El viento aullaba con una furia sobrenatural, sacudiendo las ventanas de la mansión Devereaux como si quisiera arrancarlas de sus marcos. La nieve caía en densas ráfagas que bloqueaban la luz del día, sumiendo a la casa en una penumbra perpetua. Emily, John y Sophie se adentraron en las profundidades de la mansión, donde la oscuridad era más espesa y las paredes parecían susurrar secretos antiguos.
Sabían que su destino estaba en el sótano más profundo, un lugar que se había mencionado en los documentos y leyendas familiares como “el corazón de la mansión”, un punto de convergencia donde las energías espirituales se entrelazaban y donde el tercer sello debía ser restaurado. Sin embargo, lo que les esperaba allí abajo era incierto, y cada paso que daban los alejaba más de la seguridad relativa de las zonas superiores.
Los tres descendieron lentamente, sosteniendo sus linternas con manos temblorosas. Las escaleras crujían bajo sus pies, y el aire se volvía más frío y denso a medida que bajaban. El pasillo que conectaba con el sótano principal estaba cubierto de moho y telarañas, y un hedor a humedad y descomposición llenaba el ambiente. Se sentía como si estuvieran descendiendo a las entrañas mismas de la casa, donde el tiempo y la realidad se disolvían.
—¿Estás segura de que es por aquí? —preguntó John, mirando de reojo las sombras que parecían alargarse y contorsionarse a su alrededor.
Emily asintió, aunque su voz temblaba con una mezcla de miedo y determinación. —Es lo que indican las escrituras. El “corazón de la mansión” es donde todos los caminos se encuentran, y ese lugar está justo debajo de nosotros. No tenemos otra opción.
Llegaron a una puerta de madera maciza, cerrada con un antiguo candado oxidado. Al tocarlo, sintieron una vibración extraña, como si la propia puerta estuviera viva, palpitando al ritmo de un latido irregular. Sophie, nerviosa, tomó un viejo llavero que habían encontrado en la cámara de los artefactos y probó una de las llaves. Para su sorpresa, encajó perfectamente, y el candado se abrió con un crujido metálico.
Al cruzar la puerta, fueron recibidos por una cámara vasta y oscura. El sótano era mucho más grande de lo que habían imaginado, con techos altos que desaparecían en la penumbra y pilares antiguos que sostenían la estructura como si fueran los huesos de un ser colosal. En el centro, un círculo de símbolos grabados en el suelo brillaba tenuemente, pulsando con una luz espectral que parpadeaba como una llama a punto de extinguirse.
—Este es el lugar —dijo Emily, señalando el círculo—. Aquí es donde el último sello debe ser restaurado.
Pero antes de que pudieran acercarse, un cambio repentino en el aire los hizo detenerse. La temperatura bajó bruscamente, y una neblina oscura comenzó a arremolinarse en el centro del círculo, creciendo y tomando forma. De la niebla emergió una figura alta y encorvada, envuelta en sombras. Su rostro era un vacío negro, con solo dos puntos brillantes que servían como ojos. Era una presencia inquietante, y la sensación de peligro se apoderó de los tres.
—¿Quién… o qué eres? —preguntó Sophie, tratando de mantener la compostura.
La figura oscura no respondió de inmediato. En lugar de ello, emitió un sonido bajo y gutural, un susurro que parecía resonar en todos los rincones de la cámara. —Soy el guardián de este lugar… y el último vestigio de lo que una vez protegió esta mansión. Ustedes buscan restaurar lo que ha sido dañado, pero no entienden el verdadero precio.
Emily se adelantó, enfrentándose a la entidad con valentía. —Hemos venido a restaurar el tercer sello. Necesitamos mantener la entidad sellada. ¿Cómo podemos hacerlo?
El guardián la observó en silencio por un momento, sus ojos brillando con un resplandor inquietante. —El sello que buscan proteger ha estado roto durante demasiado tiempo. Las energías de la casa han cambiado, y con ellas, los espíritus que aquí habitan. Para restaurar el último sello, uno de ustedes debe ofrecerse como vínculo. Sin un sacrificio, la restauración no será completa, y la entidad se liberará.
Las palabras del guardián cayeron sobre ellos como una sentencia de muerte. Sophie miró a Emily y John con incredulidad. —¿Un sacrificio? Eso no puede ser. Debe haber otra forma.
John, con el rostro pálido y una expresión de determinación, se adelantó, colocando una mano sobre el hombro de Emily. —No hay tiempo para dudar. Si uno de nosotros no se ofrece, todo estará perdido.
Emily negó con la cabeza, las lágrimas llenándole los ojos. —No, no podemos hacer esto. No después de todo lo que hemos pasado. Debe haber otra manera de restaurar el sello sin pagar este precio.
El guardián extendió una mano espectral hacia el centro del círculo, y en su palma apareció un cristal oscuro que pulsaba con una energía sombría. —Este cristal es la llave. Aquel que lo sostenga tomará el vínculo con el sello, y su energía será absorbida para restaurarlo. Pero una vez hecho, no hay vuelta atrás.
Sophie, desesperada, intentó buscar alguna otra opción en los pergaminos, pero todas las instrucciones indicaban lo mismo: un sacrificio debía ser hecho. Los tres se miraron, el peso de la decisión aplastándolos. La mansión estaba viva a su alrededor, vibrando con una tensión palpable, como si aguardara su elección.
Finalmente, John dio un paso adelante y tomó el cristal. —Haré esto. Es la única forma de protegerlos a todos.
Emily intentó detenerlo, pero John se mantuvo firme, apretando el cristal en su mano. —Es mi decisión. He luchado junto a ustedes y no puedo dejar que esto termine en desastre. Si mi sacrificio puede asegurar la seguridad de la mansión y sellar a la entidad, entonces lo haré.
El guardián asintió lentamente, y las sombras a su alrededor comenzaron a envolver a John, conectándolo al círculo de símbolos. El cristal brilló con una intensidad cegadora, y John cerró los ojos mientras la energía fluía a través de él, cargando el sello con su vida.