El Peso Bajo la Corona.

Capítulo I. ''¡Vuestra es la cordura de la Bestia de ojos azules!''

''Dedica una vida a la raza moribunda, dale un puñetazo a los líderes vacantes y vete.''

Owl John - Songs About Roses.

 

 

Observe en silencio desde mi lugar todo el espectáculo delante de mis ojos. La cabeza de aquel sujeto rodó por el piso de madera pulido de la tarima, el ruido sordo que creó al chocar contra la superficie, hizo que un silencio arrollador se llevará cada uno de los murmureos de los espectadores, fascinados y algunos escandalizados por el suceso que ocurría en frente de nosotros.

Mordí mi labio inferior con fuerza, desgarrándolo y logrando que este emanara sangre en cuestión de segundos por el pequeño desgaste en la piel que había causado. Con asco y repulsión note la mirada sádica puesta en el cadáver que se exhibía delante de nosotros, Cupido observaba embelesado la caótica situación...

Pero yo seguía sin comprender del todo como era que este hecho ocurrió, ¿Cuál era el pecado de aquel hombre que estaba en la guillotina postrado?, ¿era necesario hacer todo esto público, tal cual como un show mediático?, pensé.

Cuando al fin había terminado de silenciar a mi mente, contemple al alma que había ocasionado todo esto en cuestión. Eros, o Cupido, o incluso Rey, sonreía con satisfacción ante la macabra y sádica pintura retratada por el mismo.

Por unos cortos segundos mi respiración se quedo atascada en mi garganta. Los ojos de Eros se habían detenido ante los míos, sostuve el fuerte duelo entre ambos sin miedos y sin secretos, si bien yo no ocultaba absolutamente nada, de él se podía decir todo lo contrario. Cupido era como una caja de pandora, con miles de demonios y secretos dentro de el.

Mis sentidos se sentían atraídos a todos los rasgos de su anatomía. Creyendo fielmente en la perfección de su ser. Borrando todas las dudas, de que él era la reencarnación de la lujuria y el pecado, concluyendo en silencio que los dioses a la hora de moldear su imagen se dieron el lujo de perfeccionar su figura y no olvidar ningún detalle del acabado de este ser.

Poseyendo ojos que habían captado y robado el azul del mar más profundo en el mundo, su piel se dibujaba en el con un tono pálido de un blanco más puro que la nieve misma, luciendo suave ante el tacto e incluso la mirada de sus seguidores. Sus labios tinturados con rojo escarlata que tentaban a cualquier alma perdida en sus demonios a soñar con aquel lujurioso pecado capital. Su cabello ataviado con hebras de color rubio castaño, sus pómulos decorados con una constelación de pecas que se repartían por toda la zona. Dientes semejantes a las perlas, blancos y perfectamente alineados unos con otros. Hombros anchos y brazos musculosos.

En unos cuantos segundos esquive su mirada ya aburrida de contemplarlo. Mi mirada se desvió rápidamente al cadáver que se servía como exposición esa mañana, por unos segundos mi mente quedo totalmente empapada de recuerdos dolorosos. Como si fuese una especie de película en cortometraje, todas las imágenes de ese día pasaron lentamente al frente de mi vista. Parpadee repetidas veces para así poder corromper todo lo que sucedía, lamentablemente el pasado se negaba a ceder ante mis constantes acciones.

Observe a través de mis cristalizados ojos a la multitud a la que se nos serbia. Con la garganta cerrada por culpa del dolor. Mi piel teñida de sucias manchas de mugre y desesperación, lastimosamente ninguna lágrima brotaba de mis ojos como grito silencioso para pedir clemencia. Momentáneamente mi mente había quedado sedada gracias a la noche de desvelo que había transcurrido el día anterior hasta el amanecer.

Las grandes y pesadas cadenas habían dejado adormecidas a mis muñecas, postrados ambos al frente del público, siendo exhibidos ante toda criatura que se osara a vernos, o hasta incluso contemplarnos, ambos con hojas de metal perfectamente afiladas, pendiendo de delgadas cadenas de metal sobre nuestros cuellos, preparadas para cortarnos como al aire mismo. Labios resecos por la deshidratación que cursaba en mi cuerpo desde días anteriores.

Temblé ante solo contemplar la idea de que alguno de los dos muriéramos en esa mañana. Con tan solo quince años y ya en esta situación, ¿se suponía que debía vivir mi vida como todos los demás?, sin amor, sin felicidad, sin vida..

¿Acaso era un pecado amar y ser aparentemente amado?, o, ¿era realmente puro y sagrado amor lo que se fundía en mi pecho como el más dulce y cálido placer nunca antes plasmado en la vida de un mortal?, ¿era yo la que había consagrado el pecado?, ¿ellos nunca cargarían con mis cadenas?, ¿tenía yo algo que perder aquella mañana?, pensé.




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