El otoño de Sienna

Capítulo 1

Cuando abrí la puerta de mi apartamento, sentí que el mundo entero estaba sobre mis hombros. Dejé caer las llaves en la mesa de la entrada y me apoyé contra la pared por un momento. El viaje desde el trabajo hasta casa había sido eterno: casi dos horas de transporte público, apretada entre extraños, con el sonido monótono de las ruedas del tren haciendo eco en mi cabeza.

Me quité los zapatos y caminé hasta la ventana del salón. Afuera, el otoño había teñido el parque de tonos dorados y rojizos. Las hojas caían lentamente, como si el tiempo pasara más despacio para ellas que para mí. Apoyé la frente contra el cristal frío, dejando que el silencio me envolviera.

Saqué el teléfono y miré la pantalla. Un mensaje de Erik: "¿Llegaste bien?" No tuve fuerzas para responder. En su lugar, marque el número de mi madre.

—Hola, cariño. ¿Cómo estás? —preguntó ella con su tono de siempre, pero algo dentro de mí se rompió.

Intenté responder, pero las palabras se atoraron en mi garganta.

—Mamá, me siento muy mal —susurré, con una voz temblorosa que apenas reconocí como mía—. No he estado bien estos días y tenía miedo de contarte... Yo no quería que te preocuparas. Pero no puedo seguirlo ocultándolo.

Al otro lado de la línea, mi madre dijo algo, pero no pude concentrarme en sus palabras. Mi mandíbula comenzó a tensarse, como si alguien estuviera apretando un tornillo en mi cabeza.

—Cuando estoy almorzando en el trabajo, mi mandíbula se paraliza a veces... al igual que mis manos...

Las palabras salían con esfuerzo, como si cada una tuviera que abrirse camino entre la parálisis. Traté de seguir hablando, pero de repente, mi mandíbula se bloqueó por completo. Un dolor punzante recorrió mi cara, tan intenso que solté el teléfono.

Caí de rodillas, sin poder preocuparme ni siquiera por el golpe. Mi mente se llenó de una imagen aterradora: mi mandíbula desgarrándose desde dentro. El miedo fue peor que el dolor.

—¡Sienna! —gritó mi madre desde el otro lado del teléfono, su voz cargada de angustia—. ¡Sienna, respóndeme!

Quise hacerlo. De verdad lo intenté. Pero todo se volvió negro.

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Cuando volví a despertar, estaba en el pasillo del edificio, mi madre tenía mi brazo alrededor de su cuello y mis pies iban arrastrándose por el suelo. Traté de preguntar que había pasado pero mis palabras salieron como un tartamudeo incomprensible.

—Mm-mamá... ¿q-qué...?

El sabor metálico de la sangre en mi boca me hizo estremecer. Mi madre me miró con los ojos llenos de lágrimas, pero no dijo nada. Solo apretó los dientes y siguió avanzando.

—No te preocupes, mi niña. Todo va a estar bien —murmuró, aunque su voz temblaba tanto como mi cuerpo.

El ascensor tardó una eternidad en llegar. Intenté mover las manos, pero no respondieron. Estaban rígidas, inertes. Mi mandíbula seguía bloqueada y cualquier intento de hablar terminaba en un sonido gutural que ni siquiera yo entendía.

Cuando por fin salimos del edificio, el viento helado del otoño me golpeó de lleno, pero ya no importaba. Mi madre me ayudó a entrar a un taxi con dificultad, y yo me desplomé en el asiento trasero, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor.

—Al hospital, por favor. Rápido —ordenó mi madre, su voz cargada de urgencia.

Intenté hablar de nuevo, pero solo logré articular con dificultad:

—M-mamá... p-por favor... no m-me dejes...

Mi madre me tomó la mano con fuerza.

—No voy a dejarte, Sienna. No voy a dejarte.

Pero cuando la miré a los ojos, vi en ellos el mismo miedo que sentía yo. Y supe que, por primera vez, ella también estaba perdida.




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