El Expediente Secreto de 1980

III - El Primer Caso

Por fín, llegábamos al oficio. Belén se quitó las gafas, suspiró y tomó la iniciativa. Yo contemplaba unos segundos la extensa calle de Las Heras que, al cabo de 200 metros, aproximadamente, se convertía en peatonal. Allá adónde los transeuntes caminaban, fundidos por el calor veraniego, siendo alrededor de las 14 hs. Entre varios individuos noté a una persona en el centro del pasaje que parecía observarme. Sostenía alguna clase de periódico y, aunque me confundiera su presencia, supuse que a distancia la vista es borrosa e imaginamos formas posibles.
Más luego, me adentré al espacio policial y constaté como un par de ventiladores de mesa se hallaban en diversos escritorios. Los oficiales se hallaban ocupados en sus deberes. Algunos palmaban expedientes, otros resolvían acertijos informáticos y algún otro transfería a un patán entre diversas oficinas de recursos.

Belén me saludaba sutilmente, con un gesto de manos, y me dirigí al despacho apartado de Ricardo Pétrico. Siquiera alcancé a tomar el picaporte que oí una tensa conversación en el interior. No obstante, el técnico se encontraba de espaldas, 4 muchachos aguardaban sentados en sillas entre un desorden caótico. Una silla, en la esquina, aguardaba mi presencia.
Por si eso fuese poco, sentí la mirada de mis camaradas distenderse con mi llegada y, a medida la melena me ocultaba parte de la vista, en una especie de suplicio, me acomodé lentamente para no interferir en el diálogo.
Tardíamente meditaba sobre la figura de los caballeros a mi lado y me consultaba si, efectivamente, habrían superado el test de la pelota antiestrés.

– Finalmente llegaste, Cadete Neia – Exclamó de pronto, el soberbio anciano tras el escritorio. Quién reclinaba la espalda en su asiento y cruzaba las piernas con libertad, como si se considerara el propio comisario en su área.

Si bien no ostentaba el cargo mayor, poseía suficiente experiencia laboral, incluso más que otros puestos. Causas suficientes para permitirse cierta autonomía en el trato social.
Asimismo, Pétrico, había sobrevivido al depotismo de hacía varios años y era considerado como un héroe.
Claro está, que para mi solo era un viejo cascarrabias que buscaba entrenar a un par de discípulos en la materia para retirarse antes de los 70. Pero dudaba si realmente desearía abandonar su cargo.
Persistía el hombre, con aquél coloquio de pocas pulgas...

– Algún día tendrán que tomar las riendas y, remarla a su manera. Verán a un holgazán durmiendo más de la cuenta o a otros festejando y bebiendo café en horas laborales –

Luego de saltar cabezas, observando a los presentes, culminó la frase avizorándome con suma fijación.
Aún así, agradecí que ninguno de mis compañeros se riera por tal comentario.

– Son tiempos difíciles. Este trabajo funciona a base del trabajo en equipo. Y cuando existe una necesidad... ¡La DDI debe estar lo antes posible en el lugar de los hechos! –

Palidecí, al comprender que no habrían pruebas de trabajo previas, ni se trataba de un novedoso test de aprendizaje. Realmente estaba formando parte de una reunión de la DDI y, probablemente los tipos a mi lado estuviesen a cargo de diferentes peritos.

– No recibimos una nómina mayor por el trabajo. No existe el conformismo. Vamos, analizamos y contribuimos al orden. Asi que cualquier crítica al sistema, acá les dejo el libro de quejas y, a lo mejor me lo lea en la siesta –

Uno de los compañeros, queriendo hacerse el gracioso delante de mi, consultó, alzando las cejas:

– ¿Tendremos siesta? –

Y en la mirada tétrica del viejo, interrumpieron al golpear levemente la puerta.
Pétrico hizo una seña, elevando la palma, recibió el telefono y, a medida anudaba el cable respondía.
Una de las tantas secretarias que había alcanzado el llamado, hacía señas, alarmada, temía que el cable se cortase.

– ¡De acuerdo! Salimos para allá –

Colgó, entregando el tubo y anunció con la voz casi afónica.

– Es su día de suerte. ¡Vamos! –

Todos observábamos perplejos y el Comisario Baltrán salió hecho una furia de su oficina. Gritaba los operativos sobre el Boulevard Libertador. Apenas logré oír ante el tumulto de voces.

David Attheu ha muerto.

 




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