Existían verdades que nadie se animaba a pronunciar en voz alta. Adeline se percató de eso conforme el día fue avanzando, sintiéndose mucho más cansada que de costumbre por el sobreesfuerzo que significaba atender a un paciente tan terco como el castaño. La primera vez que lo ayudó a asearse, se limitó a enjabonar y lavarlo bien, no se concentró en algún sitio en específico más que en esa marca de nacimiento. Sin embargo, como si él lo estuviera haciendo a propósito, se ensució como un niño pequeño durante el almuerzo, obligándola a iniciar como en la mañana.
—¿Debería ayudarte, Adeleine? —se ofreció Vivienne de forma voluntaria, puesto que comieron los tres en el primer piso. Sí, tuvo que bajarlo por sí misma. La muchacha iba a decir algo, ignorando cómo la señora regañaba visualmente a su hijo por lo berrinchudo e infantil que fue su actuar.
—No es necesario. —se adelantó Noah, sorprendiendo a ambas por la iniciativa. —Ella ha probado que puede lidiar conmigo ¿no es así? Para ti, soy una pluma. —la fastidió con un tono hipócrita y sarcástico. Si era honesto, el castaño prefería mil veces que su enfermera sufriera las consecuencias de estarlo cargando que su propia madre. Vivienne era una mujer joven, pero no dudaría con aquel ritmo de vida que venía tolerando desde hace tres años.
—Hoy… estás actuando extraño, hijo. —se descolocó Vivienne, a sabiendas cuán malgeniado llegaba a ser. —Deja que te ayude, Adeline, no estás para soportar sus berrinches. —se impuso, queriendo proporcionarle ayuda. Sin embargo, la joven negó.
—Está bien. —confesó con sinceridad, observando de reojo cómo el castaño gruñía de molestia. —Tengo buena resistencia. —intentó transmitir su confianza, recordando que así de duro era el trabajo como enfermera y terapeuta. —Yo me encargaré. —recitó determinada, empujando la silla de ruedas. —¿A menudo comen juntos en el primer piso? —indagó, queriendo saber si Vivienne se cuidaba de alguna forma. Sin embargo, Noah no contestó, no diciéndole que era la primera vez que bajaba a la primera planta, ya que solía confinarse en su habitación en el segundo piso.
Ante ese silencio, Adeleine trató de hablar con prudencia, no importándole si era un loro renacido en el cuerpo de una humana. De tal manera, llegaron a las escaleras, siendo cuestión de tiempo para que la mujer se mentalizara para recorrer un gran tramo.
—¿Tan rápido se acostumbró? —sonrió en cuanto lo tomó en brazos como hace unas horas. Solía hacer ejercicio, quizás con menos frecuencia que antes, pero lo seguía haciendo por cuestiones de salud y temas laborales. —¿Tampoco quiere contestar? —soltó, respirando pausadamente para no perder el aliento. A continuación, lo dejó sentado en la cama del dormitorio, saliendo a la velocidad de la luz para ir por la silla de ruedas.
Estando de regreso, se acuclilló enfrente de su paciente, tomándose su tiempo para desamarrarle las agujetas de las zapatillas y masajear sus pies, moviéndolos en círculo, tipo un ejercicio.
—No hay razón para que me arregles tanto si no salgo de mi casa. —anunció apagado, viendo cómo le retiraba las medias. A decir verdad, se daba cuenta de que esa mujer era bastante extraña, es más, lo arreglaba como si fuera un modelo. No esperó que ella levantase el rostro y le regalara una sonrisa.
Nadie le sonreía así a una persona desagradable.
—Aunque no lo crea, es importante que se sienta bien consigo mismo y su imagen personal. —justificó sus acciones, desabotonando su camisa. —Además, no es como que sea difícil, tiene un rostro muy bonito por lo que es un gusto resaltar su belleza. —lanzó un comentario dulce para levantarle la autoestima, cumplido que fue contraproducente.
—No me mientas. —escupió con odio.
—Pero, no miento. —se defendió, pasando por alto aquellas miradas envenenadas. Había preferido desvestirlo aquí en el baño como lo hizo en la mañana, ya que Noah era capaz de cualquier cosa. —Avíseme cualquier cosa. —avisó por adelantado, estando en el cuarto de baño donde lo sentó en una silla de madera, disponiéndose a bañarlo. El hombre se encorvó, suspirando y permaneció inmóvil durante algunos minutos.
—No mires tanto. —ordenó, sintiéndose intimidado por percibir sus manos en la parte baja de su espalda. En la mañana, lo talló de forma apresurada, pero ahora que había tiempo, se dio cuenta que ella notó aquellas cicatrices. —No te voy a contar nada. —la amenazó, creyendo que iba a preguntarle cómo se las hizo.
De repente, Adeleine abandonó esa zona y le enjabonó el resto del cuerpo.
—Tampoco le iba a preguntar. —susurró como si la hubieran regañado. —¿Hay algo que le gustaría hacer hasta la cena? —consultó interesada por saber de sus pasatiempos. Si contaba con aquello, tendría la oportunidad de hacer una rutina y ayudarlo emocionalmente, pero él no cooperó por lo que probó adivinando: —¿Le gusta leer o ver películas? Mi género favorito es el suspenso y solía ir con frecuencia al cine. No me gusta tanto la lectura aunque tengo bastantes libros. También, soy buena redactando y usando programas de computadora, hice un curso cuando era más joven. En mi tiempo libre, suelo ejercitarme, correr y… —compartió algunos datos, estando convencida que se uniría a la conversación o le preguntaría algo. Sin embargo, él mató el ambiente, diciendo:
—¿Estás presumiendo delante mío que puedes hacer todas esas actividades mientras que yo no por estar condenado a esta maldita silla de ruedas? —lo interpretó de la manera más negativa posible, tildándola de fanfarrona. El Noah que conoció esa noche no era así, bajó la cabeza, sonriendo como una ilusa.