Maxim se quedó mirando fijamente la puerta por la que acababa de salir su nueva profesora de inglés junto con la bibliotecaria.
—¿Vas a seguir devorando la puerta con la mirada? —no aguantó más Yura, amigo y compañero de clase de Maxim—. ¿Me oyes? ¿O te has quedado mudo?
—Déjame en paz —gruñó Maxim—. Estaba pensando que será difícil cumplir con la nueva tarea.
—¿La que nos dejaron en clase? —no entendió Yura.
—¿Eres tonto o qué? ¿Con qué tienes la cabeza llena? —Maxim se irritó aún más—. Hablo de la tarea que nos asignó Kyrylo.
—Ah, ya... —recordó Yura.
—Baja la voz, podrían escucharnos. Creo que me voy. Nos vemos mañana.
Maxim se dirigió a la parada de autobús. Era un chico alto, moreno, de complexión atlética y ojos negros. En el brazo tenía tatuada una serpiente que se enroscaba hasta el cuello. No podía dejar de pensar en Sofía Oleksandrivna. Simpática, voz agradable… Hasta le dio pena pensar en lo que le iba a suceder.
«¿Qué me pasa? ¿Me estoy ablandando?» —pensó Maxim, sentándose en el banco de la parada—. «Desde el principio sabía en lo que me estaba metiendo. Nunca me había preocupado... hasta esta vez. Tal vez es porque ella es muy atractiva. He estado con muchas chicas, pero ninguna se compara con Sofía Oleksandrivna».
El chico sonrió al recordar su rostro. En ese momento ya iba en el autobús camino a casa, donde lo esperaba su madre. Vivían solos los dos. El padre de Maxim era camionero de larga distancia, así que siempre estaba en ruta. A veces llegaba con su enorme KAMAZ, pasaba dos o tres días en casa y volvía a salir de viaje.
A Maxim le molestaba la actitud fría de su padre. Siempre había sido así. Desde niño, no recordaba haber recibido de él una palabra cálida ni un abrazo.
Una vez, cuando Maxim era aún pequeño, se había caído de la bicicleta y se lastimó mucho la pierna. Su madre corrió a ayudarlo, le puso hielo, lo abrazó y lloró con él. El padre, sin embargo, lo miró con desaprobación.
—Los hombres no lloran —le dijo con dureza—. Si quieres ser fuerte, aprende a soportar el dolor.
Maxim no respondió. Guardó ese momento para siempre. Desde entonces, se prometió no mostrar debilidad. Ni siquiera frente a su madre.
Quizás por eso se volvió tan distante. El chico frío con tatuajes, siempre callado, con mirada desafiante, que no permitía que nadie se acercara demasiado. Aunque tenía amigos como Yura o Kolya, incluso con ellos no compartía sus emociones. A veces se reía, salía de fiesta, pero nadie conocía sus pensamientos más profundos.
Una vez, Kolya trató de bromear con él:
—Oye, Max, ¿no te gustará la profe de inglés, verdad?
Maxim le lanzó una mirada tan dura que Kolya no se atrevió a seguir hablando.
—Mejor cállate —le dijo en voz baja, casi amenazante—. No te metas en lo que no entiendes.
Ese día, después de salir del instituto, Maxim decidió ir a ver a Kolya antes de regresar a casa.
—No pensé que vendrías, siendo primero de septiembre —comentó Kolya al abrirle la puerta.
—¿Y qué? Vine porque quise. Si no hubiera querido, no venía. ¿Y tú, estuviste en casa todo el día?
—Ajá. Pero mañana ya me voy a recoger la cosecha al jardín.
Maxim echó un vistazo a la habitación desordenada, buscando una silla. Finalmente encontró una, la arrastró y la colocó frente a Kolya, que estaba sentado en la cama fumando un cigarro.
—Escúchame bien y respóndeme con sinceridad.
—Está bien. ¿Qué pasa? Hace tiempo que no te veía tan serio.
—Entonces, ¿vas a trabajar al jardín? ¿Para quién?
—Para Zabuga Oleksandra... No recuerdo su segundo nombre.
—Ya veo. Tiene un jardín enorme... —Maxim hizo un gesto con las manos—. Pero no me interesa el jardín, sino los que viven en su casa.
—Sé quiénes son —aseguró Kolya—. La dueña, Oleksandra, el jardinero Nayk, y hace poco se mudó su sobrina.
—¿Sonya?
—Exacto. ¿Y tú cómo lo sabes? ¿Y por qué me estás interrogando así? No te entiendo, Max.
—Sofía Oleksandrivna es mi nueva profesora de inglés.
—Ah, ya entiendo... —Kolya sonrió—. Empiezo a ver por dónde va la cosa.
—¿Qué cosa? —Maxim se puso en guardia.
—¿Cómo que qué? Quieres saber más de la profesora para ganarte su favor y sacar mejor nota. ¿Acerté?
Maxim se tranquilizó al oír esto. Ocultó el verdadero motivo de su interés. Mentalmente pidió perdón a Kolya, porque tendría que no solo engañarlo, sino también usarlo. La información que obtuviera sería necesaria para futuras acciones.
—¿Qué sabes de Sonya?
—Casi nada. Solo que le pasó algo malo y por eso se mudó aquí.
—¿Qué cosa?
—No lo sé. Pero ¿por qué la llamas Sonya?
—¿Y cómo quieres que la llame? —Maxim lo miró confundido—. ¿Tiene otro nombre?
—Se llama Sonya, sí —confirmó Kolya—. Pero para ti no es Sonya, es Sofía... ¿cómo era?
—Oleksandrivna —le ayudó Maxim—. ¿Y qué más da?
—¿Te gusta, verdad? ¿A que sí, muchacho?
—No digas tonterías. Solo quiero que me cuentes todo lo que sepas de ella y de los que viven allí.
—Si es importante para ti, no hay problema —prometió Kolya.
—¿Y cuánto tiempo vas a trabajar allí?
—Toda la temporada. Hay buena cosecha y mucho trabajo.
Maxim salió de casa de Kolya de buen humor. Ahora tenía a alguien de confianza en esa casa. Recibiría mucha información útil que le pasaría a Kyrylo, y este quedaría satisfecho.
Maxim sabía perfectamente que había mordido el anzuelo que Kyrylo le había lanzado. Y ahora estaba obligado a obedecer todas sus órdenes. Pero valía la pena... de eso estaba convencido.