El Expediente Secreto de 1980

V - ¿Accidente o Crimen?

Al descender del Falcón, aguardé la mirada al panorama resultante y, luego, advertí el inicio de labores sobre la funesta escena. La van policial hacía su ingreso a la zona preventiva y numerosos técnicos superaban el perímetro, vistiendo trajes blancos que recubrían la totalidad de sus cuerpos.
Agentes preparaban portafolios sobre mesadas transportables, e incluso llegaba el Juez Salazar con un pesado expediente en brazo.
Creí haber oído el llamado del oficial Pétrico. No obstante, ahí permanecía, de espaldas al asunto que me vinculaba y, al observar los automóviles creando desorden en el ambiente oí una canción que comenzaba a sonar en la mayoría de las emisoras. Se trataba de un grupo proveniente de Irlanda, conocidos como Crandberries y su hit del momento Zombie.
Probablemente quién alzara la música desde la radio de su coche, planeara destrozar sus parlantes y la situación me recordó al pasado.

Mi padre solía dedicarse a la mecánica y enseñarme algunos detalles básicos, como revisar las bujías, limpiarlas y otro tipo de rutinas que le proveían lo suficiente para mantener la heladera estable.
Cada tarde, escapaba de mis deberes escolares, le acompañaba en el galpón y divisaba los coches que ingresaban. La música sonaba fuerte y la mayoría de sus clientes eran hombres. Mamá solía rezongar por descuidar mi responsabilidad.
Si bien mi padre reparaba todo tipo de daños recuperables respecto a respuestos, solía dedicarse al Torino y, a menudo contaba sobre las hazañas de Juan Manuel Fangio. Aunque Mamá no estuviese de acuerdo, aprendí muchísimo como para un día soñar con mantener el mío propio.

– Cadete Neia –

Me llamaron por la espalda y, rápidamente regresé a los importantes sucesos, quedando el recuerdo como otro de mis sueños estando despierta.

Observé una marca que se veía en el asfalto, salvo roturas de la carrosería de forma aleatoria que, tras el impacto pudieron haberse esparcido en el área.
El automóvil, un Ford Taunus cupé de los 80s’ de tonos oscuros, se había estampillado contra un pino que habría conseguido detener su movimiento. Se constataba al borde del cesped, en el paseo que separa los carriles. Carecía de rastros de neumáticos, lo que suponía que el Inspector se dirigió hacia el árbol de lleno. Pero sospecho que no contaba con astillar lo suficiente el tronco como para que acabara aplastando la cabina del conductor.
El pino en cuestión, poseía una gran longitud, pudiendo contar con aproximadamente 100 años. Lo que significaba un peso de 100 toneladas sobre la cabina. No obstante, un impacto a una velocidad indeterminada solo podría haber hecho semejante daño si el coche superaba la velocidad urbana límite de 80 km/h sobre Boulevard. Probablemente superaba el límite por mucho.

– Analicen los neumáticos –

Se podía oír a Ricardo Pétrico, al tiempo que el Mayor consultaba a los peritos forenses sobre la posibilidad de extraer el cuerpo en el interior de los fierros.

El coche asemejaba a un emparedado rápido de pan árabe.

La escena no podía ser más cruenta, los restos habían descompuesto a más de uno, incluida a mí. Y eso que la mayoría de los cadetes se hallaban a distancia suficiente.
Ahondando en las huellas, constaté un cigarro lejos del impacto, pero que de igual manera formaba parte de la escena. A medida se indagaba sobre la posibilidad que el accidente se debiera por alcóhol en sangre o un suicidio previamente pronosticado por un inspector, aturdido de tantas labores, se consideraba la ausencia de huellas de neumáticos.
Esto sostenía que el conductor, en ningún momento intentó desviar el volante, ni se hallaba en una persecución.

Sin embargo, el cigarrillo resolvía la probable presencia de alguien más en el camino. Por si fuese poco, el perito Tomás Bidonte afirmaba conocer lo suficiente al Inspector fallecido como para sostener que no se trataba de un fumador activo. Asimismo, se generaba la incertidumbre respecto a si el conductor estaba lo suficientemente consciente como para esquivar tal resultado y el guardabarros delantero parecía ostentar cierto hundimiento, producto de algún mísero impacto.
Luego de ponerme unos guantes de látex, ofrecidos por un compañero, logré detectar una huella estarlina de color azul en el guardabarros. Al ser el vehículo de un tono negro ónix, suponía que el Inspector pudo haber colisionado con algún objeto azul.

Por otra parte, contemplé como uno de los oficiales tomaba el cigarro de la escena y cuestionaba al oficial Pétrico por los fumadores presentes. El juez Salazar lamentaba que la escena pudiera haber sido corrompida y, sin lugar a dudas, acabarían observándome como la culpable.

 – La cadete se hallaba en esa área cuando llegué – Clamaba el oficial, con soltura.

Y, evitando el compromiso que al refutarlo me afectara en miras al Comisario General, olvidé el cigarro y resguardé el trozo de pintura azul en un envoltorio de nailon. Luego, caminé frontalmente y advertí que a 100 metros del accidente las marcas frescas de una turbia frenada de unos neumáticos se dirigían hacia contramano y se perdían en la calle de cruce, Gibraltar. Todo suponía que otro automóvil habría regresado por el carril opuesto, por alguna razón y se habría retirado de la misma manera.
Analizando las huellas recordé los coches americanos, cuando llegué, y volví a recordar mi infancia junto a mi padre.

Pétrico, me observaba con detenimiento y, como era de vaticinar, la prueba del cigarrillo había sido desestimada al desaparecer el mismo. Nadie indagaba sobre el asunto y, más bien se cuestionaba al oficial que, hipotéticamente, hubiera estado fumando en la escena.

El Mayor sostuvo que nuestra tardanza pudo atraer a algun civil que estropeara todo. Pero también suponía un método adrede para confundirnos sobre las verdaderas causas.
Si bien se cortaba el acceso al carril opuesto para la llegada de una grua, tardíamente recordé que en ausencia de los coches americanos no había considerado, siquiera, registrar alguna patente para averiguaciones concernientes.

Los peritos trabajaban dinamicamente a medida se separaba la carrosería para sustraer el cadáver. La prensa solicitaba a algún oficial para entrevistar y el Juez escribía algunos datos al interior del expediente, para luego retirarse furtivamente.
El comisario Baltrán cuestionaba al magistrado, como si con ello hubiera cometido un acto feroz, del que obviamente no estaba enterada. Sin embargo, pude atender las razones de Salazar y sospechar la angustia del Jefe de policia.

– Dos muertos siguiendo el mismo patrón en tantos años. Cada vez que nos acercamos a la resolución, sucede un trágico accidente –

Baltrán solicitaba investigarlo por sus propios medios, pero el juez respondió:

– Reconsideraré comunicarme con la Policia Federal para solicitar un Inspector más apto para el caso –

Sin más rodeos, el hombre se retiró ante la molestia del Comisario. No quedaba duda que el pesado expediente era aquél caso que deseaba investigar desde la Academia. Pero aún era imposible de acceder.




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