El Expediente Secreto de 1980

XIV - ¡Inaudito!

La noche se pasó volando y, producto de tanta reflexión, soñé tantas cosas que no lograba individualizar ninguna temática. A excepción de uno, en el que aparecía Belén Palacios como oficial desaparecida en la portada de un periódico y desperté, tan asustada, casi como si fuese posible. Al verla a un lado de su cama, secándose la melena con una toalla, cubierta por su uniforme, y contemplando la telaraña de papeles y escritos que había plasmado en la pared, me tranquilicé.
Por poco se sobresaltó al verme despertar y musitó:

– Esa alarma natural tuya es mucho mejor. Pensaba en llamarte en diez minutos –

Al instante, me senté sobre el lecho, crucé las piernas y presioné mi cuero cabelludo con los dedos.

– ¿Qué pasa, Jaz? –

Negué movilizando el rostro de un lado al otro, al tiempo que cerraba los ojos.

– ¿En qué momento viviste todo esto? –

Indagó de repente, y me quedé sin respuesta. Me voltee rápidamente para ver el reloj despertador encima de la mesa de luz. Marcaban las 7 y punto. Una hora para todo... Sin embargo, el destacamento se hallaba a míseros metros. Me desperecé y me dirigí a darme un baño sin responder a ninguna de las preguntas.
Belén se ofreció a prepararme el desayuno y me limité a murmurar un «gracias» ante el repentino silencio.

– ¿Por qué no estoy yo en tu lista de intereses? – Exclamó de pronto y suspiré. No sos sospechosa, pensaba.

Por fin espabilé al sentir el agua caliente cubriéndome la entera piel. Me anticipé y tomé el jabón antes que volviera a soltarse, a su suerte, hacia los pies. Reflexioné largos minutos y, al abrir los ojos constaté el color celeste del jabón deshaciéndose bajo la lluvia. Mientras que el envoltorio retrataba al cielo, con el sol y las nubes en forma de espuma.

– Cielo – Musité de pronto. Y Belén consultó si hablaba con ella.

¿Por qué estaba tan pendiente de mi? Me pregunté al instante, aunque agradeciera tanto su atención.
Me libré de pronto del masaje capilar del agua tibia y traté de olvidar tales pensamientos. Nuevamente retomaba la pregunta primordial... ¿Cómo podía acceder al expediente secreto?

Entretanto, escuché a Belén canturreando una canción de Blondie, llamada Call me:

– Call me my love. You can call me any day or night... ♪ –

Casi como si me hubiera leído el pensamiento, al término de la canción, Belén se maquillaba en silencio. Sobre la mesa me esperaba una taza de café con leche y dos tostada cubiertas de margarina y mermelada de tomate, una de mis favoritas.
Ella prensaba delicadamente el lápiz labial en el grosor de sus labios, tan diferentes a los míos, casi como gritándome: «¡Envídiame!». Apresurada, probé bocado de una tostada y bebí un largo sorbo de café.
Al advertir su descontento, la abracé por la espalda y le susurré, al oído:

– Gracias –

Y, aunque parecía molesta, al sentir mi afecto, se soltó un poco y liberó una mueca de alegría. Más tarde, volvió a preguntar:

– ¿Vas a decirme por qué no estoy ahí? ¡Veo muchos nombres de varones!– A lo que le respondí: –Vos no sos sospechosa–

Y en lo que besaba su mejilla y me disponía a soltarla, me pintó los labios con el mismo lápiz y sentí un cosquilleo que me obligó a tomar distancia.

– Quieta Jaz, tenés que verte bien –

No hay tiempo, pensaba. Romeo Artemis estaría contabilizando los segundos para recriminarme una tardanza.
Pasados los minutos, nos dirigíamos al destacamento. Observé al horizonte, con cautela, por calle Las Heras. Creí volver a ver al hombre del periódico, pero no hallé nada. Por lo tanto, ingresé al edificio y recordé mi arma reglamentaria. Hasta Belén tenía la suya y yo aún no asimilaba el hecho de portar la propia.

Para mi asombro, en la oficina del Ricardo Pétrico, me aguardaba un cinturón con un revolver envainado y municiones aparte. Únicamente estaba él en el interior y, con mi llegada me solicitó al instante, previa atención de Romeo Artemis que se hallaba de espalda ojeando papeleo.
Estaba tan involucrada en el caso que perdí el tacto de Belén Palacios. Siquiera llegué a despedirme y noté su cruce de miradas y el esbozo de sus sonrisas con un muchacho que aguardaba fuera de la oficina de la DDI.
Así, me hallaba oyendo los susurros de aquél conservador simio, quién no soltaba la pelota antiestrés bajo ningún termino, pero mi mente persistía fuera. Me indagaba constantemente quién era el muchacho aquél, fuera de la oficina.

– Cualquier dato, por menor que sea, que descubras tenés que comunicármelo, ¿estamos? –

¿Y por qué? Pensaba de pronto, al oír su frase. Siquiera me dejaban acceder al expediente. ¿Cómo pretendían que investigara algo?

– ¿Entendiste Cadete Neia? –

Aunque imaginara una negativa, asentí de forma irracional.

– Acá tenés tu arma reglamentaria. Espero que sepas usarla y que no sea un accesorio de colección para tu disfraz. ¿Alguna duda? –

¿No era evidente? Solo me tenían como la mascota representante de la policía bonaerense. La que no entiende absolutamente nada, junto al condecorado detective federal. ¿Cuál era la razón de que no pudiera palpar el expediente?

– Necesitamos tener un diálogo de confianza. No olvides que sigo siendo tu superior –

Asentí, de mala gana.

– Entonces. ¿Qué te preocupa? –
– Nada. –

Claramente había algo, pero no lo conseguiría de este viejo cascarrabias.

Y, para mejorar mi simpatía, golpearon la puerta de la oficina con suma torpeza. No demoré en reconocer de quién se trataba.

– 1 minuto y 43 segundos tarde, cadete – Exclamó el peluquín, Romeo Artemis.

Yo que creía que habíamos comenzado a entendernos... La realidad operaba de otra manera. En tanto tomaba el cinturón con mi arma reglamentaria enfundada, me volteaba decididamente a abandonar la oficina y murmuré:




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