Al llegar a su habitación se encontró con Jess caminando en círculos.
— ¿Qué sucede? — le preguntó la chica un poco desconcertada.
— Blake. — los ojos de la chica estaban inyectados en sangre. — Mi hermano. — en ese instante se puso a llorar desconsoladamente. Sam se acercó y la abrazó. — Mis padres me llamaron, me dijeron que están en el hospital. Estaba en crisis y se lastimó... — la voz de la chica se cortó por el llanto. — y está maldita aplicación no me envía ningún auto.
— Tranquila. Escucha. Iremos con Steve. — Sam se alejó y marcó el número del chófer que la había traído.
Cinco minutos después estaban subiendo al auto.
— Gracias. — le dijo la chica, con la voz cortada.
— ¿Para qué están las amigas? — respondió Sam sonriendo.
— No se preocupe señorita Blake, estaremos allí en unos quince minutos. — comentó Steven.
***
Como dijo el hombre, a los quince minutos estaban entrando al hospital, Jess corrió a la mesa de recepción.
— George Thomson. — dijo, golpeando contra el escritorio. La enfermera la miró a través de unos enormes lentes de marco negro y giró sus ojos hacia la computadora.
— Habitación 407. Piso 4. Pabellón psiquiátrico. — respondió con voz monocorde.
Su amiga corrió por el pasillo el elevador, Sam trotó detrás de ella, no quería perderla de vista
Presionó el botón del cuarto piso y las puertas se cerraron. Jess inmediatamente tomó la mano, la cual temblaba.
El minuto qué tardaron en llegar se sintieron eternos, ese espacio pequeño, rodeado de ese ambiente, le oprimía los pulmones.
Las puertas se abrieron y Jess volvió a correr.
— ¡Mamá! — gritó y una mujer de cabello banco, bajita y con lentes se giró.
— Ay hija. — la señora Thomson abrazó a Jess, seguida de un hombre, también con el pelo cano, tan alto como su amiga o tal vez un poco más.
— Estábamos desesperados no sabíamos qué más hacer. El médico dice que lo mejor será internarlo unos días.
— ¿Cuánto es unos días? — preguntó la chica separándose de ellos.
— No lo sé Jessica. Lo que sea necesario. Tu hermano no puede seguir así. — dijo el hombre serio.
— Estaba bien cuando hablé con él ayer. — Sam conocía a Jess y sabía que, aunque no quisiera, culpaba a sus padres del estado de su hermano.
George tenía 15 y había sido diagnosticado con depresión hacía solo unos meses. Los padres de Jess, según ella, no habían tomado las medidas necesarias en el momento exacto. George se había comenzado a mostrar apático por momentos, pero siempre había continuado siendo un chico con buen humor y animado. Al igual que muchas personas ellos creían que eso era por la edad, por la adolescencia y las presiones de la escuela.
— No está bien Jessica. — le dijo su madre. — Tiene momentos, pero no está bien. Hoy nos lo demostró.
Jess bajo la mirada, como derrotada. Sam se había quedado a unos metros, en silencio, no quería molestar ni interferir. No correspondía.
— Sam, ven. — le dijo su amiga y ella un poco temerosa se acercó. — Ella es Sam, mi compañera. Los padres de Jess sonrieron.
— Un placer conocerte Jess nos habló mucho de ti. También le ha contado a Gail. — la mujer sonrió y le tomó la mano.
— ¿Puedo verlo? — preguntó Jess, su padre asintió. La chica inmediatamente tomó el brazo de Sam. — ¿Me puedes acompañar? — preguntó con un hilo de voz.
— ¿Segura? Es que… no me conoce. ¿No crees que tal vez se altere? — no es que no quisiera ayudar a su amiga, sino que temía que su presencia complique más la situación.
Jess negó antes de hablar.
— Le he hablado mucho de ti. Le gustará verte. — la chica asintió y acompañó a su amiga hasta la habitación.
En ella se encontró a un chico sumamente delgado, con el cabello rubio, pómulos redondeados y la mirada perdida. Tenía los brazos vendados.
— Hola chiquitín. — lo saludo su amiga y el chico giró para verla.
— Hola molesta. — le respondió el chico con una sonrisa torcida. — ¿Viniste con tu novia? No es un buen lugar para una reunión familiar.
— Es Sam, mi amiga. ¿Recuerdas que te conté sobre ella? — el chico asintió y le hizo un gesto con la cabeza, saludándola, Sam, por su parte hizo lo mismo.
Se había quedado cerca de la puerta, intentando no molestar demasiado. Los hermanos comenzaron a hablar como si nada, como si el contexto de su encuentro no fuera desesperante.
— ¿Por qué dejaste las pastillas? — preguntó Jessica, tomando la mano de su hermano menor. Él la miró y bufó.
— Sentí que estaba bien. ¿De acuerdo? Creí que ya no las necesitaba.
— Ese es el punto de las pastillas George, que te sientas bien. — respondió la chica regañandolo. — Te dijeron que era un tratamiento de dos años, ahora debes volver a empezar… — Jess suspiró y Sam supo que estaba a punto de llorar. — mamá y papá quieren internarte.
— Lo sé. Yo sé los pedí. Antes de que te pongas histérica. — se apresuró a decir el adolescente. — Me dijeron que es un tope de dos semanas. En dos semanas voy a estar en casa. ¿Tú qué opinas Sam?
Sam se paralizó un momento, ambos la estaban mirando; por un lado le parecía bien la elección de George pero por otro entendía a Jess y no quería que se enoje con ella.
— Creo que ambos tienen razón. — concluyó un poco nerviosa y ambos soltaron una fuerte carcajada.
En ese instante el celular de Sam comenzó a sonar.
— Salvada por la campana. — murmuró el chico.
— Samantha. ¿Dónde estás? ¿Estás bien? — la voz de Calvin sonaba nerviosa. — Dijiste que me avisarías cuando llegabas.
— Lo siento, es que… — la chica salió de la habitación y continuó hablando. — Estoy con Jess en el hospital, tuvo un problema con el hermano. — escuchó como Calvin respiraba aliviado.
— Está bien. Es que me preocupé. — Sam se mordió el labio intentando ocultar una sonrisa. — ¿Necesitan algo?
— Sam… — la voz de Jess la distrajo. La chica se giró. — Voy a quedarme a pasar la noche aquí. Puedes ir a dormir. Mañana me llevará mi papá.