En el abismo

25. Terapia intensiva

Al despertar la chica se sintió confundida, había mucha luz, estaba acostada. Cuando pudo enfocar la vista se dio cuenta de que estaba en un hospital, tenía un suero en el brazo y... Un yeso en la pierna. Le dolía mucho la cabeza, intentó tocarse, pero la voz de Calvin la paralizó.

— Estás bien. Tranquila. 

— ¿Qué haces aquí? — cerró fuerte los ojos, por más dolor o golpes que tuviera eso no había borrado lo que él le había hecho.

— Te atropelló un auto Samantha. Te trajeron y me ofrecí a quedarme hasta que vengan tus padres. Ya los llamaron, pero no sé porque aún no están aquí. Te quebraste la pierna, tuvieron que colocarte un clavo en la rodilla y... — Calvin se acercó, apareciendo en el campo visual de la chica. Estaba pálido y con ojeras. — Te golpeaste la cabeza contra el pavimento... contusión cerebral, eso dijeron. 

— ¿Por qué estás aquí? ¿Qué estás esperando? ¿Que llegue tu amigo el periodista para que me saque una foto? 

— Sam. Por favor. — sus ojos estaban inyectados en sangre. — Nunca quise lastimarte. Ni a ti ni a tu familia... 

— Que bien, porque gracias a ti terminé así. — gritó la chica y sintió un dolor agudo en la cabeza.

— Ese tipo me buscó, me dijo que me ayudaría a descubrir qué sucedió con mi papá. Nunca me dijo que quería hacerles esto. — Sam no lo miraba, no quería hacerlo; tenía que odiarlo, es lo que quería. — Cuando me enteré de sus intenciones le dije que no iba a ayudarlo más pero... — la voz del chico sonaba quebrada. — empezó a amenazarme, a decir que iba a dar los nombres de mis hermanos, que iba a incluir a Florence en el informe. Yo… — miró hacia abajo, derrotado. — soy un imbécil que no supo qué hacer, no pude decir la verdad cuando debía y… termine hiriendo a todos.

— Si lo hiciste. — respondió la chica. — Tu sobrina no tiene la culpa de tus idioteces y no me hubiera gustado saber que ella salía perjudicada. — lo miró con odio. — Pero yo tampoco la tengo. No tengo la culpa de lo que hizo mi padre con el tuyo. No sé qué juego quieres jugar conmigo Calvin, no sé qué querías hacerme.

— Nada. Te juro.

— ¿Sabes qué? — se acomodó, como pudo. — No te creo nada de lo que dices. Así que vete. No te quiero aquí, prefiero estar sola. 

— Sam, por favor. Te...

— Ni se te ocurra. — le dijo apretando la mandíbula y levantando un dedo. — Deja de mentir. 

— ¿Sam? ¿Qué sucede? Tu hermano me llamó, me pidió que viniera. — la voz de Winston se escuchó en la habitación.

— Dile que se vaya. Por favor. Winston. No quiero que esté aquí. — la chica miró a su amigo con los ojos llorosos. 

— Ya la escuchaste. — dijo con mala cara.

Calvin bajó la mirada y comenzó con demasiada lentitud a alejarse.

Winston se sentó a su lado y la abrazó. Sam comenzó a llorar, tenía demasiados motivos para hacerlo, esa era la realidad. 

El informe que hablaba de su familia, el hecho de que la habían drogado para quedar como víctimas. Luego, no podía obviar el hecho de haberse enterado sobre Calvin y todas sus mentiras... por último, el accidente. Todo era demasiado.

— Estoy aquí Sam y no me voy a ir. ¿De acuerdo? Llora todo lo que quieras y necesites. — le dijo con voz suave, cosa que la hizo llorar aún más.

Luego de un rato, en el que sintió que se había deshidratado, Winston le preguntó qué era lo que había sucedido con Calvin. Sam, como pudo, le contó todo.

— Siento que me caí por un abismo y que no hay nada que me pueda ayudarme. — dijo la chica entre lágrimas. Winston la abrazó.

— Todo estará bien Sam. Yo estoy aquí, contigo y no voy a soltarte.

— ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué te llamó mi hermano? — preguntó la chica un poco nerviosa. 

— John está en Nueva Zelanda cerrando un trato y no podía venir. Tus padres no quieren venir. — el chico bajó la mirada, ella lo sabía, sentía pena. 

— ¿Tanto me odian? — preguntó con una sonrisa amarga.

— Están molestos porque te fuiste con ese. — respondió señalando con la cabeza la puerta, estaba hablando de Calvin.

— Al final deberé darle la razón a mis padres. — a Sam le dolía más eso que la cabeza. — Calvin sólo estaba jugando conmigo. — los ojos se le llenaron de lágrimas.

— Tranquila Sam. — el chico volvió a abrazarla y sonrió. — Ey. ¿Quieres comer algo? Puedo traerte un chocolate. — la chica asintió. — Ya vengo.

Un par de minutos después una doctora entró a la habitación. 

— ¿Cómo estás Samantha? — le preguntó. — Soy la doctora Roberts.

— Creo que bien. — respondió. El analgésico que de seguro tenía había dejado de hacer efecto, y todo le dolía un poco más.

La mujer miró hacia todos lados.

— ¿Dónde está el chico con rastas? ¿Tu novio? — la mujer rió por lo bajo y continuó hablando mientras leía una carpeta y controlaba el suero. — Le gritó a todos en el hospital, he visto familiares de personas accidentadas en mis años de carrera, pero nunca a nadie gritar en otro idioma... estaba realmente asustado. Tuvimos que darle algo para los nervios. Cuando se logró calmar no dejó de hablar de ti, embobado. — la chica bajó la mirada sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas. — ¿Todo bien?

— Si, solo que... no es mi novio y... agradecería que no lo dejaran ingresar. — comentó con la voz cortada.

— No te preocupes. — la mujer apoyó una de sus manos en el hombro de la chica, con suavidad. — Se lo diré a los guardias de la entrada. Por otro lado. El golpe que te diste fue bastante fuerte, pero estás bien. Tendrás que usar el yeso un mes y luego volverás y si todo está bien te quitaremos el clavo de la rótula. — Sam asintió. — Me dijeron que estudias medicina. — la chica volvió a asentir. — ¿En qué año estás?

— Primero. — respondió sonriendo un poco de alivio de que la conversación comenzará a ir hacia otra dirección.

— ¿Cuál es tu promedio? — preguntó la doctora Roberts sentándose en los pies de la cama.

— 95. — comentó como si nada la chica y la mujer se quedó con la boca abierta.




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