El Peso Bajo la Corona.

Prólogo.

«Recuerdo su mirada como el más profundo poema que se haya escrito, con versos ilegibles y trazos furiosos llenos de ira, tal cual como una composición mal escrita.

Sus labios eran aquel libre albedrío que jugaba con mi mente y me inclinaba al más profundo infierno entre su flora. Sus caricias semejantes a las olas del mar, tan relativas a las estrellas, como un mañana en el alba... Ella solía ser un universo, mientras que yo solo era una estrella enredada en su basta galaxia de sueños y miradas rosas.

Ella era otoño, verano, invierno y finalmente primavera... Era la vida y la muerte, era lo efímero y era lo eterno. Ella era la luna y yo era el sol, éramos el amor prohibido que se coló en el universo... Solo para aclarar que al final del día, nosotros éramos el basto complejo, el burdo engranaje, el rudo y violento complemento.

Y cuando todo se consumaba, solo nos manifestábamos como los náufragos de nuestro pasado, permanecíamos siendo un enredo en nuestro futuro, porque acabamos siendo el presente de una tosca caricia en las manos de un violador.»




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