En el abismo

8. Juzgar

El martes a primera hora Sam se presentó a su examen de química, con un nudo en la garganta y con las manos temblandole. 

Se esforzó al máximo, como nunca antes en su vida. Respiro antes de empezar cada ejercicio, como le había aconsejado Calvin y se tomó un momento para revisar todo.

Media hora después de entregar su examen salió corriendo del edificio.

— Aprobé. — le dijo mientras saltaba sobre los brazos de, cómo ella le decía ahora, su hippie. — Saqué un 80. ¿Entiendes? 80. 

— Felicitaciones Samantha. — le respondió levantándola un poco del suelo. 

— Gracias. — dijo y le dio un beso. — Gracias. — otro beso. — No lo hubiera logrado sin ti. — está vez Cal no la dejó apartarse tan rápidamente, la tomó de la nuca y profundizó el beso, haciendo que Sam se olvidará que estaban en un lugar público.

— Señorita Blake. Señor Dalaunay. — el mismísimo Rector Jones estaba detrás de ellos, mirándolos fijo. Sam se ruborizó por completo y se alejó de Calvin lo más que pudo.

— Señor Jones. — lo saludaron los dos a la vez.

— Necesito hablar con ustedes en mi oficina inmediatamente. — Sam tragó saliva con nerviosismo y miró fugazmente a Cal.

— Señor Jones… — comenzó el muchacho pero el rector lo frenó.

— Inmediatamente. Síganme por favor.

Llegaron a la oficina del rector, el hombre le hizo un gesto para que se sentará y él también lo hizo, del otro lado del escritorio, sin demasiados preámbulos comenzó a hablar.

— Señorita Blake, usted sabe que esta institución está feliz de ser el hogar de estudios de su familia desde hace 4 generaciones, sabe que su familia es un miembro importante en nuestra comunidad, pero… — Sam miró hacia abajo, la iban a expulsar, todo por besar al chico más perfecto que conocía… mierda. — no vamos a dejar que porque son importantes para la universidad, quieran pedirnos que hagamos cosas fuera de nuestras reglas. — la chica lo miró sin comprender. — Su hermano vino a verme, me pidió información sobre las materias que está cursando este semestre, le dije que no podía hacerlo, no sin su consentimiento. 

— Gracias. No quiero que mi hermano se meta en estos asuntos. — se aclaró la garganta nerviosa. — John a veces actúa como si fuera mi padre. Me disculpo por eso, hablaré con él.

— Por otro lado; creo que sabe que no se permite que los asesores tengan vínculos afectivos ni de otro tipo con sus alumnos. Ellos tienen mayor rango y responsabilidad, es una relación que podría llegar a tener conflicto de intereses en un futuro.

— Rector Jones... — comenzó la chica, cruzándose de brazos. — si yo no entendí mal, para que un asesor sea oficial debería haber llenado un formulario específico pidiendo que se me brinde un asesor. Ustedes deberían primero hablar con mi profesor y consultar si es necesario, luego, se me permitiría tener uno. Y nada de eso sucedió. Calvin es mi amigo y me ayudó con una materia que me resulta difícil. — Sam bajó la mirada, para que el rector no viera que estaba sonriendo. — Además, si algo sucediera entre nosotros no sería contra las reglas, no hay reglas que prohíban que un amigo, novio o lo que sea, ayude a su amiga, novia o lo que sea.

La chica no sólo estaba nerviosa sino, aterrada; había aprendido desde muy pequeña qué siempre debía conocer todas las reglas del juego, para así, hacer que la misas jueguen a su favor, ese había sido uno de los consejos que su padre le había repetido una y otra vez durante toda su vida. Era la primera vez que se enfrentaba a alguien con tanto poder como el rector de una universidad, podía salir muy bien o muy mal, dependiendo de cómo el hombre se tomará lo que ella había dicho.

El rector tomó mucho aire y lo soltó lentamente antes de responderle.

— Debo admitir que tiene razón. — confirmó. — Es verdad que sí una estudiante no tiene un asesor oficial, aprobado por la institución, puede tener cualquier vínculo. — miró a Calvin, ahora era su turno. — Señor Dalaunay, le pido que, por favor, no descuide a sus alumnos oficiales y… — el hombre sonrió de costado, casi imperceptiblemente. — que deje de insultar en idiomas que la gente no comprende. — Calvin bajó la mirada, sonriendo.

— ¿Mi hermano le dijo que lo insultó? — el hombre asintió. — Eso es mentira. — lo defendió.

— Es verdad Samantha, le dije que era un idiota. — la chica lo miró sorprendida, no podía creer que era lo que estaba escuchando, este loco, el rector iba a suspenderlo o algo parecido. — No se preocupe, no volverá a suceder a menos que el hermano de Samantha no vuelva a insultarla a ella… — Calvin la miró fugazmente y a ella le tembló el cuerpo.

— Muy bien ya fueron advertidos, la próxima, tomaré medidas.

Cuando salieron del despacho del rector Sam golpeó el hombro de Calvin.

— ¿Estás loco? ¿Cómo vas a darle la razón a mi hermano? — la chica se paró delante de él y cruzó los brazos.

— No entiendes. Yo no soy como tú. Yo no digo mi apellido y tengo el mundo a mis pies… todo lo que tengo lo conseguí por mi mismo. 

Sam abrió la boca sorprendida y dolida. 

— ¿Estás insinuando que no me gané lo he logrado? — la chica se cruzó de brazos. — ¿Qué me aprovecho de mi apellido? ¿Qué lo uso para mi beneficio? — lo señaló y lo miró con los ojos llenos de odio. — Si yo hiciera eso, créeme que no necesitaría ningún maldito asesor porque habría comprado a los profesores, no me interesaría aprender nada que pueda conseguir con dinero y… ¡No hago eso! — gritó lo último con lágrimas en sus ojos. — Juzgar, eso haces. Cómo todos. Te crees que me conoces, que sabes cómo soy pero no es así. ¿Sabes qué? ¡Piérdete! No quiero volver a hablar contigo nunca.

La chica giró sobre sus talones como una maldita diva y se alejó de él a toda velocidad, sin mirar hacia atrás, porque sabía que si lo hacía y él le daba la mínima excusa, lo perdonaría allí, sin más y no quería eso. Estaba harta de las personas que la juzgaban o que creían saber cómo era sólo por la familia a la que pertenecía o por su nivel social. Eran muy pocos los que se tomaban el tiempo de ver a Sam como realmente era, una chica sencilla y sensible, que nunca utilizaría sus contactos si no era para ayudar a alguien. 




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