El Expediente Secreto de 1980

XIII - Trauma

Al llegar a la residencia, sentí una mezcla turbia de información que debía ordenar de algún modo. Belén me observaba... Viéndome tan ida y, para no levantar más sospechas en el vecindario, ingresamos por separadas al hogar.

– Cambiate Jaz. Voy a comprar algo en el mercado de la esquina – Exclamó ella. – Voy con vos – Contesté.

Y, por un momento, sentí pánico al pensar que pudieran habernos visto juntas. Temía que le hicieran daño a Belén por mi culpa.
Ella se contentaba. Probablemente le asombrara que hubiera hablado al fin. Aunque me tranquilizó al decirme que ella también era policía, recordé que David Attheu había muerto, siendo detective y, quizás, hasta con exceso de confianza.
Me recluí sobre la cama, solté el bloc de notas en el interior del cajón de la mesita de luz y, en medio del silencio, oí el cantar de las aves.

Pasadas las horas, yacía dormida. Siquiera había conseguido cambiarme y la mente permanecía trabajando. Fabricaba sueños, relacionados con lo vivido, suponiendo un trauma mayor, oculto entre las paredes internas del subconsciente.
Corría sin descanso, me veía pequeña, corría de compañeros que me martirizaban por llevar una talla más pequeña en el guardapolvos.

Me gritaban como si lo hubiera hecho adrede y como si eso representara un agravio.
Se justificaban con reglas canónicas que reprendían a quién enseñara los muslos en el colegio. Corría de miradas, corría de insultos, y la vista de esos niños que creían que todo se trataba de un juego, creían que yo era el juguete. De pronto todo evolucionaba, luego aparecían las miradas de adolescentes, luego de jóvenes, luego de adultos. Siempre la mirada obscena, lasciva, siempre viéndome diferente. Como si fuera un inocente animal en la jaula de un zoológico en medio de atención constante., atrapada entre miradas, en completa atención. Ocultaba de pronto mis ojos para no ver, doblaba las rodillas, me convertía en un cubo humano y crecía. Crecía, quedándome las prendas aún más pequeñas, quedando mi piel desnuda y las miradas se volvían más presentes.

Al voltearme de espaldas, pretendía ocultarme, pretendía no enterarme y dejar de ver aquellos barrotes y la atención del resto.
Sentía que la paz por fin acometía y, al ladear el rostro, lentamente, con pánico, le vi. Aquél flacucho hombre de cabello largo me sonreía maliciosamente, tan pegado a mí que sentía como si me faltara el aire.

– ¿Qué marca de coche te gusta, perra? –

Alerté de pronto una resplandeciente mano que se posaba en mi mejilla. Su tacto me daba confianza y seguridad. La relacionaba con la protección de mi madre. Luego se convertía en vislumbrantes esporas que borraban todo mi alrededor, como una luz incandescente todo se aclaraba, la jaula se desvanecía, el público se convertía en plantas de diversa índole y me reencontraba en el panorama natural, oyendo el canto de las aves y su llamado reiterativo.

– ¿Jaz? –

Lentamente, abrí los ojos y la vi. El semblante preocupado de Belén Palacios que aparecía encima de mí. Posaba los dedos en mi mejilla y, por reflejo posé los míos sobre los de ella.

– ¿Estas bien, amiga? –

Somnolienta asentí y soltamos nuestras manos, a medida que ella se erguía y retrocedía de espaldas.
Sobre la mesada de la cocina contemplé como preparaba una picada de cena, vasijas de barro contenían papas fritas, chizitos, maní y palitos salados, dos vasos estaban recubiertos de gasesosa. Junto a tanta caloría había preparado en dos compoteras ensaladas mixtas de lechuga, tomate y cebolla frescas, condimentadas con aceite y vinagre.
Desconocía cuanto tiempo llevaba en reposo. De repente, Belén se asomaba desde el ambiente contiguo y logré constatar sus ojitos lagrimosos producto de la cebolla. Portaba una camisa muy amplia para su cuerpo, abierta, arremangada y una blusa negra con el rostro sonriente amarillo en recuerdo al grupo de grunge Nirvana.

