El Legado de las Sombras

Capítulo 30: Los Secretos de Victor Devereaux

Victor Devereaux había vivido toda su vida en la sombra de la familia, relegado a los márgenes de una historia que parecía destinada a repetirse. Nacido de una relación prohibida entre un Devereaux y una mujer que nunca fue aceptada por la familia, Victor fue criado lejos de la mansión, en un pequeño pueblo al otro lado de las montañas. Su madre, Evelyn, era una mujer de carácter fuerte, pero marcada por el peso de los secretos de los Devereaux, secretos que solo reveló a su hijo en los últimos días de su vida.

Desde niño, Victor escuchaba los susurros sobre la "casa maldita" y las tragedias que la rodeaban. Las historias de espíritus, muertes inexplicables y la eterna sensación de que algo maligno acechaba en los terrenos lo atormentaban incluso a kilómetros de distancia. A medida que crecía, esos cuentos se convirtieron en una obsesión silenciosa. Victor siempre sintió que su destino estaba intrínsecamente ligado a la mansión, aunque no entendía cómo.

La relación con su madre fue la única ancla de cordura en su vida. Evelyn había conocido el amor de un Devereaux y, aunque su unión fue condenada por la familia, jamás habló con odio de ellos. En cambio, le enseñó a Victor sobre los horrores que los Devereaux habían intentado esconder durante generaciones. Hablaba de sellos y rituales, de una capilla oculta en el bosque, y de una entidad antigua que habitaba en el corazón de la casa. Pero lo más inquietante que le reveló fue sobre el Núcleo: un lugar donde convergían todas las energías oscuras de la familia y que, según las leyendas, podía ser el origen y la solución a la maldición que los asolaba.

Cuando Evelyn enfermó, sus últimas semanas estuvieron llenas de febriles revelaciones. En medio de delirios y febrículas, le contó a Victor sobre el pacto que los Devereaux habían sellado siglos atrás con una entidad desconocida. No había sido un simple maleficio, sino un trato desesperado para salvar la familia de la ruina económica. El precio, sin embargo, fue la condena de todos los descendientes a sufrir la presencia de espíritus y demonios que habitaban en la mansión.

En sus últimos días, Evelyn entregó a Victor un conjunto de documentos antiguos, heredados de su padre. Mapas de la mansión y la capilla, anotaciones sobre rituales, y, lo más importante, un diario que pertenecía a uno de los primeros Devereaux que se enfrentó al Núcleo. Este diario detallaba los primeros intentos de sellar la entidad y los sacrificios que costaron. Los relatos eran aterradores, llenos de desesperación y advertencias. La última entrada describía una visión apocalíptica del Núcleo, un lugar de oscuridad pura que se alimentaba de las almas atormentadas de la familia.

Victor dedicó los siguientes años de su vida a estudiar esos documentos. Se obsesionó con la idea de que, de alguna manera, él podría romper la maldición. Pero el Núcleo no era un lugar al que se pudiera acceder sin una preparación extrema. Intentó en más de una ocasión acercarse a la capilla que Evelyn había mencionado, pero siempre encontró obstáculos, como si la casa misma estuviera tratando de mantenerlo alejado.

A los veintisiete años, Victor decidió abandonar todo y se mudó a una pequeña cabaña cerca de los terrenos de la mansión, pero permaneció escondido, vigilando de cerca los eventos que ocurrían allí. Fue testigo de la llegada de los nuevos herederos, del deterioro progresivo de la mansión y del resurgir de los espíritus. Había llegado a comprender que la mansión no era solo una prisión para los Devereaux, sino un ser vivo que se alimentaba del dolor y la desesperación de los que vivían en ella.

Durante años, Victor se mantuvo en las sombras, recopilando información y trazando un plan para lo que pensaba que sería una última oportunidad para acabar con la maldición. Conocía cada rincón de la mansión sin haber entrado jamás. Sus estudios le revelaron que los sellos, aunque poderosos, no eran eternos. La entidad en el Núcleo estaba cada vez más cerca de liberarse, y no había sellos ni rituales que pudieran contenerla para siempre.

Fue durante este tiempo que Victor descubrió una verdad que lo llenó de temor y determinación: los Devereaux no eran solo víctimas de su propia avaricia y desesperación; la entidad que se encontraba en el Núcleo era un fragmento de algo mucho más antiguo y terrible, algo que había sido arrancado de su plano original y aprisionado en la mansión. El pacto inicial no solo había maldecido a la familia; había condenado a la entidad a un ciclo interminable de odio y violencia.

Victor también descubrió que la entidad tenía una conciencia, una voluntad propia que manipulaba y controlaba a los miembros de la familia, empujándolos hacia la locura y la tragedia para alimentarse de su sufrimiento. Los sellos no eran más que una distracción, un modo de retrasar lo inevitable. La única manera de acabar con la maldición era enfrentarse directamente al Núcleo y encontrar una forma de destruir la conexión entre la entidad y la mansión.

Con el tiempo, Victor llegó a entender que su propia existencia no era una coincidencia. Su madre le había enseñado lo suficiente como para saber que él tenía un papel crucial que desempeñar en la historia de los Devereaux. Se preparó mental y físicamente para el día en que podría entrar en la mansión y enfrentar a la entidad. Pero cuando finalmente sintió que estaba listo, la mansión se sumió en un caos aún mayor con la llegada de Emily, Sophie y John, los últimos herederos que se atreverían a desafiar los secretos de la casa.

Victor observó desde la distancia cómo los tres intentaban desentrañar los misterios de la mansión, restaurar los sellos y protegerse de los espíritus que los acechaban. Fue testigo del sacrificio de John y del coraje de Emily y Sophie, y supo que había llegado el momento de revelar su presencia. Sabía que no podía enfrentar al Núcleo solo, y que, aunque las jóvenes no confiarían en él de inmediato, necesitaban unir fuerzas para tener alguna posibilidad de éxito.




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