Capítulo 7

—Voy a acompañar a Erik a la salida —dijo mamá desde la puerta. Me dedicó una mirada breve, como pidiendo permiso, y yo solo asentí con lentitud. Lucian ni siquiera volteó a verla. Mamá desapareció en el pasillo junto con Erik, dejándonos solos.

El silencio se instaló con rapidez. Lucian aún estaba sentado al borde de la cama, pero ahora sus hombros estaban más rígidos. Mis dedos seguían entre los suyos, pero su agarre era distinto. No era cálido. Era necesitado.

—Sienna… —dijo en voz baja, mirándome—. ¿Por qué él y yo no?

No necesitaba explicarme más. Sabía a qué se refería.

—No fue personal —murmuré, sin poder sostenerle la mirada.

—Claro que fue personal —respondió él, un poco más alto de lo que esperaba—. Yo soy tu novio, Sienna. Y tu me ignoraste.

Sus palabras me arañaban el pecho.

—A veces solo… necesito calma —dije, con voz apenas audible.

Lucian suspiró, pasándose una mano por el cabello desordenado. Las ojeras bajo sus ojos parecían más profundas ahora, y su mandíbula temblaba, como si estuviera conteniéndose.

—¿Y conmigo no puedes tenerla? —preguntó con un deje de reproche.

—A veces, contigo… no sé cómo respirar —confesé.

Lucian apretó los labios. Su expresión se rompió por un segundo, como si mis palabras hubieran dado justo en el centro de todo lo que no quería admitir.

Se levantó de la silla y comenzó a caminar por la habitación.

—Él no entiende. Nadie lo hace. Solo yo sé lo que sientes. Lo que has pasado —se detuvo frente a la ventana, de espaldas a mí—. No sé por qué sigues siendo su amiga.

No era una cuestión de entender. Erik no preguntaba. No exigía. Solo estaba. Y a veces, eso bastaba.

—Él no es una amenaza, Lucian —murmuré.

Se giró hacia mí, sus ojos brillantes, cargados de algo que no supe descifrar del todo.

Volvió a acercarse, más lento esta vez. Se sentó otra vez a mi lado, pero su presencia ya no era calida. Era densa. Inquieta.

—Pero yo soy el que te ama, Sienna. Yo soy el que ha estado contigo en todo —su voz se quebró—. ¿Por qué te cuesta tanto confiar en mí?

Y de pronto me vi de nuevo en su auto, bajo la lluvia, con el mundo reducido a su voz y su mano entrelazada con la mía. Aquella vez en que me prometió cuidarme, incluso cuando yo no pudiera cuidarme sola. Y yo le creí.

—No se trata de confianza —susurré—. A veces solo… necesito que me escuches.

Lucian bajó la mirada. Respiró hondo. Y cuando levantó la vista de nuevo, su expresión era otra. Más herida. Más frágil.

Me tomó la mano con más cuidado. Esta vez, no como quien reclama, sino como quien se disculpa sin palabras.

—No quiero perderte —dijo, y su voz se rompió apenas un poco.

Y yo… tampoco quería perderlo. Pero eso no hacía las cosas más fáciles.

—No me vas a perder...—dije, y sentí que algo dentro de mí se agrietaba al decirlo.

Lucian bajó la cabeza. No dijo nada mas.

Me observó por un largo rato, en silencio. Su mirada se suavizó, pero seguía cargada de emociones difíciles de descifrar.

—Es que no sé otra forma de amarte —murmuró—. Solo sé amarte con todo. Incluso cuando me estoy rompiendo.

No pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas. Porque yo también lo amaba. Pero lo nuestro siempre había sido una guerra: de palabras, de silencios, de ausencias y regresos. Una guerra donde no había ganadores.

Él se inclinó hacia mí y apoyó la frente contra la mía. Cerré los ojos.

Por un momento, fuimos solo dos respiraciones compartiendo el mismo espacio. Dos personas intentando recordar cómo se amaban antes de que todo doliera.

Mamá regresó minutos después, abriendo la puerta con cuidado.

—Lucian, ¿puedes acompañarme un momento a la cafetería? —preguntó.

Él dudó. Me miró, buscando quizás una señal. Pero no dije nada. Finalmente asintió y salió tras ella, cerrando la puerta con cuidado.

El silencio me envolvió de nuevo.

Me quedé mirando el techo. Pensando en todo lo que no había dicho. En todo lo que se acumulaba dentro de mí.

Amar a Lucian alguna vez fue fácil. Fue refugio, fue certeza. Pero ahora, ese mismo amor se empezaba a convertir un gran peso.