En Tus Brazos

CAPÍTULO 1

E l í a s


 

Llevaba años completamente alejado de mi familia, sin siquiera saber si de alguna forma les importaba, aunque con todo el tiempo que había pasado era bastante iluso para creer que habría una oportunidad para volver a ser aquella familia unida que alguna vez fuimos.

Siempre me culpé por ser quien acabara con la paz de mi familia, ser el hijo anormal, puso un peso enorme sobre mis hombros y que sin importar cuanto me alejara de mi familia, aquel peso no desaparecía.

¿Realmente todo era mi culpa? Siempre le insistía a mí mismo que no era así, pero un extraño sentimiento de culpa me hacía dudar.

Aquello de que el tiempo curaba todo era una absoluta mentira, porque el tiempo no había hecho nada para sanar mis viejas heridas. Todo era un caso perdido cuando al entrar a mi apartamento la soledad me recibía y me hacía escuchar el llanto de mi madre y cada insulto de mi padre.

Era impresionante la forma tan clara en como recordaba cada palabra, el dolor que sentí cuando me sacaron de casa y el cómo mi madre no hizo nada para detenerlo.

Pensé que todo aquello lo había superado al ser bendecido por estar viviendo mi vida sin tener que ocultar quién era realmente y por estar rodeado de personas que me amaban sin condiciones. No obstante, fue suficiente volver a verlo y seguir notando ese desprecio en sus ojos para hacerme flaquear, para llenarme de arrepentimientos y hacerme dudar si todo lo anterior era lo que realmente necesitaba para ser feliz.

Tristemente, no lo era.

Necesitaba a mi familia, solo me faltaban ellos para sentirme completo.

Aquella posibilidad parecía impensable, pero entonces ella apareció frente a mí con sus enrojecidos ojos encantadores y sus mejillas empanadas de lágrimas.

La idea más tonta surgió de mi mente, “¿Y si se casara conmigo?”

Ella estaba embarazada y completamente sola.

Yo estaba solo.

Ella tenía que hacerle frente a su familia.

Yo quería recuperar a mi familia.

Ella necesitaba ayuda.

Yo también necesitaba ayuda.

Ella no quería perder a su familia y yo quería recuperar la mía.

El punto es que, estaba tan desesperado que no me importaba sacrificar a mi verdadero yo con tal de recuperarlos.

—¿Estás seguro?

La voz baja y delicada de Elizabeth llenó mi auto y sonreí para tranquilizarla, aunque estuviera a punto de morir ahí mismo. Tenía que ser de esa forma porque ella era un completo desastre y si me atrevía a solo mostrar un poco de mis nervios, ninguno de los dos seríamos capaces de hacer algo.

—No estás sola, Elizabeth. Ahora me tienes a mí.

Por supuesto entendí que aquello no fuera el mejor consuelo de todos y ni hablar de que el tenerme fuera suficiente para aliviar sus grandes problemas y no esperaba menos, porque al final de cuentas ella no sabía de mis intenciones ocultas.

Estaba aprovechándome de su mal momento, era claro, por eso al menos quería ser un verdadero soporte para ella porque desde el primer momento en que la conocí supe que era un ángel al que tenía que proteger.

Era tan hermosa, tan dulce, ¿Cómo podría no ayudarla?

Me pasaba lo mismo con Paris, solo que con ella me preocupaba por razones diferentes. Con Elizabeth me preocupaba a quién fuera a hacerle algo, mientras que con Paris me preocupaba que ella fuera a hacerle a alguien. Polos totalmente diferentes, pero con la misma capacidad de caer por idiotas.

¿Qué demonios tenía Watch Sander de especial? ¿Guapo? Por supuesto que lo era, ¿Un cuerpo genial? No se podía negar, ¿Sensualidad? ¿Buenos atributos? ¿Bueno en la cama? Está bien que tuviera todo aquello, pero, ¿De qué servía todo aquello si era un completo imbécil? Incluso decirle imbécil le quedaba corto, no podía conseguir como describirlo, porque, ¿Qué clase de escoria dejaba a la deriva a su novia embarazada?

—Mi vida se derrumbará.

—Estoy seguro de que encontrarás la forma de seguir de pie.

—¿Cómo estás tan seguro de eso?

—Porque eres muy fuerte y además, les diremos a tus padres que estás embarazada, nos casaremos, vivirás conmigo, te ayudaré en lo que más pueda. Elizabeth, estaré a tu lado para que nada te suceda.

Ella no fue la única en sorprenderse por mis palabras, porque incluso yo lo estaba al no saber de dónde venía todo aquello.

—Esto es alguna clase de broma, ¿Cierto? Es que tiene que ser así, ¿Por qué de qué otra forma tú ibas a querer ayudarme?

—De alguna manera tengo que ganarme la entrada al cielo, ¿No crees?

—Casarse no es un juego.

—¿Quién está jugando? —llevando sus manos a mi pecho, la miré fijamente—. No estoy jugando.

Más allá de mis propios intereses, también había algo inexplicable que me hacía velar por su seguridad, de no dejarla sola y mucho menos dejarla llorar y no hacer el intento de secar esas lágrimas.



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En el texto hay: romance, amor, embarazo

Editado: 11.04.2024

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