El Hijo del Magnate

CAPÍTULO X. ¿QUÉ OCULTAS?

GABRIEL.

Todo marcha bien, los pasantes han sorprendido en cada área, principalmente Camil quien a pulso se ha ganado su puesto, me ha dejado sorprendido, descubrió un error garrafal que le hubiera costado a Zenith millones.

Camil no solo destacaba, brillaba. Sí es brillante, perspicaz y determinada. Se muve con una gracia discreta, en las reuniones siempre la noto observando, haciendo apuntes.

Hay algo en su manera de trabajar que me intriga; tal vez es su habilidad para encontrar soluciones que otros pasan por alto, o quizás es el destello de pasión que veo en sus ojos cuando habla de un análisis que ha hecho.

Pero últimamente, siento que algo ha cambiado en ella. Se la ve distraída, cansada, como si llevara un peso invisible que nadie más puede ver.

La tengo bajo la mira, quiero ver por cuánto tiempo más fingirá qué no me conoce. La estoy presionando cada día y más ahora que será parte del equipo que llevará la cuenta de Langston Holdings.

Hace unos días la llamé a mi oficina para ver su reacción, le dije que quería hablar con ella, no de trabajo si no algo personal, pero ella parecía no captar lo que le quería dar a entender. Se que algo me oculta y se que no tiene nada que ver ni con la empresa ni con el proyecto, es algo en ella que no está bien y se lo hago saber.

Pero ella alega que está bien, pero su rostro, su semblante me deja entre ver otra cosa.

Hoy al fin me había desocupado un poco, ya que logramos llevar la cuenta de Langston Holdings. Este era otro logro para Zenith Capital Partners.

Lo primero que pensé fue ir a buscarla, pero rápidamente me arrepentí, no quiero presionarla, además no se como decirle que soy el hombre con el que ella pasó aquella noche en el club.

Tomo mi teléfono y le marco a Daniel para que me informe de ella y su paradero.

Buenas tardes señor.

—Daniel, qué sabes.

—Estaba a punto de llamarle, señor, hay un problema.

—¿Qué sucede?

—Ella ha ido a una clínica…

—¿Qué?

—Estoy investigando señor… al parecer esta es una clínica donde se practican abortos.

Clínica de aborto, aflojo mi corbata.

—Me informan que acaba de salir del lugar.

—¡Que la sigan!

—Señor usted no…

Corto la llamada, miro mi reloj, estoy a dos horas de la ciudad. Tomo las llaves y subo al coche. Estoy en shock, las palabras clínica de aborto suena en lo más profundo de mi cabeza.

Eso quiere decir que ella… No quiero ni pensarlo, muevo mi cabeza, golpeteo el volante con la punta de mis dedos. Me quito la corbata, siento que me asfixia, suelto los botones de mi camisa, acelero más. Quiero verla y saber qué es lo que pasa.

Dos horas después aparcó frente a su edificio, saco mi teléfono y le marco, la desesperación me abruma a cada segundo.

—Camil, necesito hablar contigo. Ahora —digo de forma autoritaria apenas contesta.

—¿Ahora? Es tarde, señor Jeams —responde ella.

—Lo sé, pero es urgente. Esto no es sobre el trabajo. Estoy afuera de tu edificio —le informo, para que se de cuenta de la gravedad de la situación.

Salgo del auto e ingreso al edificio, espero en el vestíbulo, meto mis manos al bolsillo, no quiero parecer desesperado.

—¿Dónde estabas? —pregunto al verla.

—Eso no es asunto suyo —responde en el mismo tono.

La miró, su rostro parece triste, sus ojos están rojos e hinchados, como si hubiera llorado, un vacío se forma en mi pecho.

—¿Estás bien? —pregunto suavizando mi tono.

—No —contesta de inmediato.

—Podemos ir a un lugar donde podamos hablar tranquilos, creo que tenemos mucho de qué hablar —afirma con la cabeza.

La guió hacia mi auto, siento un temblor en todo mi cuerpo. Conduzco hasta mi casa, al llegar la hago pasar.

—Dime que esta pasando hace un momento dijiste que no estabas bien, dime que tienes —digo después que rechazara mi atención hacia ella.

Ella se pone a la defensiva contestando qué porque me preocupo por ella, le hago saber que hay algo de lo que debemos hablar.

—¿De qué habla, no comprendo?

—Se quien eres Camil Duncan —me mira. —Pero primero quiero que me digas que estás ocultando —digo sin medir mis palabras.

—No comprendo señor, que quiere decir con ello, acaso piensa que soy algún espía —niego.

No se si creer que en verdad no sabe quien soy, su rostro está más pálido de lo usual.

—No hablo de eso, Camil —Frunce el ceño.

—¿Entonces qué es? —pregunta con un atisbo de inocencia.

—Dime que estás ocultando —me mira nerviosa. —¿Qué ocultas? —la miró con seriedad. —¡Camil!

—Yo.. —lleva su mano a la boca. —donde puedo vomitar —mi ceño se frunce.

Se levanta y empieza a ventilarse con la mano.

—No, ahora no —murmura.

—Sígueme —digo guiandola al baño.

Apenas entra se inclina en el lavamanos, espero afuera, estoy impaciente por escuchar qué es lo que tiene que decir.

Este era el momento para aclarar la situación, era ahora o nunca. Si no lo confronto ahora, esta incertidumbre seguira consumiéndome.

—Lo siento —dice al salir del baño.

—¿Y bien? —preguntó esperando su respuesta.

—No se como decir esto —mueve sus manos de forma nerviosa.

—La paciencia no es una de mis virtudes, Camil.

—Es que no se como decirlo y pienso que usted lo sabe mejor que yo.

—¿De qué hablas?

—Señor Gabriel usted dijo que sabe quien soy. Porque no me revela la verdad y yo me sincero con usted. En dado caso si va acorde con lo que yo sospecho —su mirada me escanea. —creo que si no supiera quien soy no me buscaría para hablar, para usted solo sería una pasante más no es así —solo la miro.

—Siéntate —le indicó. —¿Qué es lo que sospechas?




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