B e t h
Siendo la típica ingenua, tenía la esperanza que el último mes de embarazo fuera menos difícil que el resto, pero estaba bastante equivocada. La fatiga y la acidez muy a mi pesar no desaparecieron, incluso podría asegurar que se volvieron mucho peor.
A pesar de toda mi frustración y mal humor, Elías se había encargado de que mis dolores de espalda, mi dificultad para respirar y mis varices se volvieran de alguna manera una bonita experiencia, aunque la mayoría del tiempo estuviera burlándose de mí.
Elían estaba por llegar y estaba muerta de miedo y angustia, en los cursos que Elías me obligó a asistir, me decían que tener tantas dudas era normal y que solo tenía que tener una mente positiva. Me repetía lo mismo cada noche, pero eso parecía que solo aumentaba mi ansiedad. Además, no me ayudaba saber que las madres primerizas experimentan más dolor.
―¿Qué te he dicho de estar cocinando?
Me llevé la mano al pecho debido al susto que me provocó escuchar la repentina voz de Elías detrás de mí.
―Estoy embarazada, no discapacitada ―le dije enojada―. Sabes que odio que no me dejes hacer nada.
Que él quisiera tenerme todo el día acostada sin hacer nada solo me hace sentir peor de lo que ya me sentía y de paso, aumentaba mi mal humor. Ya era suficiente con que él tuviera que correr con todos los gastos con que, además, también le tocará hacerse responsable de las pequeñas cosas que se tuvieran que hacer en el apartamento.
El colaborar tan siquiera limpiando o haciendo la cena me hacía sentir menos inútil y menos mal conmigo misma, porque sentía que de alguna forma estaba abusando de Elías. A él parecía no importarle eso y cada vez que me veía haciendo algo comenzaba a bombardearme con quejas.
―Estás en tu último mes de embarazo y sabes que me preocupas.
En momentos como esos que me miraba con ese par de ojos azules brillosos me causaba ternura su preocupación, pero había momentos en que solo me agotaba porque exagera demasiado.
―Mejor vamos a cenar antes de que la cena se enfríe.
Hice caso omiso a sus innumerables quejas del día, nos sentamos a cenar y al poco rato sonreí al escuchar esos sonidos que acostumbraba hacer cuando comía.
Anteriormente pensé que solo dramatizaba para hacerme sentir bien con respecto al sabor de mi comida, pero ya con el tiempo comprendí que Elías disfruta de la comida casera sin importar qué sabor tuviera.
―¿Has tenido un buen día? ―me preguntó, después de dar un sorbo a su jugo―. Anoche me preocupé demasiado.
La noche anterior la pasé terrible.
Desde mi octavo mes había presentado problemas para dormir y ayer fue la peor noche que experimente desde que estaba embarazada. Por momentos pensé que daría a luz debido a los fuertes dolores, pero Elías, como el ángel que era, logró aliviar mi malestar.
De tan solo pensar en el dolor de anoche mi piel se ponía de gallina.
―Déjalo, yo lavo los platos.
Deje de lado su petición, comencé a recoger los platos sobre la mesa y no pude evitar reír cuando él empezó a recoger los platos de manera rápida para no dejarme llevar nada, pero la situación se dejó de ver divertida cuando de repente sentí una fuerte punzada en mi vientre.
Como pude con una mano me sostuve del borde de la mesa mientras que con la otra, por instinto la llevé a mi vientre.
Elías se apresuró a llegar a mí y no dudó en empezar a regañarme.
―¡Te dije que yo lo haría! ―pese al dolor logré sonreír―. Eres tan terca.
Ni siquiera me puse a discutir con él debido al dolor y tampoco me tomé la molestia de decirle lo mucho que dolía, porque empezaría un drama y con todo esto tenía suficiente.
Cuando vino de regreso de haber dejado los platos en la cocina se quedó viendo hacia mis pies, entonces seguí su mirada y noté que mis pantalones de algodón estaban húmedos.
―¿Te hiciste pis de nuevo? ―negué frenéticamente, al ver el miedo en mi mirada sus alarmas se activaron―. No me jodas… ¿Elían ya viene?
Su expresión de horror era bastante chistosa cuando me vio asentir, pero logró reaccionar cuando otra contracción llegó y me hizo chillar.
Escuché sus maldiciones mientras me aproximaba a la puerta y una vez logré sostenerme del marco de ella, lo vi correr de un lado a otro luciendo bastante desesperado.
No me fijé cuando se acercó y me sostuvo del rostro para verme a los ojos.
―¿Duele?
―Duele, pero por ahora puedo soportarlo.
Quisiera poder decir lo mismo minutos después, pero mientras íbamos en el auto ni siquiera podía mantenerme sentada. Respiré profundamente y traté de pensar en otra cosa, pero el dolor comenzó a ganar toda mi atención.
―Si, Neil ―la velocidad en la que Elías manejaba me ponía más nerviosa―. Que sí, mierda. Nos vemos ahora.
―Elías… Está doliendo mucho.
―Tranquila, cariño. Ya estamos por llegar.
Sentí una eternidad la llegada al hospital, pero me repetía una y otra vez que esto era necesario si quería tener a mi bebe en mis brazos.