La mansión de Hollow Hill parecía estar despierta. Mientras el sol apenas asomaba sobre el horizonte, los Devereaux se encontraban reunidos en el centro del salón, rodeados por las sombras que ahora se movían con una vida propia. La puerta seguía bloqueada, y las ventanas, antes simples salidas, eran ahora espejos opacos que reflejaban la desesperación de la familia.
La casa vibraba suavemente, como si un pulso latente se extendiera a través de los pisos y paredes, resonando en sus cuerpos. Emily, John, Sophie y Lucas se sentían atrapados en un limbo, en un juego cruel del que no conocían las reglas. Cada paso que daban, cada rincón que exploraban, parecía acercarlos más al núcleo oscuro de la mansión, donde se escondían secretos que preferirían no descubrir.
John, decidido a no rendirse, llevó a su familia de vuelta al salón. Intentaba mantener la calma, pero el terror asomaba en cada uno de sus gestos. Emily lo veía buscando respuestas en su teléfono, en los diarios y en los viejos mapas de la casa, pero cada intento terminaba en frustración. Sabía que la esperanza de salir de allí se desvanecía rápidamente.
—Tenemos que entender qué quiere la casa —dijo John finalmente, con la voz tensa—. No podemos salir, pero tal vez podamos negociar.
Emily lo miró con incredulidad, como si la sola idea de negociar con la mansión fuera una locura. Pero la desesperación hacía que cualquier cosa pareciera posible.
Lucas, sentado en un rincón con los ojos fijos en el vacío, comenzó a murmurar algo, con una voz baja y entrecortada. Sophie lo escuchó primero y se acercó, tratando de entender lo que su hermano decía. Cuando Emily se agachó a su lado, pudo oírlo con claridad:
—La casa tiene hambre. Quiere algo a cambio. Todos pagaron… todos los Devereaux pagaron.
Emily sintió un escalofrío al escuchar aquellas palabras. Lucas, con solo ocho años, hablaba como un anciano que hubiera visto demasiado. Su voz no era suya, sino la de un eco distante, como si hablara con los recuerdos de generaciones pasadas atrapadas en las paredes.
Sophie, temblando, tomó la mano de su hermano y sintió que estaba fría como el hielo. Intentó apartarlo de aquel trance, pero Lucas se resistió, manteniendo la mirada perdida en las sombras.
—Lucas… ¿qué ves? —preguntó Sophie, conteniendo el miedo en su voz.
El niño la miró, pero sus ojos estaban vacíos, como si algo lo hubiera suplantado. No respondió. Emily y John lo sacudieron con suavidad, tratando de despertarlo, pero Lucas seguía hablando en ese tono extraño, susurrando nombres que nunca habían oído antes.
Finalmente, Emily lo abrazó y logró que susurrara algo más claro:
—El sótano… allí es donde está el final.
John miró a Emily, y ambos supieron que no tenían otra opción. Si querían respuestas, si querían sobrevivir, tendrían que enfrentar lo que se ocultaba en las profundidades de la casa. La mansión parecía empujarlos hacia allí, guiándolos hacia un desenlace que estaba escrito mucho antes de que ellos nacieran.
Bajaron al sótano con precaución, llevando consigo linternas y lo que pudieron encontrar para defenderse. Las escaleras de madera crujieron con cada paso, y el aire se hizo más espeso y húmedo, cargado de un olor a descomposición. A medida que se adentraban, la luz de las linternas parecía volverse tenue, casi absorbida por la oscuridad.
El sótano era un laberinto de habitaciones pequeñas y túneles estrechos que se extendían más allá de lo que deberían. Paredes de piedra antigua se alzaban a su alrededor, cubiertas de musgo y manchas oscuras. En el fondo, encontraron una puerta de madera maciza, cerrada con un candado oxidado. John trató de abrirla a la fuerza, y al segundo intento, la madera cedió con un golpe seco.
La habitación detrás de la puerta era más amplia, llena de símbolos tallados en las paredes y en el suelo. En el centro, un círculo de piedra, marcado con runas y manchas secas, parecía ser el corazón de la casa. Las runas se iluminaban levemente, pulsando al ritmo de un latido sordo que llenaba el aire. Sobre el círculo, una figura espectral se deslizaba lentamente, una sombra que parecía cambiar de forma, alargándose y retorciéndose como humo atrapado.
Emily se acercó, incapaz de apartar la mirada. La figura tenía el mismo semblante que el retrato del ático: una silueta delgada y borrosa, pero sus ojos eran pozos oscuros, llenos de una ira reprimida y una profunda tristeza. Sophie y Lucas se quedaron atrás, demasiado asustados para moverse.
—¿Quién eres? —preguntó John, su voz temblorosa pero firme.
La figura no habló, pero las runas en el suelo comenzaron a brillar con más intensidad. Un sonido gutural, una mezcla de susurros y gemidos, llenó la sala, como si cientos de voces atrapadas gritaran al unísono. Y entonces, John comprendió: la figura era un Devereaux, uno de los primeros, atrapado en el mismo ciclo que ahora intentaba consumir a su familia.
Emily sintió una presión en el pecho, como si la casa la estuviera aplastando. De repente, las voces se volvieron claras, hablando directamente en su mente:
"Cada generación debe pagar. Cada vida debe ser ofrecida para mantener el equilibrio. Esta casa es un altar, y ustedes son el sacrificio."
Emily retrocedió, pero la figura se abalanzó hacia ella, atravesándola como una ráfaga de aire helado. Cayó al suelo, jadeando y sintiendo un dolor agudo que se extendía por su cuerpo. John intentó ayudarla, pero el suelo bajo sus pies comenzó a temblar, y las paredes se cerraron aún más, sellando la salida.
Sophie y Lucas gritaban, atrapados en un rincón mientras las sombras danzaban a su alrededor, formando rostros y manos que se alargaban hacia ellos. Lucas comenzó a convulsionar, como si algo intentara salir de su cuerpo. Sophie lo sostuvo con todas sus fuerzas, pero sentía que lo estaba perdiendo.
La figura se alzó una vez más sobre ellos, con los ojos vacíos y la sonrisa torcida. John, desesperado, se arrodilló en el centro del círculo de piedra y gritó: