Así fue que regresé a la residencia, reuní todos los documentos plegados con cinta scotch. Encima, solté el bloc de notas, cargué un vaso de vidrio con agua potable y observé con detenimiento la misteriosa llave, tratando de discernir cómo ingresar a la clínica privada.
Observaba, de repente, el puzzle de artículos sin leer con atención. Los enormes caracteres de sus titulares se mezclaban y adosaban unos sobre otros. Algunos poseían fotografías y otros eran narraciones bíblicas de palabras, sin espacios ni pausas.
En lo que aguardaba la llave en el bolsillo de jean, me senté para leer detenidamente. Algunos artículos más antiguos que otros, asemejaban a un desorden de piezas. Por alguna razón, Lorenzo Mendiavales no incluía fechas en los recortes. No obstante, algunas noticias eran muy recientes, como el fallecimiento del Inspector David Attheu y, así también, el título de hace unos días sobre el sospechoso encuentro de un cadáver en un predio abandonado. Sobre este artículo, con una fibra fosforescente se hallaba una anotación que a luz diurna no lograba individualizar. Procedí a colocarme unas gafas recetadas por atigmatismo que rara vez utilizaba y encendía una lámpara. Luego, rodee el artículo con mis manos y generando una sombra delicada, alcancé a leer... «Jorge Latorre»
– ¿Se conocían? – Me indagué en voz alta y persistía en la investigación.
Así conecté a Mendivales con Latorre en mi diagraba de ideas y procedí a leer el siguiente artículo. El mismo respondía a un antiguo accidente, cuya fotografía contenía una pequeña leyenda que describía: «Derrumbe del Puente Las Flores. 1986»
Sorprendida, posé la birome entre mis labios y solté el titular. La anotación fosforescente respondía a otro nombre.
– Acaso este Mendiavales... – Balbucee reflexiva ante el silencioso atardecer que minuto, tras minuto, devenía.
El nombre respondía al Inspector León Martins. Y aunque conocía la causa de su muerte, no comprendía porque Mendiavales tendría noción de los detalles.
Otro recorte describía el descubrimiento de un cadáver en un predio abandonado. Y aunque el artículo se asimilaba al de Jorge Latorre, la coloración del periódico estaba bastante amarillenta. Pensé que podía tratarse de un diario diferente, pero al leer el nombre en fosforescente me quedé sin palabras. Leí el artículo con cautela y el mismo describía el hallazgo de un cadáver que habría muerto por intoxicación oral. Un caso similar al de Jorge Latorre, aunque el nombre en fosforescente respondía a Alan Sarcángelo.
Palidecí breves momentos y revisé los nombres que había tomado de los listados de desaparecidos. Alán Sarcángelo, al igual que Isabel Merlo y Jorge Latorre pertenecían a los desaparecidos del 84’.
Se trataba del mismo nombre en el que reflexionaba al leer el expediente. Tomé los artículos, quité las cintas y los adherí a mi investigación. Luego seguí leyendo y se nombraba a David Attheu que investigaba un caso de desaparecidos y en la entrevista afirmaba que Sarcángelo era uno de lo más intensamente buscados.
– ¿Por qué lo buscabas a él, Attheu? – Me indagué en voz alta.
Otros recortes hacían referencia a denuncias por servicios ilícitos por empresas que no estaban aclaradas, como así también el desempeño de un abogado que defendía los intereses de industrias Fansma.
Observé detenidamente el nombre en fosforescente y respondía a: «C. Izfarat».
– C. Izfarat... ¿El hijo de Gerardo Izfarat? –
Romeo Artemis estaba cerca de descubrir algo de coyuntura al investigar un asunto tan insólito como la arquitectura y renovación de los Hospitales. Y, al instante, recordé al Doctor Izfarat en la clínica privada Galán, que había llegado para proteger los intereses del director de la misma.Todo indicaba que el abogado defendía los intereses de Fansma y, por ende, de las clínicas privadas.
Al oír pasos y un diálogo fuerte fuera de la residencia, tomé la mayoría de recortes que no había conectado con mi investigación y los oculté en el cajón de la mesita de luz. Luego comprendí que se trataba de Belén dialogando con la vecina y me volteo pensativa...
¿Por qué David Attheu buscaba intesamente a Alan Sarcángelo? ¿Qué era lo que él podía saber?
La puerta cedió ante el giro del picaporte y Belén llegaba agotada pero ansiosa. Alcancé a verla, se soltaba la melena atada que descendía como una hermosa cabellera lacia y dorada. Luego se quitaba la gorra de policía y, más tarde, los lentes vintage.
– ¡Jaz! Amiga –
Siquiera conseguí advertir en qué momento posó los lentes y la gorra sobre la mesada, que se abalanzó sobre mí en un profundo abrazo. Me mantuve inmóvil, sin palabras, y murmuré:
– ¿Y eso qué? –
Así no la viera, presentí su sonrisa y sentí la mezcla de su perfume con el sudor laboral. Algo comprensible que también yo vivía a menudo.
– Lo necesitaba – Exclamó de repente. – ¿Cómo estas? –
Asentí. Como si con ello respondiera a algo. Pero, supongo que su intuición le ayudaba a reconocer que me sentía con normalidad. En tanto me soltaba del cálido abrazo, me observó cara a cara, a medida se acomodaba la melena.
– Adivina qué –
Y respondí con un gesto de pocos amigos. Admito que para hacerlo creíble recordé a Romeo Artemis.
– Me dieron unos días de descanso para acompañarte y los cadetes Elías y Román adelantaron su receso para cobrarse tu promesa –
– ¿Mi prom...? – Respondí, tomándome de los labios. Tardíamente recordé que me habían salvado de acusarme frente al comisario Jerónimo Baltrán y el mayor Ramírez por desmayarme en la vía pública.
Acepté, por instinto, y Belén se retiró entre risas al excusado, al tiempo que vociferaba:
– Vamos... Nos divertimos un rato, tomamos algo y un merecido descanso después –
En lo que escuché que abría la flor de la ducha y la lluvia replicaba contra el suelo, presentí que cualquier negativa de mi parte se convertiría en un nuevo reclamo. Por lo tanto, guardé silencio y permanecí unos instantes observando mi investigación.