El destino que nos unió

03: Es mi trabajo

No eran el mismo hombre, no debían serlo, el Noah que conoció dejaba entrever un aire dulce en los momentos necesarios y poseía una boca mordaz así como irónica para perturbar su paz mental. Solamente, compartió una noche con él, pero recordaba a la perfección cómo la trató. Sin embargo, la duda no paraba de perseguirla. Era consciente, que pese al estado de su paciente y el nivel de desnutrición, notaba el parecido, obviarlo tampoco borraba su incertidumbre. ¿Y si se equivocó? dudó de sí misma, recorriéndole un escalofrío que se vio interrumpido en cuanto el pequeño jaló de Adeleine. 

Había roto la regla de oro.

—Bote, bote, mami. —canturreó emocionado, queriendo que su progenitora compartiese su misma alegría por el hermoso paisaje. En respuesta, la muchacha le regaló una sonrisa, eliminando cualquier pensamiento innecesario. Asimismo, cargó al niño en brazos. 

—¿Deberíamos ir a pasear en bote este fin de semana? —sugirió ante la felicidad exudante de la criatura. En ese instante, Adeleine experimentó un pinchazo en el corazón. El pequeño que dio a luz poseía unos rasgos igual de finos que el padre así como su cabello castaño y ojos celestes. Sin embargo, cada ángulo de su carita era una copia exacta de ella misma. —¿Te gustaría, bebé? —continuó al percibir que se perdería en su laguna mental. 

—¡Bote! ¡Bote! —empezó a revolverse como un gusanito. La única reacción de Adeleine fue abrazarlo con bastante fuerza, estando dispuesta a protegerlo. —¡Comida! —le hizo recordar el propósito por el cual salieron a pasear por el vecindario. Al ser nuevos en la comunidad, decidieron saludar a los residentes y de paso, ir a comprar los alimentos para el almuerzo. 

—Sí, tienes buena memoria, Hans. —elogió su energía sin límite, depositando varios besos en sus cachetes suaves. El niño enredó los brazos en su cuello y siguió observando los botes en el muelle mientras su madre se dedicaba a palmear su espalda. —¿Te gusta este lugar, príncipe? —preguntó por su opinión, siendo más que claro que estaba contento por la mudanza. En un inicio, se angustió, porque no se mudaría solo de casa, sino que también abandonaría su país natal donde estaba su hermano mayor; su lugar seguro. 

No evitó soltar un suspiro, agradeciendo tener una buena resistencia y poder disfrutar de los frutos de sus entrenamientos. Aunque nunca se postuló como cadete aspirante, fue entrenada con la misma rudeza que los ingresantes. ¿La razón? Su bendito hermano mayor. 

—¿Te gusta esto? —consultó intrigada, estando más tarde en la tienda donde Hans se apresuró a babear por una cámara instantánea y desechable. De inmediato, el niño asintió, brincando de un lado a otro. Hasta el momento, Adeleine no comprendía ese gusto de su hijo, pero se lo compró al verificar que el precio no era un monto desmesurado. —Si lo rompes, no volveré a darte otro. —advirtió seria, como si el niño fuera a entender ese nivel de responsabilidad. 

Hans la ignoró y corrió hacia afuera, utilizando mal la cámara desechable hasta que aprendió a cómo fotografiar. Claro que la mayoría de fotos eran bizarras y borrosas, pero eso hacía feliz al niño. Y eso, era lo único que importaba para Adeleine. 

La muchacha se empalagó de dulzura, emprendiendo marcha para alcanzarlo y que no produjera algún accidente. Su hijo solía ser caprichoso y hasta malcriado en algunas ocasiones, sin embargo, eso no quitaba que no tomara conocimiento de que eso no significaba que no lo corregiría. Pronto, lo tomó de la mano, sintiéndose dichosa aunque por instantes, algo la angustiaba. 

***

Viernes 09 de enero, 2017.

Esa mañana, halló la razón de su angustia. Una vez que su día libre improvisado concluyó, se presentó a trabajar al día siguiente. No iba a desperdiciar más tiempo cuando sus obligaciones iban en aumento. Por esa razón, se mostró preparada y dispuesta a usar cualquier recurso necesario, no obstante, se sorprendió.

—Ayer, mi hijo no estuvo en las mejores condiciones, porque no se tomó su medicación. Espero que puedas comprender, él no te volverá a causar problemas, así que cuídalo y no lo abandones por un pequeño error. —habló Vivienne, minimizando el espectáculo anterior. Asimismo, disimuló su tono suplicante como si Adeleine hubiera mencionado algo parecido a su renuncia. —Él… se disculpará contigo si es necesario. Yo ya conversé con Noah. ¿No es así, hijo? —se dirigió al muchacho cabizbajo que se limitó a asentir como un ser incapaz de manifestar su propia voluntad.

Adeleine se forzó a soportar el ambiente incómodo.

—Está bien así, no es la primera vez que vivo algo similar. —restó importancia para que la cara perturbada de Vivienne se ablandara. —Si me permite, comenzaré con mi trabajo. —comentó natural y apegada a su rol, ignorando por completo cualquier duda que le naciera. Vivienne accedió, besando las manos de su hijo.

—Sé bueno con Adeline. —imploró en un ruego desesperado. La joven norteamericana estuvo a punto de decirle que no era obligatorio que se retirara, porque podía quedarse. No obstante, Vivienne abandonó la habitación, dejándola a costas del humor de su paciente.

Adeline respiró hondo, mentalizándose. Agradeció que el dormitorio luciera más iluminado y ventilado a diferencia de ayer aunque esos cambios parecieron molestar al castaño. No se amilanó por la presión en el aire y se aproximó hacia el joven, presentándose:




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