El Expediente Secreto de 1980

XV - Silencio en Torcuato

Me dirigía al Ford Falcon fuera del destacamento. Esta vez, no necesité voltearme a recibir una despedida, presentía que Belén no me miraba. Mentalmente me indagaba adónde iriamos esta vez. Y nada había cambiado. Romeo Artemis ya me aguardaba al volante, con su peluca y sombrero correspondientes.
Me acomodé en el asiento de acompañante, pero algo había sido modificado, la radio policial se encontraba encendida.
En lo que el vehículo arrancaba, el Inspector comenzó a dialogar.

– Anoche el Juez Salazar me permitió inspeccionar el expediente –

No podía ocultar la relación de sentimientos entre ira y envidia que sentía al oírle. Era probable que incluso Pétrico conociera dicho expediente.

– No nos equivocábamos en algunas observaciones. Sin embargo, ninguno de los detectives prestaron atención en la arquitectura de las clínicas. Por lo tanto, me adelanté al cometido del día –

Sus palabras solo me confundían más. ¿Por qué investigaba a un arquitecto de probablemente 100 años y no a los desaparecidos? ¿Estaría haciendo un rodeo a mi mayor preocupación?
Asentí, como si con ello pudiese estimar su hipótesis desconociendo los registros de León Martins y David Attheu.

– Al parecer los hospitales fueron construidos hace mucho tiempo, pero Gerardo Izfarat se encargó de agregarles reformas. El asunto es que para visitar al señor, de encontrarse con vida, deberemos viajar a 45 km al Sur de Villa Italia –

Alcé el ceño sin emitir respuesta alguna. Me cuestionaba de qué serviría visitarle si probablemente hubiera fallecido ya.
En tanto, el hombre volvió a estacionar el coche en la esquina de Las Heras y Avenida Montevideo. La peatonal se mantenía muy transitada, como a menudo. El hombre de la calle seguía en su sitio típico. Parecía que los días no pasaran y que contemplara una película en vida real. ¿Mantendrían la rutina también durante las noches? ¿En qué momento ese hombre se retiraría por más cajas de cartón, o bien tendría alguien que le asistiera con ello?

– Deberías solicitar el acceso al expediente para comprender de que va la investigación –

¿No debió solicitarlo usted, ya que le dieron la oportunidad de adquirirlo anoche? Me cuestionaba mentalmente y, para no demostrar molestia, cerré los ojos un leve momento.

– ¿Digo no? Si es que pretende participar de la investigación, cadete. ¿O planea observar todo como una planta sin emitir respuesta alguna? –

Claramente buscaba meter más leña al fuego para que respondiera. No obstante mi atención estaba demasiado ocupada en otro asunto. Seguí reflexionando una y otra vez... ¿Qué pudo entregarle el hombre del periódico al vagabundo? Trataba de recordar como iba vestido, pero fue imposible. A lo mejor Belén pudiera haberle visto, aunque tuviera los ojos demasiado ocupados en mi cabello.

– ¿Está cansada, cadete? –

Negué y volví a abrir los ojos. En medio del alboroto de gente, advertí como el hombre de la calle colgaba un artículo de periódico y la situación me llevó a descender del coche y dirigirme adónde él se hallaba.
Para cuando Romeo Artemis se percataba, yo me hallaba cruzando la Avenida Montevideo y sus llamados fueron injustificables:

– ¿Cadete Neia? –

Avancé hasta internarme en la peatonal y, aunque no tuviese nada en claro me aproximé al vagabundo.

– Hola señor, disculpe – Musité nerviosa y, tardíamente, recordé que con mi uniforme él se sentiría aún más afectado que yo.

– Hola oficial. Soy Noe –

Me asombró que se presentara en suma confianza, pero nada me alejaba del objetivo.

Desde el coche, el inspector Artemis descendía y, aunque se dispusiera a alcanzarme, optó por quedarse cerca de la radio policial.

– Encantada de conocerlo Noe. Mi nombre es Jazmin Neia, soy detective y me encuentro investigando sobre los desaparecidos. Imagino que usted podría ayudarme mucho –

El hombre, de repente, retrocedía y se volteó, dándome la espalda.

– Disculpe oficial, pero estoy muy, muy, muy, muy ocupado –

Aunque no comprendiera su imprevista reacción, señalé al artículo de periódico que hubiera colgado en el cordel.

– ¿Me permitiría ver eso? – Le consulté con severidad.

Furtivamente, el hombre regresó la mirada y, a medida me observaba parecía contemplar algo a mi espalda. Quizás se tratara del restaurante Doña Margaret...

– Eh... ¿Esto? –

Tomaba el artículo, por tanto asentí. Aunque dudaba si no tuviese más en su poder, sentí que con ese sería suficiente.
De pronto, advertí como le temblequeaban las manos al entregarme el papel. Tan sucias estaban sus manos que las recubrían unos guantes mordidos.
Comprendía que algo preocupaba al hombre y, tras la entrega, decidí marcharme sin devolver la mirada.

– Gracias Noe – Murmuré, en tanto conservaba el artículo en mi bolsillo para no levantar sospechas y me encaminé de regreso al coche.

Al ingresar al asiento de acompañante, el detective federal hizo lo mismo y exclamó:

– ¿Qué has hecho, cadete? –

Mantuve silencio y contemplé la situación.
Desde el Restaurante Doña Margaret se aproximaba aquella mujer que en el día anterior nos hubiera ofrecido café en la clínica privada. En esta ocasión portaba un elegante vestido vintage celeste y un blazer rústico de algodón encima. Una vez más, le servía un emparedado sobre una servilleta y Noe se notaba intranquilo, como si hubiera cometido un grave error al corresponderme. No obstante, recibió el alimento y se sentaba sobre la calzada, a medida que la dama le frotaba la cabeza con los dedos, como si se tratara de un cachorro. Luego, erguía el rostro de lado observando a nuestra dirección y, para no generar más discordias, tomé el artículo de mi bolsillo pretendiendo descubrir de qué se trataba.
Entretanto, en su fluida contemplación, Romeo Artemis descubrió a aquella mujer y se sobresaltó:




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