El operativo implicaba dirigirse hacia Boulevard Libertador, previo al entramado con la autopista. Si bien algunas unidades policiales se hallaban en el interior de Villa Italia, al menos cinco vehículos, provenientes del destacamento, y una van se dirigían hacia el lugar de los hechos por calle Las Heras, hasta girar hacia el Norte por Avenida Montevideo.
En la ciudad, existían cuatro departamentos de policías en cada punto cardinal y el destacamento, junto al Juzgado de Faltas. Por tal razón, el Juez, Domingo Salazar, se encargaba de participar de cada suceso que implicara a la jefatura policial. Esto aclaraba la idea de que se trataba de un caso reiterado.
Al llegar al pasaje que cruzaba la peatonal por la Avenida Montevideo, contemplé aquél lugar en que, minutos atrás, creía haber visto a un hombre observándome con su periódico.
Desde la ventanilla trasera del Ford Falcon, logré divisar el área contigua. En la esquina se hallaba un resto-bar de complicidad histórica en la región, denominado Restaurante Doña Margaret. Tenía conocimiento de buenas críticas sobre sus platillos.
Siguiendo el pasaje lograba individualizar numerosos negocios y un lejano cartel que respondía a «Hospital». No obstante, no singularizaba a nadie, entre el indiferente público, que portara un periódico. Asimismo, los viajantes y Ricardo Pétrico, al volante, admiraban un amplio terreno cubierto de galpones, a mitad de cuadra, en la perspectiva opuesta, que respondía al nombre de Industrias Fansma.
– Afortunado el que haya invertido en esta Industria – Musitaba el hombre que conducía y, un mayor, en el asiento de acompañante, generando un pequeño diálogo previo al ingreso por Boulevar Libertador, contestaba:
– La tasa de desempleo ha disminuido en la región, pero desconozco que es lo que producen –
– ¿Qué mejor en esta ciudad? Ostentamos varios hospitales –
Drogas, pensé, en silencio. Vacunas y oficinas químicas.
– Tanta seguridad en la salud solo acarrea más crímenes, ¿no lo crees? – Seguía dialogando, el mayor y volví a reflexionar, mientras advertía el sudor en mi camarada.
– Ni lo menciones. Solo poseemos un Hospital Público. Esa empresa colabora como Sociedad anónima para hospitales privados –
A gran velocidad las patrullas conformaban una caravana policial, obligando al resto de coches a estacionarse o desviarse del rumbo norte.
– Pisa el acelerador Pétrico. Con tanto espamento, la prensa no demorará en llegar – Clamó el mayor y tragué saliva. Sabía que en alguno de esos vehículos se hallaba Belén Palacios, pero aún siquiera asimilaba qué haría en mi investigación.
Además me cuestionaba porqué la DDI no poseía oficinas y vehículos propios. Tanto desorden de efectivos significaba la carencia de personal.
– ¿Trajeron los fierros? – Clamó el mayor, de pronto.
Y mi compañero, cuyo gafete respondía a Julián Iglesias, alzó la culata de su revolver reglamentado. Se veía tan nervioso que parecía que el arma de fuego se escaparía de entre sus dedos.
– Muy bien pata, consérvela. ¿Qué hay de usted, señorita? –
Siquiera tuve que moverme ante la expectativa de todos, salvo de Ricardo al volante, quién aclaró mi nombre al tiempo que yo negaba con la cabeza poseer algún arma de fuego.
– Cadete Neia. Jazmín Neia –
– Los ojos delante, oficial –
Y el anciano asentía desganado, a medida que el mayor se acomodaba para observarnos fijamente. Julián contemplaba tenso hacia sus borcegos y sudaba tanto que no se tranquilizó, hasta tanto culminó el viaje.
– Sus fierros son su matrimonio. Mueren con ustedes y siempre deben estar en su pertenencia. Sin importar que sean técnicos de peritraje o guardias civiles, siempre deben estar armados –
Asentí el regaño y, sin más preámbulo, el mayor volvió a sus comodidades.
Los gritos del Comisario se recibían fuertes y claros por medio de la radio.
– El perímetro está establecido. Todos los oficiales deben mantenerse en la zona restringida. Cadetes en la zona amplia deberán mantener a la chusma fuera. Solo la DDI ingresará por contramano hacia la escena del crimen. Esto no es un simulacro. Repito, esto no es un simulacro, cambio –
Un simulacro... ¿Cuándo lo habíamos tenido? Me preguntaba mentalmente. Y tal era el movimiento por la muerte del Inspector Attheu que se atribuía toda incertidumbre a un caso criminal.
No obstante, el mayor balbuceaba que se trataba de un accidente y que la muerte del detective atraería miradas críticas por parte de la prensa.
Pero... ¿Habría sido específicamente un accidente? ¿Quién habría informado respecto del mismo?
En cuestión de tiempo, ingresamos por Boulevard Libertador y logré advertir los perímetros. Ambulancias llegaban al mismo tiempo que nosotros, mientras que la prensa individuos indeterminados rodeaban la zona amplia.
Logré contemplar como Belén y otros cadetes salían de los automóviles para ordenar los segmentos de acceso a la zona restringida.
Solo las ambulancias podían avanzar por dicha área y por el pasaje de contramano se lograba advertir el entero escenario.
Vehículos se hallaban estacionados y otros alternaban sus bocinas, buscando superar el bache en el cotidiano recorrido.
Entre diversos utilitarios presencié contados coches americanos, un Ford Falcón del 63’ color verde, un chevrolet ss coupé del 70’ color celeste con doble franja negra en el capó, un Dodge charger del 68’ color anaranjado y detrás, presionando las revoluciones, sin soltar el embrague, una cupé Torino amarillo crema del 62’. Casi asimilaba que estuvieran dispuestos a iniciar una persecución para generar atención. Sin embargo, la carretera se encontraba a sus espaldas, y al frente no tenían mucha oportunidad de escape. Un embotellamiento se producía donde aguardaban dichos coches y numerosos espectadores se avecinaban a los lados, dificultando las labores de seguridad.