El destino que nos unió

02: Hoy no podrás trabajar

Tiempo actual.

Canadá, Ucluelet, Columbia Británica.  

Jueves 08 de enero, 2017.

Rememorar el pasado, le resultaba agridulce a Adeline. Desde la noche en que concibió a su pequeño, le llovieron los obstáculos que a fuerza tuvo que superar. No obstante, no se arrepentía de haber creado a ese mini humano que con su llegada, no solo coloreó su vida, sino también de las personas que la rodeaban. ¿Quién iba a pensar que su noche de despecho acarrearía un embarazo? Es más, los síntomas no se presentaron hasta el quinto mes que la azotaron por la brutal intensidad. Así, nueve meses más tarde conoció al verdadero amor de su vida, la razón por la que debía trabajar más para proporcionarle lo mejor. 

En ese instante, Adeleine metió lo necesario en su bolso, apresurándose para partir a la casa de su paciente para conocerlo mientras su criatura descansaba. A decir verdad, se le rompería el corazón dejarlo si se llegaba a despertar. Por eso, prefería no despedirse.  

—¿Estás segura que no quieres que te acompañe? —se ofreció, Mitzy, apareciendo con un semblante angustiado después de haber ido a verificar que el niño seguía durmiendo. Aquella mujer que la siguió desde Estados Unidos, se convirtió en mucho más que una niñera recomendada por su hermano. 

Adeleine dibujó una sonrisa, corriendo a abrazarla. 

—No deberías temer por mi seguridad. —comentó alegre. Asimismo, le mostró la navaja que cargaba por cuestiones de seguridad. Eso provocó el suspiro de Mitzy. —Todavía no hemos desempacado nuestras pertenencias, así que te lo encargo. Adiós. —se deshizo de la responsabilidad, luciendo juguetona. A continuación, se escapó, ocultando la misma extrañeza que compartía con Mitzy por su futuro paciente.

Si era honesta, entendía por qué estaba inquieta, incluso a ella no le terminaba de convencer el trabajo, pero el salario era el doble de lo que ganaba usualmente. Por el dinero, era capaz de hacer bastante excepciones. En dicho contexto, buscando despejar su mente, emprendió camino hacia la casa señalada por la mujer que la contrató vía internet. No sabía si era bastante suertuda o muy ingenua. 

La fémina que la contrató se presentó a sí misma como Vivienne Claymore, no dio mucho detalle sobre el paciente más que su género y edad, ni siquiera le dijo el nombre. Muchos dudarían al darle trabajo cuando el paciente era un hombre, sin embargo, Adeleine no estaba en desventaja para nada. Además, le pagarían como terapeuta y enfermera. Sí, yendo contra viento y marea, pudo tomar cursos para consagrarse como enfermera. 

—Parece ser esta la residencia. —pronunció natural, asimilando las fotos que le fueron enviadas y las reales. No había tanta diferencia, así que debía ser verdad. Con su buen CV y antecedentes, estaba más que apta para desempeñar su rol.

Pensando positivamente y en las necesidades de su bebé, presionó el timbre de la residencia de dos pisos. No esperó mucho tiempo, puesto que la misma mujer que la contactó, apareció enfrente suyo. Había oído que las familias adineradas solían tener empleadas domésticas, como en la casa de su hermano. 

—Buenos días, señora Vivienne. —saludó con cordialidad, ignorando la lúgubre expresión de la mujer que no pasaba de los cincuenta. —Soy Adeleine Clarke, la enfermera y terapeuta que contrató. Vengo para atender a su hijo. —se apersonó de forma maravillosa, queriendo deshacerse de ese ambiente tenso y muerto que iba a espantarle el ánimo.

Aún así, Vivienne no se contagió de su positividad y la invitó a pasar. 

—¿Deseas que te prepare algo? —consultó por cortesía, empleando un lenguaje informal y casual una vez que Adeleine le dio la autorización. 

—Preferiría conocer a mi paciente. —se adelantó. La clave para que la terapia funcionase radicaba en la disposición del paciente. Había recepcionado el expediente del hijo de Vivienne a fin de brindarle la mejor atención, pero no lo conocía en persona.

—Ah, bien. —accedió, exudando cansancio. Asimismo, la dirigió hacia el segundo piso, conversándole acerca de su hijo: —Como bien sabes, tiene veintiocho años. Su nombre es Noah. Noah Clarke. —soltó información con gotas. Ese nombre le erizó la piel a Adeleine al recordar a ese hombre con quien se desahogó hace tres años, tanto carnal como emocionalmente. —Provenimos de una familia militar, mi difunto esposo fue un orgulloso teniente general. Vivía en Estados Unidos, pero al casarse conmigo, formamos nuestra familia aquí junto a Noah. Él también quería seguir sus pasos y se enlistó al ejército, servía en una base canadiense en dominio americano. —relató como si fuese un cuento que cobró vida para Adeline que se quedó observando cada cuadro de las paredes. —Sin embargo, mi hijo fue herido en una batalla hace tres años. —concluyó apagada, como si estuviera reprimiendo sus sentimientos. —Esta es la habitación de él. —comunicó apenada por la localización. 

Adeleine lo comprendió aunque eso no evitó que se extrañara sobre por qué una persona con discapacidad y en silla de ruedas, se encontraba en un segundo piso cuando debía estar en el primero por razones de comodidad y accesibilidad. No obstante, no indagó, procurando centrarse en su paciente. 

—Haré lo posible por ayudarlo. —se limitó a decir. 

Vivienne respiró hondo antes de abrir la puerta, generando que la luz ingresara a ese dormitorio totalmente oscuro. 




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