E l í a s
El sexo para mí no era simplemente sexo.
Se trataba de algo que iba más allá de una simple lujuria que había que satisfacer. Era lo que lograba mantenerme relajado, entonces, ¿Era culpa de mi pene todo el mal humor que he tenido? Sí, completamente.
La ansiedad y la desesperación ni siquiera me dejaban procesar cuanto tiempo había estado sin sexo. No podía negar haber tenido la suerte de recibir una que otra mamada, pero era un malagradecido que no se conforma con eso. Si bien, mi matrimonio con Elizabeth no era real, no sería propio de mi llegar a casa, besar su frente, abrazar a Elían y actuar naturalmente con ellos, cuando momentos antes yo estaba follando.
Simplemente no podía.
Si le hiciera saber mis patéticos problemas a mi psicólogo, de seguro patearía mi trasero fuera de su oficina.
Eran las 5 de la tarde y más que de mal humor, me encontraba cansado, tanto físicamente por tanto trabajo y mentalmente, por tantas cosas que pensaba de mi vida y más cuáles no tenían sentido.
Al final de la jornada pensé que sería libre de irme, pero tras mi puerta se escucharon dos golpes y al instante apareció mi tío Elton con una sonrisa amable colgando de sus labios.
―Algunos proyectos para que le eches un vistazo ―Me dijo, a la vez que dejaba unas carpetas sobre mi escritorio.
Negué con la cabeza, sin querer saber más nada de trabajo por el día de hoy.
―Los reviso mañana.
―Aquel Elías, el guapo pasante que llegué a conocer, hubiese revisado esos papeles en este instante.
―Ese Elías ya no existe. Además, tengo bastante trabajo pendiente como para ponerme a revisar proyectos futuros. ―le respondí, sonando más antipático de lo que pretendía.
―¡Pero vaya que es cierto! ―Exclamó, parecía haber corroborado algo―. Los pasantes tenían razón al decirme que andabas de muy mal humor.
Una mueca se apoderó de mi cara sin poder evitarlo, y es que no soportaba a ninguno de los pasantes de mi tío. De igual forma, ¿Por qué todos los pasantes eran tan chismosos? En mi tiempo de pasante lo único que pretendía era trabajar y que me tomaran en cuenta, no como estos chicos que se la pasan cotilleando toda la tarde y tomando café. Mejor dicho, mi café, eso me hacía odiarlos mucho más.
Por un instante, me preocupé por mí mismo, ya que sonaba igual que el amargado de mi hermano.
―Lamento preocuparnos por nuestro café —. Traté de no sonar tan desagradable.
Mi tío Elton se exasperó por mis palabras.
—¡El café es lo de menos!
―El café es muy importante para mí ―Resalté, el café no era un juego―. Y tus nuevos pasantes lo único que hacen es tomárselo y no hacen nada para ganárselo.
Ya sin querer darle más vueltas al asunto, agarré mis cosas para irme porque empecé a irritarme con el tema de los pasantes. Sin embargo, no pude huir tan fácilmente, mi tío no se rendía con facilidad.
―¿Estás teniendo problemas con Beth?
¿Por qué de todas las personas que me rodean tenía que ser mi tío quien me hiciera esa pregunta?
A pesar de asegurarle que nada pasaba entre nosotros, él insistía en que si pasaba algo, ¿Cuál era el punto de preguntar si no iba a creerme?
―Agarra unos días libres ―Su voz denotaba comprensión, como si de verdad supiera lo que ocurría conmigo―. Lo más difícil de un matrimonio es el inicio, pero ya lo superarán.
Sin querer darle más signos equivocados a mi tío, simplemente terminé dándole la razón. Lo empujé lentamente fuera de mi oficina y cuando por fin creí que podría marcharme, una de las pasantes se acercó a nosotros luciendo algo nerviosa. Me abstuve de hacer una mala cara, porque sabía que en ese momento no era la persona más agradable del lugar.
―Señor Elton, están esperándolo en su oficina.
―Te necesitan, tío. Gracias por los días libres, pero no son necesarios.
Mis últimas palabras fueron claras y fuerte, para que todos escucharan que no se librarían de mí tan fácilmente.
Una vez que entré en el ascensor y esperé a que bajara hasta el estacionamiento, una idea loca cruzó por mi mente, una muy descabellada debía aceptar, pero era la solución que se me ocurría para ese estrés que estaba matándome. Así que sin pensarlo mucho, saqué el celular del bolsillo de mi pantalón de mezclilla y busqué el número de contacto de Samantha para llamarla.
Sonó un par de veces, pero no respondió.
Tomé aquello como una señal de Dios que me impedía cometer una locura.
Guardé nuevamente mi celular, desechando mi otra idea de llamar a Santiago y proponer algún plan, pues en nuestro último encuentro quedamos en que entre nosotros no había futuro. Simplemente, no podía seguir forzando algo que no se iba a dar.
Sin más remedio que seguir frustrado y de mal humor salí del ascensor, pero algo que nunca imaginé fue ver a Junior recostado en el capó de mi auto.
¿Acaso hoy era el día de hacerle miserable la vida a Elías? Porque si era así, debía acotar que el día estaba yendo de maravilla.