra que quedaba al otro lado de donde se ubicaba. No evitó dirigir su mirada hacia allá, topándose con una gran vista panorámica por la cantidad inhumana de músculos y pectorales. Aún así, no se inmutó:

—Son muy ruidosos. —susurró desolada, teniendo el rostro ladeado sobre la mesa, interpretando a una verdadera borracha en cuanto los hombres comenzaron a cantar y gritar:

—¡Bien, soldados, bebamos con moderación, pero disfrutemos tanto como podamos que puede ser la última noche! —celebraron como si fueran a partir a una guerra continental. 

Entre ese grupo, hubo varios hombres que le proporcionaron una ojeada y que como consecuencia, la desviaron al verla botar corajes y poner cara de perro con rabia. Era bien conocido, que los militares que salían de sus bases, frecuentaban sitios como este para una sola cosa cuando tenían misiones riesgosas al día próximo, eso lo tenía aprendido como ley, porque su hermano mayor la instruyó para espantarlos. Aún así, era la primera vez que se animaba a venir. No tenía la mínima idea de dónde estaba. Solo, corrió sin mirar atrás y por azares del destino, se metió para pegarse una borrachera. 

—¿Por qué no pueden ir a anunciar que se morirán en otro lado? —gruñó fastidiada, sintiendo que sus sentimientos se encontraban como la pelea entre senadores y diputados en el Congreso. Por hoy, no necesitaba más emociones, se convenció, ladeando su rostro al lado opuesto. Sin embargo, ni siquiera su ruptura la privó de escuchar las conversaciones y cómo comenzaron una red de murmuraciones en torno a esos soldados. 

Adeleine prefirió ignorarlos, prestando atención a ciertas cosas interesantes hasta que las primeras lágrimas brotaron de sus ojos, atravesando etapas como si se tratara de una montaña rusa. Hubo un instante en que sumergirse tanto en encontrar una razón para el engaño de su ex, la cansó y terminó por dormirse, bajando la guardia. Probablemente, alguien hubiese intentado algo con ella al estar tan vulnerable e indefensa. No obstante, Adeleine se levantó de golpe en cuanto escuchó a una camarera gritar:

—¡Alguien que sea doctor o enfermera! ¡Está brotando mucha sangre! ¡Qué alguien ayude! —se desesperó, brotando lágrimas como si fuese la perjudicada. A su costado, había un moreno alto y sudoroso que apretaba las heridas del otro hombre con ahínco para que no se desangrara más. Aquellos cortes residían en la frente y el brazo izquierdo. 

Se trataba del grupo de soldados. 

Mientras el moreno algo alcoholizado auxiliaba a la víctima, los otros compañeros sostenían al que le infringió dichas dolencias. Vaya, en el tiempo que se durmió, se perdió bastante. Había surgido una pelea interna entre el hombre ensangrentado y el agresor que lo hirió con una botella rota, resultando también perjudicado el moreno que se metió por defender a la víctima. Se desconocía el motivo de la disputa, solo que la víctima repetía una y otra vez:

—No llamen a nadie, están atrayendo demasiado la atención. —rogó a medias, siendo azotado por el interés desmesurado de los clientes. No obstante, Adeleine fue capaz de identificar la verdadera razón. Para alguien que creció en un ambiente estilo militar, conocía que meterse en problemas y resultar herido, significaba un gran castigo para los soldados. 

—¡Alguien que llame a una ambulancia! —vociferó la misma camarera, irrespetando los deseos del afectado. —¡Un doctor, enfermera o lo que sea, por favor! —persisitió ansiosa por el accidente ocurrido en su horario de trabajo. De repente, el dañado apartó al moreno y anunció solemne:

—¡No llamen a ninguna ambulancia, estoy bien! —declaró enfadado, siendo un completo desquiciado al rechazar cualquier ayuda aún cuando la necesitaba. En ese instante, Adeleine no supo si admirar su fortaleza como soldado o tildarlo de insano por su imprudencia.




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