Maxim no sentía nervios, sino todo lo contrario: calma y serenidad. Había imaginado mil veces cómo liberaría a su amada de las cuerdas, cómo la tranquilizaría y cómo ella correría a sus brazos. ¿Acaso no era eso lo que deseaba? Ganarse su afecto y amor a costa de una mentira. Sabía que engañar estaba mal, pero cuando se trataba de sentimientos, no quería pensar de otra manera. Y cuando llegó el momento, Maxim estaba listo para actuar.
El chico golpeó la puerta con todas sus fuerzas, aunque sabía que estaba abierta. Lo hizo para que Sofía Oleksandrivna lo oyera entrar, para que sintiera su fuerza.
—¡Ni un movimiento! —gritó Maxim con todas sus fuerzas, empuñando un cuchillo sin saber realmente para qué servía aquel juguete—. ¡Aléjate de ella!
Drozd, sonriendo, obedeció la orden de Maxim. Luego simularon una pelea. Sonia, que no podía ver por el vendaje en los ojos, entendió por los ruidos que alguien había venido a rescatarla. Escuchaba cómo se rompían los muebles. La voz de su salvador le resultaba familiar, pero no podía recordar de quién era.
—No se preocupe —escuchó decir—. He venido a liberarla.
El chico le quitó la venda de los ojos, desató las cuerdas. La tomó de la mano sin darle tiempo a reaccionar por la sorpresa y la sacó rápidamente de la casa. Sonia estaba confundida, desorientada. Pero sabía que tenía que agradecerle.
—Maxim…
—Después —la interrumpió él—, hablaremos después. Ahora hay que escapar, antes de que regresen los bandidos. Ahí está mi moto.
Cuando el chico arrancó la motocicleta, Sonia se subió detrás de él y partieron. Pronto, el huerto apareció en el horizonte, y la chica se alegró al verlo. Se aferraba con fuerza a Maxim, ya que él conducía a gran velocidad. Sentía el calor de su cuerpo, y de pronto, ese calor le pareció tan agradable que cerró los ojos.
Maxim se detuvo junto al huerto.
—Bájese —ordenó él.
—Maxim, te estoy muy, muy agradecida por haberme rescatado. Pero… ¿cómo supiste?
—Anoche fui a su casa —empezó a relatar la historia que ya había inventado y planeado con antelación—. Quería hablar con usted, disculparme. Pero de repente vi cómo se acercaban dos hombres enmascarados. Al principio me asusté...
—¡Tenías que haber llamado a la policía! —lo interrumpió Sonia—. O al menos entrar corriendo a la casa y pedir ayuda.
—No lo pensé, me bloqueé. Pero luego vencí el miedo y comencé a seguir el coche en el que se la llevaban. Quería irrumpir de inmediato en la casa donde la tenían retenida para salvarla, pero había demasiados delincuentes. Así que esperé. Pasé toda la noche escondido entre los arbustos. Y cuando vi que salían, por fin actué.
—Gracias —le repitió Sonia con gratitud—. Pero aun así debiste llamar a la policía. Pudiste haber salido herido.
—Eso ya no importa, Sofía Oleksandrivna. Usted está a salvo, y eso es lo único que cuenta. Vaya, su tía debe de estar muy preocupada.
—No, espere —dijo ella.
Maxim también bajó de la moto y se acercó a Sonia. Se posicionó frente a ella, tan cerca como pudo. Sus labios se veían suaves, sensuales, tentadores. El deseo lo envolvió por completo y no pudo contenerse: la besó con pasión. Al darse cuenta de lo que hacía, apartó la mirada.
—Perdóneme —murmuró casi en susurro, se subió rápido a la moto y se marchó sin darle oportunidad de decir nada.
Sonia se quedó paralizada. Al recobrarse, decidió que pensaría en eso más tarde. Ahora lo más importante era correr a casa y advertirle a su tía que no entregara el dinero, ya que ella ya estaba a salvo.
La tía Oleksandra estaba sentada en el sillón, pensativa, con el teléfono móvil entre las manos. La leña crepitaba en la chimenea, y el calor del fuego llenaba la habitación. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto.
—¡Tía, estoy en casa! —exclamó Sonia apenas la vio.
Se abrazaron con fuerza. Luego de calmarse un poco, Sonia comenzó a contar lo sucedido.
—Ya es tarde... —Oleksandra volvió a sentarse, agotada—. Ya entregué el dinero. Y cuando te vi en la puerta, pensé que los secuestradores te habían soltado como prometieron.
—¿Usted les dio el dinero? Qué pena que no llegué a tiempo… —dijo Sonia con tristeza—. Pero no fueron ellos quienes me liberaron. Fue Maxim quien me salvó.
—No hay que lamentar el dinero —la consoló su tía—. Lo importante es que estás bien.
—Tenemos que llamar a la policía —dijo Sonia con determinación—. Tenemos un testigo.
—Olvídate de esa idea. Esos desgraciados amenazaron con hacernos pagar caro si intentábamos algo así. Dijeron que no tendríamos paz.
—¿Y si de todos modos no piensan dejarnos en paz? ¿Y la próxima vez vuelven a hacer lo mismo?
—No lo creo… Aunque, ¿quién sabe cómo será? Pero tomaré medidas. Instalaremos una alarma, pondremos cámaras alrededor del jardín y contrataremos a un guardia —decidió Oleksandra—. Lamento no haberlo hecho antes.
—Tía, Maksym sabe dónde está la casa donde me tuvieron —Sonia no perdía la esperanza de convencerla de acudir a la policía—. Los secuestradores deben ser castigados.
—Eso no nos servirá de nada, Sonia. Estoy segura de que ya se encargaron de borrar cualquier prueba.
Finalmente, Sonia accedió a no denunciar el caso, aunque la duda no dejaba de rondarle por dentro. Su tía le propuso que llamara al trabajo y dijera que estaba enferma, para que pudiera subir a su habitación, descansar y recuperarse de lo vivido. Nadya le llevaría el desayuno.
Pero Sonia en realidad quería ir a trabajar... solo para ver a Maksym. Aun así, el cansancio le ganó, y cambió de idea. Se dio una ducha y se metió en la cama.
No podía dejar de pensar en Maksym, en su beso. Debería haberlo apartado, pero no le dio tiempo. ¿Acaso esperaba que él la besara? En absoluto.
Recordó a Anton. Sintió que le había sido infiel a ese sentimiento que compartieron. Pero Anton había muerto. Ya no estaba. Sonia pensaba en los dos al mismo tiempo, hasta que se quedó dormida.