– No lloré amiga. Sabes que no puedo evitarlo – Y, liberando tensiones le dediqué una sonrisa.

Todo estaba casi preparado. En la radio sonaba Man in the box de Alice in Chains. Juntas cantamos una frase y más enérgica me levanté, dispuesta a cambiarme.

– Won’t you come an save me... save me... ♪ –

Mientras ella movía la cadera, llevando las compoteras a una mesa alta con dos banquetas en torno, yo me dirigía hacia el excusado y, siguiendo el ritmo musical me quitaba los botones del uniforme. Movilizaba la melena de un lado a otro, en tanto Belén aparecía por detrás y se apoyó sobre la puerta abierta. Sonreí al verla observándome por el reflejo del espejo y contemplaba como incorporaba un cubo de queso entre sus labios para luego morderlo con rebeldía. Llegando al estribillo me señaló y yo hice mi parte señalando hacia el espejo.

– Feed my eyes... Can you sew them shut... ♪ –

En plena sintonía seguimos divirtiéndonos hasta que la canción finalizaba por completo y sentí frío al quedarme únicamente con el sostén y el pantalón de vestir. Belén se quitó su camisa y me abrigó con ella, a medida nos mirábamos un momento y resolvimos cenar así, desarregladas, despeinadas, rezando que nadie tocara a la puerta, pero por sobre todo libres.
Al finalizar la cena, ayudé a levantar y limpiar. Luego movilizamos la mesa contra la pared y me dispuse a comenzar mi investigación de la mañana. Y como Belén me había contado su día de entrenamiento en el destacamento y los pesados ejercicios por parte del alunado Mayor Ramírez, yo hice mi parte mientras sustraía el bloc de notas de bolsillo.

Iba siendo la madrugada, desmenucé un borrador abandonado que había hallado en uno de los tantos cajones en la mesas de luz, encima de una guía telefónica. Con las hojas y cinta scotch, procedí a crear un mapa conceptual de mis investigaciones. Al centro, ilustré un signo interrogante mientras, conformando un círculo amplio fui dibujando líneas que apuntaban a otras posibles temáticas.
Aún desconocía si todo tuviese alguna relación implícita, pero tenía un presentimiento y, como se trataba de algo privado, me dediqué a establecer posibles conexiones que imaginaba, planeando ser más certera sobre la marcha.
Entre diversos círculos, separé a las Industrias Fansma de los hospitales público y privado, el crimen/accidente de David Attheu relacionado con los coches americanos, el cigarrillo alojado en la escena, las huellas de neumáticos en dirección hacia calle Gibraltar y la huella azul estarlina en el guardabarros del coche del detective. Luego, los numerosos desaparecidos diferenciados por año, junto a Margarita Cañada del Restaurante Doña Margaret. Entre los desaparecidos, Karina Páez contaba con una línea de relación con su madre, Malena Salas quién la esperaba hacia 2 años,
Asimismo, del lado opuesto, los círculos también referenciaban al expediente secreto, el Comisario General Baltrán, el Juez Salazar, el Mayor Ramírez, el técnico de huellas Ricardo Pétrico, mi perito compañero, Tomás Bidonte, quién ayer estaba ausente y decía conocer lo suficiente al detective fallecido D. Attheu, como para saber que no fumaba y, no podía faltar, un círculo para Romeo Artemis.
Relacioné líneas entre las huellas de neumáticos hacia calle Gibraltar y el Hospital Público, ubicado en Moreno 570 esquina Gibraltar. Mientras que, en relación con los hospitales, formé un círculo con el nombre del arquitecto Gerardo Izfarat.
En otra serie de círculos con la clínica privada, conformé circunferencias que contenían al hombre de la calle, el del periódico, el doctor flacucho fanático de chevrolet con una relación estrecha y signos de pregunta hacia el chevy coupé SS azul del 70’. Por último a la mujer de blusa celeste y falda de oficinista que se relacionaba con el vagabundo. Además otro circulo a la viejecita desconocida que había señalado al techo celeste en el hospital público y el muchacho que me había silbado con uniforme celeste. El techo de la clínica privada también era celeste.
Y, en un círculo muy aparte, alejado, escribí cielo/infierno y, debajo, celeste/rojo.




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