El destino que nos unió

05: Fotografía

Viernes 16 de enero, 2017.

Ya llevaba trabajando para la familia Claymore, alrededor de una semana. No era capaz de admitir que fuera fácil. El primer y segundo día resultaron ser de los más tortuosos por la falta de cooperación del paciente, es más, las marcas de mordidas y rasguños en lugar de disminuir, se incrementaron, obligándola a usar prendas de manga larga para que su hijo o Mitzy no se asustaran al verla. Sin embargo, lo que más le angustiaba era el estado lapso y pasivo de Noah. Preocupada por esa inquietud, había consultado con la madre sobre por qué sucedía eso, pero ella se limitó a decir:

—Eso es normal. —restó importancia, como si no se tratase de algo grave. Asimismo, caminó hacia la fachada de la casa donde se sentó, habiendo culminado la preparación del desayuno. Esa era su rutina diaria con o sin Adeleine presente. 

Al no haber obtenido más información, la muchacha luchó para no perder la cabeza por no tener el expediente completo. Calma, Adeleine, calma. No hubo más opción que respirar hondo, cuya finalidad era no estresarse por lo que se aferró a la bandeja de comida que preparó Vivienne para su hijo y se dirigió al segundo piso. Pronto, se internó en el dormitorio de su paciente, encontrándolo sentado en su silla frente a la ventana, justo como lo había dejado minutos atrás. Aprovechando el ventanal y la luz solar, acomodó una pequeña mesa para que él pasara el tiempo y no se deprimiera, porque incluso si consumía antidepresivos, la rutina diaria intervenía bastante. 

—¿Cómo se siente? —saludó por cortesía, a sabiendas de que no le contestaría, pero eso no significaba que no la escuchara. Cada que volvía, lo atrapaba sin mirar un punto fijo. —Vivienne me comentó que hoy le preparó su desayuno favorito. —comunicó amigable, esperando que pudiera sentirse amado y querido por su progenitora. Asimismo, se dispuso a describirle la composición de los bagels, fiddleheads y patatas, esperando que al finalizar su exposición, Noah se concentrara y tomara los cubiertos, sin embargo, ese no fue el caso. Adeleine se resignó, considerando esta oportunidad como si se tratara de su bebé. —¿Puede abrir la boca? —solicitó menos incómoda que la primera vez.

Soportaría cualquier cosa para que comiera. Ahora, la prioridad era que recuperara peso y masa muscular, ya luego encontraría soluciones para cargarlo. Hizo el intento de pensar positivamente, entonces, cortó la comida y pinchó un trozo, utilizando el tenedor para más tarde juntar su silla hacia su paciente. De tal manera, se inclinó, sosteniendo el mentón del castaño para atraerlo hacia ella y meterla la comida a la boca. El muchacho no se opuso ni se rebeló, al contrario, por instinto comenzó a masticar al mismo tiempo que Adeleine le tapaba los labios para que no escupiera nada. 

Si era honesta, no es que Noah hubiese aceptado someterse por voluntad o porque le daba igual, sino porque había pérdido su misma esencia por lo que se comportaba como un cascarón vacío sin algún objetivo o meta trazada. 

—¿Hay algo que le gustaría hacer hoy? —pidió su opinión, limpiándole la boca una vez que se acabó la mitad del plato. No podía forzarlo a alimentarse más de su límite, porque resultaría contraproducente. —¿Qué le parece salir a pasear por los alrededores? —apeló a su derecho de recreación, creyendo que podría tener alguna reacción, ya que se enteró por Vivienne que el castaño era sensible a algunos sonidos. El paciente permaneció mudo, haciendo que se frustre. —Me desharé de esto y vendré a hacerle la terapia. —informó sin objeción por lo que se retiró de inmediato.

No tardó en fregar los servicios y regresar con el castaño, dándole sus medicinas mientras le platicaba para que no le diera indigestión si lo recostaba en la cama de golpe. En dicho tiempo, se dedicó a aplicarle cremas hidratantes en su rostro, brazos y piernas, preparándolo, habiendo notado que sus piernas estaban encogidas, producto de la falta de movimiento. Asimismo, le peinó su cabellera castaña.

Una vez que pasaron los treinta minutos, lo acomodó en la cama, ubicándolo en una posición que fuera favorable para que ella le realizara la terapia. De inmediato, comenzó a estirar sus huesos para dar inicio a su labor. Primero, comenzó estirando y flexionando sus piernas, realizándole masajes al mismo tiempo para que su piel no quedara colgada como una bolsa. Asimismo, recargó su peso en cada flexión, siendo cuidadosa para no lastimarlo. Era como un ser inanimado. Otros pacientes gritarían de dolor por los calambres o similar, pero Noah no era consciente de sí mismo por lo que no hubo dificultad. 

Leyendo su expediente sobre su condición, se percató que su paciente sufría de una afección en la columna vertebral, además de una disminución considerable en su función muscular. Como si fuera poco, una de sus piernas apenas logró ser salvada, de lo contrario, se la hubieran amputado. Incluso si lograba pararse en un andador, la recuperación sería demasiado lenta y no sería nada más que conseguir que se arrastrara. El panorama no era alentador, era mejor hacerse a la idea de que no recuperaría la movilidad en sus piernas aunque había otras zonas que aún funcionaban.

Una vez que culminó con el estiramiento, tomó ambas piernas, poniéndolas rectas para flexionarlas a cada lado, priorizando el movimiento de cadera. No se limitó a hacer dichos ejercicios y presionó cada rincón de sus muslos para que los nervios no se permanecieran inútiles. Hizo lo posible para que sus extremidades inferiores se encogieran menos. Así, pasó alrededor de una hora entre ejercicios y masajes, obligándola a parar.




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