El otoño de Sienna

Capítulo 4

El sonido de la puerta deslizándose interrumpió el silencio de la habitación. Tres médicos entraron, vestidos con sus batas blancas y miradas serias. Mi madre, que estaba sentada junto a mi cama, se puso de pie de inmediato, como si esperara un golpe que ya intuía venir.

Intenté incorporarme un poco, pero mis músculos aún estaban débiles y mi mandíbula seguía rígida. Mi madre me ayudó, ajustando la almohada detrás de mi espalda, y me sostuvo la mano con fuerza, como si con ese pequeño gesto pudiera protegerme de cualquier mala noticia.

—Sienna, los resultados de tus pruebas aún no son concluyentes —comenzó, mirándome con seriedad—. Por ahora, lo que podemos decir es que tus síntomas podrían estar relacionados con el estrés.

Fruncí el ceño. ¿Estrés? ¿Eso era todo? ¿Ese era el motivo por el que mis manos y mi mandíbula habían dejado de responder?

—Eso significa —intervino otro médico— que deberás detener tus estudios y trabajo mientras seguimos haciendo pruebas y asegurándonos de que no haya otra causa subyacente.

— ¿P-pausa...? —murmuré con dificultad, el sonido de mi propia voz distorsionada me resultaba insoportable.

— Si. Sabemos que esto puede ser difícil, pero es importante que priorices tu salud. Además, deberás someterte a controles médicos frecuentes y continuar con el tratamiento para aliviar los síntomas —añadió el médico.

Mi respiración se volvió errática. Sentí el agarre firme de mi madre en mi mano, pero no me ayudó. Una pausa en mi vida significaba quedarme atrás. Significaba que todo lo que había logrado hasta ahora se desmoronaba en un instante.

— ¿Por cuánto tiempo? —preguntó mi madre, con voz temblorosa.

—No podemos decirlo con certeza. Podrían ser semanas o meses, dependiendo de cómo evolucione su condición —respondió el médico—. Queremos asegurarnos de que su sistema nervioso se estabilice.

El peso de esas palabras cayó sobre mí como una avalancha. ¿Cómo se supone que detenga mi vida? Todo por lo que había trabajado, mis sueños, mis metas, todo lo que me habían costado tanto esfuerzo.

—¿Y si no hay mejora? —La voz de mi madre se quebró apenas un poco, pero suficiente para que mi pecho se apretara con fuerza.

—No nos adelantemos aún. —fue todo lo que dijeron antes de despedirse y salir de la habitación.

Mi madre agradeció a los médicos. Yo ni siquiera pude decir algo. Me sentí atrapada en una niebla espesa que me impedía ver el futuro.

El silencio que dejaron tras ellos fue abrumador.

Mi madre aún sostenía mi mano, y cuando la miré, vi cómo sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. Ella no quería llorar frente a mí. Sabía que estaba tratando de ser fuerte, de mantenerse en pie por ambas, pero podía sentir su dolor, su angustia.

—Cariño, esto es por tu bien —susurró, acariciando mi cabello con suavidad.

Quise responderle, decirle que la entendía, que sabía que solo quería lo mejor para mí, pero mi garganta estaba cerrada y mi mandíbula me dolía al tratar de articular alguna palabra.

Con esfuerzo, levante mi mano y señalé su bolso. Mamá me miró, confundida al principio, hasta que entendió.

—¿Quieres tu celular?

Asentí levemente. Ella rebuscó en su bolso y me lo entregó con cuidado.

Lo sostuve con dedos torpes y tecleé un mensaje para ella:

"No quiero pausar mi vida. No quiero quedarme atrás."

Ella leyó la pantalla y su expresión se quebró. Se sentó de nuevo a mi lado y me abrazó con fuerza.

—Lo sé, mi amor... lo sé.

Pero ninguna de las dos podía cambiarlo.

Con el teléfono aún en la mano, abrí mi chat con Erik. Él siempre había sido un apoyo para mí.

Yo: Aún no saben qué tengo. Dicen que puede ser estrés y que tengo que dejar todo por un tiempo.

Erik: Lo siento mucho, Sienna. Sé lo importante que son tus estudios y tu trabajo para ti.

Yo: No quiero parar. No quiero quedarme atrás.

Erik: Lo sé. Pero tienes que cuidarte. No estarás sola en esto.

Exhalé lentamente, intentando procesar sus palabras. Erik siempre supo qué decir para calmarme, pero esta vez no había nada que realmente pudiera hacerme sentir mejor.

Antes de que pudiera responderle, la pantalla se iluminó con varias notificaciones de llamadas perdidas.

Lucian (10 llamadas perdidas)

Mi corazón se hundió. También había mensajes.

Lucian: ¿Por qué no contestas?

Lucian: Sienna, dime dónde estás ahora mismo.

Lucian: ¿Por qué no me avisaste de esto antes?

Lucian: ¿Quién está contigo?

Sentí mi respiración agitarse.

Apreté los labios, sintiéndome sofocada. No tenía energías para lidiar con él. Lo conocía bien y sabía que su preocupación siempre venía acompañada de exigencias. No quería explicarle nada ahora.




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