El Expediente Secreto de 1980

XXIX - ¿Sueño o Pesadilla?

Ricardo Pétrico solicitaba mi presencia en la oficina de la DDI y no hacía falta para que Belén me hablara, con su mirada había un discurso claro de molestia por portar su ropa. Asimismo, en desconocimiento que Tomás Bidonte había iniciado el escándalo, conversaban de par en par, sin importar sus labores ni las obligaciones. Se oía el denso cuchicheo delante de todos los espectadores. A saber de qué podrían hablar al término de aquella situación.

En la oficina de Pétrico no había nadie más presente que él y yo.
Como a menudo, el hombre aguardaba cómodamente aguardaba en su asiento. Aunque fuera el primero en aplaudir ante mis declaraciones, me costaba olvidar su comentario sobre «vestirse para burdel». Casi reconociendo tal detalle me invitó a sentarme, pero mi respuesta fue una negativa. Además, buscando cierta formalidad, enderezó la espalda y quitó los mugrientos calzados de encima de la mesada.

– Lamento mi comentario despectivo, Detective. Y siento la necesidad de manifestar lo orgulloso que estoy por sus palabras y empeño –

Siquiera le transmití agradecimiento alguno. Lo encontraba fuera de lugar, puesto que yo había dicho algo tan natural que no debía generar asombros, ni festejos, sino un merecido respeto.

– ¿Y bien? Cuénteme. ¿Cómo lleva la investigación? ¿Puedo asistir de manera alguna? –

Al instante le respondí, a pesar que no dialogara lo suficiente y el tono de mi voz maravilló al técnico de huellas. – Ciertamente –

Tan pronto el hombre se abría de manos, se disponía a cualquier solicitud que le propusiera.

– Necesito a alguien que me ayude en la detección del propietario de un coche determinado –

Ricardo sonrío como si tuviera al individuo adecuado en mente e indagó: – ¿Cuenta con la patente, detective? –

Me sorprendía que de todos los caballeros, fuese el único que con pleno orgullo me nombrara como detective. Uno en millones que reconocían que el oficio carecía de géneros.
Tras suministrar el código de la patente, el hombre se irguió, retirándose de la oficina. Tan pronto que siquiera oí respuesta alguna y le esperé sin saber por cuánto tiempo. Los diálogos en el departamento de policía afloraban con normalidad, los llamados telefónicos, algún reo fastidiado dando explicaciones sobre sus malas decisiones y un denso y trémulo arranque de la van, que hacía temblar los recuadros de una de las páredes. Al parecer testeaban el vehículo y la cochera se encontraba contigua.

De repente, Ricardo Pétrico llegó abrazando con una extremidad el hombro de un introvertido muchacho que vestía una camisa blanca, una corbata rallada y un pantalón de vestir gris oscuro. Portaba unos lentes y estaba impecablemente peinado. Esbelto, con una figura delicada y una fisonomía de cohibido que se notaba a leguas.

– Él puede ayudarte en lo que sea junto a su ordenador – Anunció Ricardo y el gentil muchacho se presentó con diálogo pausado y un tono de voz un tanto fino, que le atribuía mayor juventud.

– Buenas tardes detective. Me llamo Luis Vicente Aguilar. Puede llamarme Vicente –

A medida que se presentaba, surcaba el dedo índice por encima de su oreja, como peinando su cabello.
Sin más palabras, asentí. El muchacho mantenía la vista al suelo y sonreía en respeto pero no parecía a gusto respecto al tacto del técnico de huellas.

– ¿En qué puedo ayudar? – Indagó luego. Y, tomando mi bloc de notas, pasé las páginas y comenté:

– Necesito conocer el propietario de un coche abandonado, patente: B₁787617 –

A tiempo refutaba Ricardo – ¿Abandonado? ¿En Villa Italia? – Y volví a asentir.

Al parecer se veía como una situación extraña y Vicente, indiferente al resto de los hombres me miraba a los ojos a medida se comunicaba.

– Enterado detective, le pasaré el informe lo antes posible – Respondió, movilizando las manos a medida dialogaba. Por mi parte, agradecí contemplando como se retiraba con elegancia. 

Tras retirarse, Ricardo Pétrico regresó a su escritorio para masajear la pelotita antiestrés. Yo aún permanecía de pie desde que había ingresado a la oficina.

– Ese muchacho es un ejemplo de laburante. De los más ágiles, haciendo magia con las bases de datos. Un perfecto muchacho a pesar de su condición –

«A pesar de su condición» habría dicho el prejuicioso gorila. Y es que no habían condiciones para trabajar, salvo costumbres anticuadas que permitían a la sociedad criticar lo que se les hiciera anormal. Sin más, reflexionaba: ¿Por qué debíamos normalizar la vida en las personas? ¿Qué garantía teníamos de que un individuo 100% acorde a las normas y costumbres fuese más eficaz que el resto? Ninguna.

Suspiré y me reservé el comentario en respuesta. Reconocía que esa visión lapidaba al héroe y le tornaba en un hombre homofóbico. No obstante, solo él me había presentado a Vicente y, por lo tanto, omití debatir, agradecí y me retiré para seguir con mi feria.

Libre de sospechas me encaminé, por fín, hacia la residencia. Imaginaba que el atardecer generaría novedosos escándalos con Belén. En el tiempo en que nos conocíamos no habíamos discutido en ninguna ocasión, salvo por como vestía cierta conductora en un noticiero. Ambas éramos atentas por igual, pero pensábamos diferente a la hora de vestir. ¿Y quién no? No todas nacemos iguales en una fábrica biológica. Somos diversas, únicas, así coincidamos en algún rasgo. Sin embargo, ante miradas prejuiciosas, acusadoras y de tantísimas otras formas de mirar, la interpretación es compartida. ¿Cómo podía ser que no se vieran al espejo para comprender que no somos un especimen humano diferente? 

Y aunque tanto lo reflexionara, sabía que era difícil congeniar. Volví a mi meta, ingresé al hogar, comencé a desvestirme y, ante el silencio de la calle, me aproximé hacia la ventana. De pronto me sobresalté al individualizar a un coche americano que lentamente avanzaba pr+oximo a la vereda.
Volteándome de espaldas, junto al cristal, tomándome de los labios como si pudieran oírme, observé el reflejo en el espejo. El coche se detenía y el conductor, apenas una silueta visible, cernía la mirada hacia el interior. Ante innumerables posibilidades, contemplé el plano con mis ideas respecto al caso. Me cersioré que fuese imposible de advertirse desde la ventana, en lo que me planteaba la necesidad de unas cortinas. ¿Por cuánto tiempo llevábamos cambiándonos y desconociendo tan pequeño detalle? ¿Sería acaso posible que estuviera tan metida en el caso que hubiera pasado por alto tal detalle?




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