El Expediente Secreto de 1980

XXX - El misterioso Taxista

Tan pronto se activaba mi deseo de supervivencia, me maquinaba no descender del lecho en ausencia de luz. Y cuando me planteaba las próximas acciones, sentí de donde provenía aquél siseo. Intenté orientarme, hacer oídos sordos al resto del panorama y, habiendo notado el ruido en el interior del excusado, avancé raudamente y cerré la puerta. Creía haber derrotado a la criatura y volteée para encender las luces. Asustada, me vestí y tomé un escobillón para hacer frente al temor. Debía ingresar al excusado, así la idea turbia fuera opuesta a mi coraje, debía... debía enfrentar a mis propios miedos.
Me hallaba dispuesta, cuando de pronto ví mi arma reglamentaria sobre el escritorio. Solté la escoba y fui por el revolver. Yacía dispuesta a descargar todas las municiones, luego de patear la puerta.
Era consciente que todo el mundo se enteraría de tal escenario. No obstante, se trataba de una situación de vida o muerte. ¡Pudo haberme mordido mientras dormía!

Busqué internarme, dispuesta a todo. Entonces, encendí las luces y agradecí que los azulejos fueran blancos para reducir la atención a cualquier sombra larga de dos metros que provocara tal siseo.

Mi patada se oyó en toda la cuadra y, quizás también mi alarido de batalla enfrentándome al miedo. Más pronto, me sentí estúpida, el excusado estaba vacío y el denso siseo provenía del chorro de agua de la flor de la ducha. Suspiré montones de ocasiones alertando mi pálido semblante en el reflejo del espejo. El cabello se soltaba de a tantos. Unos cuántos pelos más, suficientes para alarmar a cualquiera. Los solté por el inodoro y presioné el botón, buscando esconder cualquier huella que pidese preocupar a Belén Palacios.
Una vez fuera, me dirigí hacia el lecho. Debía saber que hora era. Por lo tanto, tomé el despertador y permanecí atónita unos minutos. Quién sabe cuánto tiempo dormí...
Confuso se encontraba el tránsito normal en mi vida  y, nuevamente advertía la ausencia del calendario encima de la pared. No sólo contribuía a mi investigación sino a mi vida diaria.
Eran prácticamente las 3 de la madrugada. ¿Habría acaso dormido todo el día? Me sentía tan descansada, que asemejaba haber desconectado mi mente de cualquier pensamiento por al menos dos días. Percibí un intenso mareo, y el desconcertante devenir de las dudas me obligó a cuestionarme. ¿Dónde estaría Belén? ¿Tantas horas se hallaría ocupada en el supuesto día de feria? ¿Sería acaso por el asunto de solicitar presencia policial ante los reos que abusaron de nosotras?

Inevitablemente, viendo la hora, reí por obstinada. Su lecho jamás se había destendido. Las sábanas permanecían uniformes y encima el cubrecama granizado lo recubría todo, hasta ocultar la almohada.¿Estaría acaso con Tomás? Me indagué, demorando en reconocer cuánto me molestaba.
Traté de retomar mis deberes y comprendí que afloraba un sepulcral vacío en torno a mis recuerdos de las últimas horas. No había actualizado mis hipótesis y, lo que era peor, sentía que había dejado estar algo de suma importancia.
A medida discurrían los minutos reflexionaba. No era como si hubiera proseguido la investigación durante la madrugada.
Entretanto cabilaba, opté por desayunar muy temprano y, luego, enjuagar mi boca, lavar los dientes y contemplarme al espejo. Me veía tan pero tan pálida que asimilaba a un cadáver. Y en lo que acababa, salí a prisa del excusado. Aún sentía incomodidad respecto a mi fobia hacia las serpientes. Habiendo sido una pesadilla, se sentía tan real que me mantenía traumada. Caminé en círculos en el interior de la residencia. Decidí por limpiar mi uniforme policial, en el lavamanos, con jabón blanco y cepillo. Previamente, revisé los bolsillos por si hubiera olvidado algo. Y el silencio se convertía en una constante en el ambiente.
El sonido del agua me aterraba, a diferencia de a quiénes sienten paz en la naturaleza. En mí, simbolizaba la soledad y no se trataba de cualquier soledad. Me horrorizaba la idea de quedarme completamente sola en el mundo y lo que me calmaba en tales momentos era la terapia musical. Escuchar como me cantaban al oído era suficiente como para transmitirme energía e intención. Así, retomé mi discman y canturreaba otra de las canciones de Mercury que tanto me gustaban.

– Is this the real life? Is this just fantasy? Caught in a landslide. No escape from reality –

Mantenía los ojos cerrados sintiendo el piano, por más que me instaran a abrirlos y percibía como el agua avanzaba de entre mis manos. A medida la canción proseguía, fue inevitable recordar a mi madre y comencé a ordenar todo y cada esquina, acompañada por la melodía.
Tan pronto pasaban los minutos, el hit finalizaba y me reponía lo suficiente como para retomar las riendas de mi vida.
Ante un ensordecedor silencio, me dirigí hacia mi diagrama de investigación, apagué el discman y marqué una interrogante en el Torino Esmeralda. Recordé por fín en lo que me hallaba y estaba suficientemente despierta que opté por ir al Departamento de Policia, para descubrir si hubieran novedades por parte del operador Aguilar.
Para mi sorpresa, tocando las 4 de la madrugada, había movimiento policial en las calles y logré oír tantas sirenas de patrullas que me invitaron a seguirles la pista.
Nuevamente, de civil, me aproximaba hacia el destacamento. Nada más ingresar, me asombré ante el silencio. Apenas aguardaban dos operadores y Verónica Albelo, la secretaria del comisario Baltrán. Algo grande sucedían y no había sido notificada.

– ¿Dónde están todos? – Exclamé, desorientada. Y, por suerte, Vicente Aguilar se hallaba presente. En lo que se proponía responder, su camarada, un muchacho dedicado a la búsqueda de sanciones por infracciones de antigüedad, interrumpió el diálogo: – Eso es información confidencial. –

Ante la súbita contestación me encontraba indignada. Al punto de tener que presentar mi identificación para conocer más al respecto. Siquiera logré conseguirlo que el muchacho de mal genio, respondió:




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