El Expediente Secreto de 1980

VI - Reflexiones

Días laboriosos pasaban y, aunque no hubieramos asistido al bar con mi compañera, durante el fin de semana, pospusimos la cita con el toro mecánico.
El oficial David Attheu fue enterrado como un héroe de paz y, el comisario general, Baltrán dedicó un discurso en honor a su noble vida.
Así el caso concluyera con un accidente, la situación elevaba mis sospechas.
En el entierro participaba toda la familia del fallecido y, entre lágrimas, su hija, sostenía la improbabilidad de que su padre muriera en un automóvil. Efectivamente la evaluación de tránsito policial en la identificación de David Attheu ofrecía un 98% de resultado sobre conducción benigna. Incluso superaba mi propio test.

¿Cómo era posible que un profesional de las calles optara por colisionar un pino, en vez de esquivarlo?
Persistía la incertidumbre en torno a su muerte dudosa y me llevó a consultar viejos antecedentes respecto a la muerte de León Martins. Curiosamente, aquél detective también había muerto por un accidente. Y, al igual que el caso de David, las causas se alojaban en el expediente secreto.
Era inevitable desconocer las resoluciones de ambos casos y ambos hombres habían participado en una investigación similar. ¿Estarían acaso conectados?

Trasnochar diagramando líneas de tiempo que describiesen acontecimientos con fechas y lugar era una milésima parte en mi trabajo soñado como miembro de la DDI. A menudo Belén me cuestionaba que siguiera trabajando, incluso en nuestros tiempos libres. Y, aunque pasaran días tras el entierro del detective Attheu, aún intentaba deducir la información faltante.

Pero, ¿cómo desestimaría yo la presencia de Belén Palacios, quien me consentía con una taza cubierta de café, durante la noche?

– No te quedes hasta tarde. Mañana es nuestro primer día libre –

Asintiendo, reflexionaba si realmente contabamos con días libres. Puesto que en caso de necesidad debemos vestir el uniforme y presentarnos en la comisaría, lo más pronto posible.
El orden implicaba mucho más que un trabajo. El orden era un deber del que siempre debíamos estar disponibles.
Si bien la feria nos ofreciera un espacio mental y físico, las reclutas éramos las oficiales de repuesto ante cualquier incidente.

A medida bebía un sorbo de café y observaba a mi compañera vistiendo casual, con un short de jean y una musculosa suelta. Pero aún indagaba: ¿Qué conexión tenían ambos muertos en la morgue? ¿Cuál era la pista que acabó con sus vidas?

Finalmente, en ausencia de ruidos en el ambiente, comprendí que así como pasaban las horas frente a ese escritorio, también habían pasado, mágicamente, los días desde que llegamos de la Academia y me seleccionaran para formar la DDI. No obstante, parecía como si cada que iba al trabajo encontrara aún más polvo en el paisaje. Como si tratara de alcanzar la libertad y el aire en el interior se acortara.
Coincidentemente, mi imaginación se reflejaba con la muerte de León Martins. Fallecido tras el derrumbe del Puente Flores. Miles de escombros aplastaron su vehículo, suponiendo que era una constante encontrarse en un mal sitio en un momento determinado.

¿Estaría acaso destinado a ello? ¿O se trataría, en realidad, de un homicidio?

Fue inevitable no contemplar aquella prueba que sustraje del guardabarros del automóvil de David Attheu. ¿Me habrían advertido por conservar la evidencia? ¿Debí entregarla?

Demasiadas preguntas ahondaban en mi mente y, a pesar de engañar el sueño con el café, acabé bostezando.
Tras cerrar mi carpeta, cubierta de caricaturas, resolví acostarme.

Desde lechos separados contemplaba como Belén Palacios dormía placidamente. Apenas asimilaba a una oficial de Policia con ese retrato tan angelical.




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