El Legado de las Sombras

Capítulo 33: El Llamado del Pozo

El frío se había instalado en los huesos de la mansión, como una escarcha perpetua que se negaba a desaparecer. Emily, Victor y Sophie apenas habían dormido desde su descenso al sótano; los días se fundían en noches interminables llenas de susurros y visiones que los acechaban en la oscuridad. La mansión, ahora más despierta que nunca, parecía respirar con ellos, ajustándose a sus miedos y absorbiendo sus dudas.

La luz verde que emanaba del pozo se filtraba por las rendijas del suelo, colándose como un veneno sigiloso que teñía de sombras los pasillos. Todo lo que tocaba se volvía inestable: los muros temblaban, los espejos mostraban reflejos que no correspondían y los relojes marcaban horas imposibles. Era como si el tiempo mismo se hubiera quebrado dentro de la casa.

Esa mañana, Sophie se levantó con un dolor de cabeza insoportable. Se sintió arrastrada a la ventana, desde donde observó el exterior nevado. Todo estaba en silencio, y la nieve se acumulaba sin piedad sobre los techos y los jardines. La tormenta que se había desatado hacía días no daba tregua, cubriendo el paisaje con una capa blanca que parecía querer enterrar la mansión y a todos los que aún respiraban en su interior.

Mientras miraba, un movimiento captó su atención. A lo lejos, en el límite del bosque, una figura envuelta en sombras se deslizaba entre los árboles. Sophie entrecerró los ojos, tratando de enfocar la vista, pero la figura desapareció como un espejismo. No era la primera vez que veía algo así, pero en esta ocasión sintió una urgencia distinta, como si algo la llamara.

Se dirigió a la biblioteca, donde encontró a Victor, absorto en los antiguos diarios y libros que habían recopilado. Estaba rodeado de notas y papeles dispersos, tratando de descifrar los símbolos y las advertencias que cada vez parecían más relevantes. “Estaba pensando en lo que dijiste ayer”, comenzó Sophie, interrumpiendo sus pensamientos. “Sobre la posibilidad de que no todo estuviera bajo el control de la entidad que destruimos.”

Victor la miró con el ceño fruncido, pero con un interés palpable. “Esas escrituras hablan de fuerzas primigenias, Sophie. De cosas que estaban aquí mucho antes de la familia Devereaux. Y me temo que el pozo es solo el comienzo.”

Emily entró en la habitación, llevando consigo el diario que habían encontrado. “No podemos ignorar lo que está pasando. La mansión está viva, y cada día que pasa nos hundimos más en sus entrañas. Necesitamos respuestas.”

Los tres se dirigieron al sótano nuevamente, incapaces de resistir el impulso de confrontar lo que había allí abajo. Esta vez, la vibración en las paredes era más fuerte, como un pulso constante que resonaba en sus pechos. Bajaron las escaleras lentamente, sintiendo que descendían no solo físicamente, sino también en la comprensión de un horror más grande.

Al llegar al pozo, la luz verdosa era más intensa. Emily se acercó con cautela, y el aire se volvió más denso, cargado de un aroma a tierra húmeda y algo más, algo metálico y agrio. Miró dentro del pozo y, para su sorpresa, la profundidad parecía haber cambiado; ya no era un abismo sin fin, sino que mostraba algo al fondo: una habitación cubierta de runas y sellos antiguos.

“¿Lo ves?”, susurró Victor, inclinándose junto a ella. “Es una prisión. Pero no una común. Está diseñada para contener algo, algo que no pertenece a este mundo.”

De repente, un viento helado emergió del pozo, apagando las luces a su alrededor y sumergiéndolos en una oscuridad total. Emily sintió un tirón en su pecho, como si algo intentara arrastrarla hacia adentro. Sophie y Victor la sujetaron justo a tiempo, tirando de ella hacia atrás con todas sus fuerzas. Pero mientras lo hacían, Emily vio un destello de figuras en el fondo, espectros de personas que parecían atrapadas en una eterna danza de dolor y rabia.

“Nos está mostrando algo”, dijo Sophie, temblando. “Esto no es solo una prisión, es un espejo. Un reflejo de todo lo que ha sido condenado aquí.”

Al retroceder, los tres se dieron cuenta de que el pozo había cambiado nuevamente. Ahora, en lugar de un abismo, había un suelo firme cubierto de símbolos que parecían latir con una vida propia. A su alrededor, figuras etéreas comenzaron a tomar forma, una mezcla de fantasmas y sombras que los rodeaban en silencio.

Uno de los espectros avanzó, un hombre de aspecto cadavérico con los ojos hundidos y una expresión de profundo sufrimiento. Extendió su mano hacia ellos, pero no era una amenaza; su gesto parecía más una súplica. Al tocar el borde del pozo, las runas en el suelo se encendieron brevemente, y la figura dejó escapar un grito desgarrador antes de desvanecerse en el aire.

“Son los guardianes”, dijo Victor, su voz cargada de comprensión y horror. “No nos están atacando. Están atrapados, igual que todo lo demás. Y ahora que la entidad ha sido destruida, su única esperanza de liberarse somos nosotros.”

Emily se sentó en el suelo, abrumada por lo que acababan de presenciar. “Esto es mucho más grande de lo que pensábamos. No es solo la maldición de la familia, es una lucha que ha estado ocurriendo por siglos.”

Los tres regresaron al piso superior, agotados y confundidos. Sabían que no podían enfrentarse a algo tan grande solos, pero también sabían que la mansión no los dejaría ir tan fácilmente. Mientras se sentaban en la sala principal, Victor tomó el diario una vez más, y al abrirlo encontró una página que no había visto antes. Las palabras parecían escritas recientemente, con una tinta que aún goteaba.

“Libéranos o únete a nosotros”, decía la nota, acompañada por un símbolo que se parecía a los que habían visto en el pozo.

Las palabras flotaron en el aire, pesadas y cargadas de intención. No había vuelta atrás. La mansión había dejado claro que los consideraba parte de su historia, y el camino hacia la redención o la condena estaba aún por escribirse. Todo lo que sabían era que la próxima vez que bajaran al pozo, tendrían que estar listos para enfrentar no solo los horrores del pasado, sino también los de un futuro que se entrelazaba peligrosamente con sus vidas.




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