"El jardín de los deseos secretos"

12

Pasó el invierno, la primavera, y por fin llegó el verano. Oleksandra caminaba lentamente por el jardín. Sentía que lo hacía por última vez. Cuántos recuerdos tenía ligados a ese lugar…

Se acercó a los cerezos. Alguna vez los había plantado con sus propias manos siendo apenas unos brotes, y ahora eran árboles grandes, cargados de frutos. Cerró los ojos y respiró el aroma de sus rosas favoritas. Un soplo de aire fresco la envolvió. Oleksandra se emocionó y rompió en llanto.

—¡Adiós, jardín! —gritó de pronto con todas sus fuerzas.

El abuelo Naik, que estaba cerca, escuchó el grito de su patrona y se apresuró a su encuentro. Preocupado y con la respiración agitada, sin entender nada, al fin dijo:

—La oí gritar. ¿Qué ha pasado?

—Perdón por asustarte, Naik… —suspiró Oleksandra—. Sentí con todo mi corazón que ha llegado el momento de despedirme del jardín.

—¿Se va a algún sitio? —preguntó él, aunque ya sabía que no era así.

—Para siempre… —Oleksandra se secó las lágrimas—. ¿Damos un paseo por el jardín?

Ella tomó del brazo al abuelo Naik y juntos comenzaron a caminar despacio entre las hileras de árboles. Pasaron unos diez minutos antes de que Oleksandra rompiera el silencio:

—Mi enfermedad ha empeorado, y ya nada me ayuda. Estoy perdiendo las fuerzas, y cada vez me siento peor. Se me apaga la esperanza de seguir viviendo… Y entiendo que esto es el final.

El abuelo Naik quiso replicar, pero Oleksandra negó con la cabeza, indicándole que no la interrumpiera.

—Solo escúchame, Naik. No le tengo miedo a la muerte, me aterra más que mi querida sobrina se quede sola. He dejado este jardín y la casa en testamento a Sonia, porque sé que ella los cuidará, y este lugar la ayudará a sobrellevar la tristeza. Además, tiene amigos que la apoyarán. Me refiero a ti, a Nadia, a Valentina, a Víctor… y también a ese tal Maksym, en quien, lamentablemente, no confío del todo. Pero veo que a Sonia le gusta hablar con él, ayudarlo con el inglés. Así que no me opongo.

Oleksandra suspiró.

—Pero lo que más me duele... es el alma por mi hijo. No deja de estar en mis pensamientos. Me muero de ganas de tener a Andriyko cerca... Pero, por desgracia, no me necesita. Ni siquiera le importa este jardín. Lo vendería sin dudarlo. Por eso solo le dejé mis ahorros. Espero que algún día lo entienda.

—¿Quizá deberíamos llamarlo? —sugirió Naik con timidez.

El anciano sentía dolor. Amaba a Oleksandra —por su bondad, por su inteligencia, por su cuidado. Para él, ella era una amiga, una mujer digna de respeto, alguien a quien agradecía por el trabajo, por su confianza, por su humanidad. Le helaba el alma el miedo de perderla y le dolía aún más saberse impotente para ayudarla.

—No hace falta llamarlo —dijo Oleksandra con calma—. ¿Me escuchas? No lo hagas. Andriy sabe que estoy enferma, pero no le importa. ¿Lo entiendes, Naik? Siempre lo supe, pero nunca lo demostré.

—Qué lástima… No merece una madre como usted. Perdón si me atrevo a decirlo.

—No te disculpes, Naik, no hay nada que perdonar. A pesar de todo, lo quiero y me preocupa. Porque es mi hijo, mi sangre… Y le perdono su indiferencia.

Unos días después, durante la cena, Oleksandra perdió el conocimiento. Llamaron a una ambulancia. Tardaron en hacerla reaccionar, y Sonia pensó que su tía había muerto. El pánico se le subió a la garganta, el corazón le golpeaba el pecho, al borde de un ataque de histeria… Pero de pronto notó un leve movimiento en el cuerpo de Oleksandra, y esa pequeña señal de vida alivió su angustia.

Los médicos ordenaron acostarla de inmediato y le prohibieron estrictamente levantarse de la cama.

Sonia no se apartaba de su lado, sosteniéndole la mano. Las lágrimas amenazaban con desbordarse, la ahogaban, pero se mantenía firme. Sabía que ya no había nada que hacer. La persona más querida se estaba yendo… Condenada a morir.

Los recuerdos llegaron como una ola. Sonia revivía toda la bondad, el cuidado, el calor que había recibido de Oleksandra. Ella le había devuelto la fe en que la vida es hermosa, incluso con todas sus penas, su dolor y sus pérdidas.

El amanecer llegó sin avisar. Los primeros rayos del sol se colaban tímidamente entre las cortinas, llenando la habitación con una luz suave.

—Sonia… ¿qué hora es? —susurró Oleksandra, abriendo los ojos.

—Ya son las siete. No hable, por favor, guarde sus fuerzas —Sonia se arrodilló junto a la cama, apretando con ternura la mano de su tía.

—Te agradezco… por estar a mi lado todo este tiempo. Te quiero mucho. Eres para mí como una hija… La hija que nunca tuve —susurró Oleksandra con voz apenas audible—. Quiero que seas fuerte. Que no te entristezcas. El jardín te ayudará. Vive… Disfruta cada instante. Enamórate y déjate amar. Sé feliz…

Tenía que decirlo.

—Yo también la quiero mucho —susurró Sonia, sin poder contener las lágrimas.

Más tarde, Sonia llamó a Andriy y le dijo que su madre podía morir en cualquier momento. Al otro lado del teléfono se escuchó un murmullo confuso, y Sonia no logró entender del todo lo que intentaba decir. Pensó que quizás estaba explicando que no podría venir.

Pero vino. Ese mismo día.
El día en que su madre murió.

Mucha gente vino a despedir a Oleksandra. Amigos, conocidos, colegas con quienes había trabajado, e incluso aquellos que nunca la conocieron pero quisieron rendirle homenaje.

Maksym también vino a apoyar a Sonia, al igual que sus compañeros de trabajo. Las personas trajeron muchas flores…

Incluso el jardín parecía despedirse de su dueña. Como si se hubiera entristecido, paralizado por el luto. Una brisa suave pasó entre los árboles, y una hoja solitaria se desprendió de una rama. Giró en el aire, como dudando, y luego se posó suavemente sobre el ataúd que llevaban por el sendero del jardín.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.