El otoño de Sienna

Capítulo 6

Lucian no se había movido de mi lado en toda la mañana.

Seguía sentado en el borde de la cama, con sus dedos entrelazados con los míos, como si temiera que si me soltaba, desaparecería.

Afuera, el sol apenas se colaba por entre las cortinas del hospital, tiñendo de dorado los muebles. Yo había dejado de intentar dormir. Había demasiado peso en mi pecho, demasiadas emociones que no sabía cómo ordenar. Todo me dolía: el cuerpo, la cabeza… el alma.

—¿Quieres algo? ¿Tienes hambre? —preguntó él en voz baja.

Negué con la cabeza. Solo quería silencio. Pero no supe cómo pedirlo.

Mi celular vibró débilmente sobre la mesita. No lo tomé. No quería mas notificaciones, ni preguntas, ni voces ansiosas queriendo respuestas que ni siquiera yo tenía.

Lucian lo notó, pero no insistió. Solo me miró con esos ojos oscuros que a veces parecían ver más de lo que quería mostrar. Y otras veces, no veían nada en absoluto.

Unos minutos pasaron antes de que se escuchara el suave golpe de la puerta.

Ambos giramos la cabeza al mismo tiempo.

Erik asomó su cabeza por la puerta, y cuando me vio despierta, su expresión se suavizó. Entró sin decir nada, con pasos tranquilos y una mirada que lo decía todo: alivio, preocupación… cariño. Siempre ese cariño que no necesitaba adornos.

Lucian frunció el ceño de inmediato.

Erik tenía el cabello castaño con reflejos rojizos, que captaban la luz cada vez que se movía. Sus ojos, de un gris oscuro, eran serenos pero intensos. Llevaba una mochila en el hombro, se notaba tranquilo pero sus ojos mostraban preocupación.

—Hola— saludo, su voz se escuchaba algo cansada.

Lucian no devolvió el saludo. Solo lo miró con una mezcla de recelo y fastidio.

Yo forcé una pequeña sonrisa y asentí con la cabeza. Agradecí que estuviera ahí.

Erik caminó hasta el lado opuesto de la cama, el que Lucian no ocupaba, y sin dudar, pasó su mano con suavidad sobre mi cabeza.

Cerré los ojos cuando su mano acarició mi cabello. Era algo que hacía siempre que notaba que estaba asustada o preocupada.

Y yo lo estaba. Más de lo que podía admitir en voz alta. Más de lo que quería que cualquiera supiera. Con Erik no necesitaba explicarlo.

—¿Te sientes un poco mejor? —preguntó, en voz baja.

—Un poco —murmuré.

Lucian se irguió en su asiento. Noté el cambio en su cuerpo, en su mirada, en cómo soltó mi mano apenas un segundo antes de hablar.

—¿Como sabias donde estaba? —espetó, con los ojos clavados en Erik, como si quisiera arrancarle la verdad a la fuerza.

Erik parpadeó, un poco desconcertado, pero sin perder la calma.

—Le escribi a su mamá —respondió, mirándolo—. Me preocupé cuando dejo de responder mis mensajes.

Lucian desvió la mirada por un instante, apretando la mandíbula. La tensión se extendía como una niebla densa por la habitación.

—Curioso que a ti sí te diga dónde está —murmuró, casi para sí mismo.

—No me lo dijo ella —aclaró Erik, firme—. Fue Ana quien me avisó. Me llamó esta mañana. Dijo que probablemente le ayudaría que la visitará.

El silencio se hizo más denso. Casi podía sentirlo en la piel.

Yo respiré hondo, sintiendo la presión crecer entre ambos. Dos partes de mi mundo chocando frente a mí, y yo en el medio, frágil y sin fuerza para mediar.

Lucian me miró, con una mezcla de desconcierto, reproche y algo parecido a dolor.

No supe qué decirle. No tenía fuerzas para justificarme. Ni siquiera estaba segura de tener razones claras.

Solo sabía que Erik no me exigía explicaciones. Solo llegaba. Y eso, en ese momento, era suficiente.

—No fue algo personal —susurré, con la voz aún rota—. Solo… no pude.

Lucian volvió a apretar mis dedos. Su toque no era dulce. Era una especie de reclamo.

—Sienna, yo soy tu novio. Tenía derecho a saberlo.

Quise responder, pero solo lo miré. Quería decirle que no se trataba de derechos. Que a veces necesitaba espacio, que a veces el amor que me daba me asfixiaba… pero ¿cómo decirle eso cuando su mirada estaba llena de tanto dolor?

Erik dio un paso hacia atrás.

—Solo vine a ver cómo seguías y ver si necesitaban algo—dijo, dirigiéndose a mamá, que acababa de asomarse por la puerta.

—Gracias por venir, Erik —respondió ella, con voz suave.

Lucian no dijo nada más. Solo me miró como si esperara que dijera algo que arreglara todo. Pero no tenía nada. Me sentía demasiado débil y cansada.




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