En el abismo

14. El favor

Sam despertó sobresaltada, no solía dormir en camas ajenas; eso era algo relativamente nuevo para ella, por lo que, el haber abierto los ojos y reconocido la ordenada y organizada habitación de Calvin la llenó de culpa y sobre todo cuando, al rodar, no encontró al dueño del colchón.

Quería hacerse pequeñita, convertirse en mosca, invisible, irse de allí sin que nadie la viera, al menos así evitaría la vergüenza; se imaginaba que al salir, se encontraría con todos los habitantes del departamento, desayunando, estudiando o haciendo lo que fuera que hacían en ese horario y que todos voltearían a verla y se reirían de ella…

La chica se levantó y cambió, se acercó a la puerta pero no escuchó absolutamente nada, abrió unos centímetros la misma y la maldita crujió; Sam cerró los ojos, insultando la puerta y a sí misma.

— Sé que estás despierta Samantha. — escuchó la voz de Calvin y al instante unos pasos que se acercaban a ella. Caminó hacia atrás y se quedó ahí, paralizada en el medio de la habitación. El chico apareció, aún con la remera que había usado para dormir y unos jeans, el cabello despeinado. Sam creía que siempre lo estaba, pero no… eso si era no haberse peinado. — ¿Planeas atrincherarte aquí todo el día? — sonrió de costado y se acercó a ella para darle un beso. — No me molestaría ni opondría…

Sam se ruborizó, él tenía esa capacidad en ella, hacer que todo lo que decía o hacía la pusiera sumamente nerviosa.

— ¿Los chicos están afuera? — preguntó con la voz pendiendole de un hilo.

— Todos se fueron, menos Tim, pero está estudiando en su habitación, mañana tiene un exámen. — comentó como si nada. — Nadie sabe que te quedaste Samantha, ni les interesa. Sophie se queda todo el tiempo y al otro día nadie dice nada, porque mientras no molestamos a los demás… cada uno puede vivir su vida como quiere. — la chica respiró con un poco de alivio. — Tengo que decirte que contesté tu teléfono. — se sacó del bolsillo el celular de Sam y ella se puso pálida, se lo arrancó de las manos, entre nerviosa y molesta. — Tranquila. — levantó sus manos como ofrenda de paz. — Sólo le contesté a Jess, llamó como 15 veces y la verdad es que no dejaba de vibrar y me estaba molestando. No revisé nada, lo juro, por lo que tu quieras.

— Porque si es mentira olvidarás completamente como se habla en francés y tendrás que aprender de nuevo todo. — respondió la chica achinando los ojos y sonriendo para sus adentros; de todas formas era imposible que Calvin hubiera desbloqueado su teléfono, tenía un código numérico que sólo ella y Elaine conocían, por lo que… era imposible de descifrar.

— Lo juro. — el chico tomó con su dedo meñique el meñique de Samantha, lo que le generó mucha ternura. 

Calvin podía ser serio y estructurado, a veces frío pero en otras ocasiones, era el ser más dulce que conocía.

Sam odiaba tener que despedirse de él; debía ir a ver a su padre, la había llamado su secretaria y pedido que almorzaran juntos; eso era muy típico de su padre, él jamás llamaba por teléfono u organizaba una reunión, siempre Gail, era la encargada de eso.

— Puedes venir si quieres, en serio. — le dijo la chica aunque sabía que estaba siendo egoísta; Calvin llamaría la atención y se convertiría en el centro de todas las miradas. Lo juzgarían, nadie en el círculo en el que ella había crecido haría otra cosa más que hacerlo sentir mal.

— No. Mejor no. — su mirada se había opacado un poco ante la propuesta.

— Podrías tener una visita por el lugar, ver todos esos tubitos de ensayo que se usan para hacer remedios.

Calvin soltó una carcajada, ella le sostenía la mano como una niña mientras terminaban de desayunar.

— Es increíble Samantha. Tu padre es dueño de un laboratorio y tú no entiendes absolutamente nada de química. — le dijo bromeando y sonriendo.

— Primero eso me ofende — respondió la chica en el mismo tono. —, segundo es dueño no trabaja ahí; él tampoco entiende demasiado.

— ¿Cómo se le ocurrió tener uno entonces? — de repente los ojos de Calvin parecieron cambiar, como si algo en esa respuesta le importara mucho más que cualquier cosa.

— Cuando mi abuelo murió mi papá heredó todo su dinero, no era un hombre con una gran fortuna, pero había hecho algo de dinero trabajando en bienes raíces. Mi papá no quiso seguir con eso, por lo que vendió la empresa e hizo algunas inversiones, entre ellas en este laboratorio, era familiar, creo, y estaban en quiebra, mi papá los ayudó; el dice que les hizo un favor.  — Sam hablaba como si nada, la realidad es que nunca le había prestado demasiada atención a las historias de cómo su padre había ganado el dinero, le parecían aburridas. 

— Ayudo… — murmuró Calvin bajando la mirada y apretando la mandíbula. — Me imagino el agradecimiento que debía de tener esa familia con tu padre. ¿No? — algo en él había cambiado, aunque Sam no entendía muy bien qué ni por qué. — De seguro ha ayudado a muchas otras empresas en quiebra durante los años…

— No lo sé y tampoco es algo de lo que yo me ocupe. ¿Por qué pareces enojado conmigo por las inversiones de mi papá? ¿Qué es lo que sucede? — la chica lo miraba extrañada, no parecía Calvin, tenía los puños blancos de tanto que los apretaba, hasta le había empezado a dar miedo.

— Sé que no tienes la culpa Samantha. — le respondió suavizando un poco su voz. — Pero… sabes que me molestan los ricos y sus tontas inversiones, siempre creyendo que le están salvando la vida a la gente cuando en realidad se la están tal vez arruinando; sólo ven dinero y sólo el dinero es lo que les importa.

— A mi sí me importa la gente y a mi papá también. Él ayudó a muchas personas de quedar en la calle. Le da trabajo a gente que de verdad lo necesita y que tal vez no lo encontraría en otro lado. — la chica golpeó la mesa de la cocina con la mano, molesta, no toleraba que hablaran mal de las personas cuando ellas no estaban y no se podían defender, menos, si esa persona era su padre....




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