Sam, por consejo de Jessica, tardó tres días enteros en leer y por consiguiente, contestar los mensajes de Calvin. La chica moría de ganas de hablarle, pero su amiga no la dejaba.
Tenía que admitirlo, durante ese tiempo el joven no había dejado de enviarle mensajes pidiendo perdón, lo sabía porque los leía en la barra de notificaciones, pero, no se le había acercado, sólo la miraba de lejos, como un cachorro abandonado; una tarde, dentro de esos tres largos días en que lo ignoró, lo vio, en el parque de la universidad, cuando salía de una clase, ninguno de los dos sostuvo demasiado la mirada…
Cuando llegó a su habitación desesperada tomó su celular y lo llamó.
— ¿Sam? — preguntó nervioso.
— Hola rastas. Enviaste muchos mensajes en estos días. — la chica estaba disfrutando de la situación, Jess tenía razón, era divertido.
— No respondías Samantha. Creí que no me volverías a hablar. — ahora parecía un poco más tranquilo. — Lamento lo del otro día. No fue contigo en serio. De verdad te agradezco lo del empleo…
— Lo sé, no tienes que darme explicaciones. — respondió la chica interrumpiendolo.
— Hoy todos los chicos salen, van a una fiesta. ¿Quieres venir? ¿Puedo cocinar algo? — a Sam le tembló hasta el cuerpo cuando lo escuchó.
— ¿Hamburguesas? — preguntó rió por lo bajo.
— Comida francesa. — contestó con un aire de arrogancia.
— ¿Baguette? — Calvin soltó una sonora carcajada.
— Dijiste que había viajado a Francia. ¿Qué comiste? ¿Pan mañana y noche?
— Comí hamburguesas, pizza, pasta…
— Samantha qué vergüenza. — comentó con voz grave. — Como representante de Francia aquí, debo revertir eso y hacer que conozcas al menos un poco de nuestra tradición culinaria.
— De acuerdo.
— ¿Estoy perdonado entonces? — la chica se mordió el labio antes de responder.
— Aún no completamente. Deberás hacer una cena increíble para eso.
— La haré.
***
A pesar de haber estado molesta con Calvin, Sam había comenzado a aprender francés con Sophie, quería sorprenderlo, llegar un día y decirle una frase, con la perfecta pronunciación y todo.
— Eres como una esponja Sam. — le dijo la chica sorprendida. — Es increíble lo rápido que aprendes.
— Gracias. — la joven se sonrojó un poco. — Es aún más fácil si me intersa el tema.
— Y a ti te interesa Cal. — concluyó la chica sonriendo. — Y a él le interesas tú, lo juro, hoy en la tarde fui a buscar un libro y lo encontré demasiado concentrado, comenzando a cocinar algo. Nunca lo vi cocinar… lo tienes loco. — ambas soltaron una risita ante el comentario.
— Hablando de eso, creo que ya debería irme, le prometí que estaría ahí a las 20.
Sam llegó al departamento de Calvin casi corriendo, quería estar allí en el horario que habían pactado, no le gustaba ser impuntual. Golpeó la puerta y cuando esta se abrió un aroma delicioso invadió su nariz.
— ¿Te gusta? — le dijo sonriendo de costado. — Pasa, ya está todo listo.
Samantha entró y se quedó con la boca abierta, el departamento, que usualmente estaba desordenado, estaba pulcra y completamente perfecta. Las luces eran tenues, había música, si, pero en tono bajo; la chica sintió que había entrado a un restaurante, más que a la misma casa que lo había hecho en varias oportunidades.
— Has estado ocupado. — comentó mirando hacia todos lados.
— Dijiste que debía esforzarme y eso hice. — el chico se le paró delante y levantó un dedo. — ¿Me dijiste que comes carne? ¿No es así? — Sam asintió efusivamente y él sonrió. — Porque si en estos tres días, 12 horas y… — miró el reloj de la cocina. — 50 minutos te volviste vegetariana, tengo que pensar un plan B.
Se mordió el labio, antes de contestar, todo le parecía demasiado adorable.
— ¿Qué cocinaste? — Sam siguió a Calvin hasta la cocina, el cual le hizo una seña para que se sentará.
— Pollo a la vasca. — dijo con orgullo, mientras servía y colocaba el plato delante de la chica.
— ¿Mucho trabajo? — preguntó la chica, estaba intentando morderse la lengua y no decir que había hablado con Sophie.
— Un poco. Pero me pasaron una buena receta. — dijo casi sin pensar.
— ¿A quién le pediste la receta? — comenzó a comer y se sintió en el cielo. Estaba exquisito.
— A mí mamá.
Sam se quedó asombrada, no podía creer lo que acababa de escuchar. Calvin pareció comprender lo que acababa de decir y bajó el rostro.
— Debe ser una buena cocinera. La mía jamás ha hecho nada de ésto, de hecho, creo que no me ha preparado ni un té en toda mi vida. — la intención de la chica no era hacerlo sentir vergüenza, por lo que comenzó a hablar para evitar aquella situación. Él rió por lo bajo y ella se sintió mucho más tranquila.
— Es decir, no es que ella tuviera muchas opciones, pero si, creo que le gusta, jamás se quejó. — Sam asintió y siguió comiendo.
Durante la cena siguieron hablando de sus familias, por primera vez parecía que Calvin se mostraba un poco más abierto con respecto al tema, le contó algo sobre sus hermanos cuando crecían en no pueblo pequeño de Francia de donde su madre y padre eran le contó que su hermana era psicóloga y que tenía una hija llamada Florence, de cuatro años, la cual veía a menudo a través de internet lo que hablaban casi todos los días. Sam no podía creer lo que escuchaba era como si otra persona se hubiera apoderado del cuerpo de él y hecho que olvidará por alguna razón todas esas trabas que no lo dejaban que ella lo conociera de todo.
La chica escuchaba sin decir una palabra, por el temor a que el hechizo se rompiera y que de repente él volviera a ser el mismo ermitaño que había conocido.
— Y ya verás de postre hice mi favorito. Créeme brûlée.
Mientras seguía hablando, Calvin levantó los platos, Sam lo siguió y cuando se giró lo abrazó con todas sus fuerzas. Él también lo hizo, se dedicó un momento a disfrutar de la fragancia de su perfume.