E l í a s
—¿Has hablado con Ean?
Con solo la mención de su nombre, algo se revolvió dentro de mí, casi hasta el punto de provocarme arcadas. Era tan estúpido sentirme traicionado cuando mi propio hermano nunca me dio indicios de que podría confiar en él.
Siendo un completo iluso tuve la esperanza de poder ser tan unidos como lo éramos, aunque ahora no sabía si realmente aquellos sentimientos hacia mí fueron genuinos.
—Supongo que no —Dedujo Paris por sí misma, al verme pensativo.
—Ni siquiera creo poder verlo a la cara.
—¿Por vergüenza o por rabia?
—Por un poco de ambas.
No sé hasta qué punto las cosas con Ean eran reales, ¿todo su cariño con Elían fue una mentira? No creí poder perdonarlo si fuera otra de sus viles actuaciones, aunque con lo frío que era su corazón lo más probable es que solo lo haya utilizado para estar cerca de nosotros.
El celular de Paris sonó y sus ojos brillaron.
Era Neil.
—¡Es Neil! —se aclaró la garganta y respondió—. Amor… —escuchó con suma atención lo que su esposo le indicaba—. Estoy en casa de Elías y Beth… —ligeramente sonrió—. Entiendo, ya voy a casa. Te amo.
La sonrisa de Paris me dio a entender que Neil seguía molesto, pero que al menos él estaba dispuesto a escucharla. Lo mejor de todo, es que ella ya no tendría que ocultar nada para salvar mi trasero.
—Al parecer las cosas se solucionarán más pronto de lo pensado.
Suspiró.
—Sí, al menos está en casa esperándome para hablar.
—Ve con él. No querrás que en serio te pidan el divorcio.
Me empujó a un lado para ir por su cartera y dando un grito llamó a su hermana para llevarla a casa. Me ofrecí a llevarlas, pero estaban bien por su parte en irse en un taxi.
Abracé a Elizabeth tan pronto la tuve cerca de mí.
—Lo hemos hecho.
—Hecho está.
—Espero que Watch sea feliz con esto.
No sé qué tan satisfecho estaría con todo esto, pero al menos de nuestra parte ya teníamos una carga menos en nuestras espaldas, en el caso de Elizabeth, porque en mi caso todavía me queda hablar con mis padres.
—¿Crees que también deberíamos hablar con tus padres? —el miedo brilló en su mirada avellana—. Solo si quieres, por supuesto.
—Quiera o no, de igual forma ellos van a enterarse.
—Elías… Hay algo que tienes que decirme, ¿cierto?
Había muchas cosas que confesarle, más no era el momento idóneo para soltar todo lo que tenía guardado.
Tiré de ella hasta el sofá para poder sentarnos y así no tomarla tan desprevenida.
—Ean… —empecé—. Él lo sabe todo.
Aunque doliera todo lo ocurrido con mi hermano, era más doloroso ver la angustia de Elizabeth mientras sus manos temblorosas cubrían su boca.
—¿Cómo lo sabe? —Me mantuve en silencio sin saber qué responder—. ¡Dios mío! ¿Lo ha sabido todo este tiempo? —negó desconcertada, tal cual como estuve el día en que me enteré—. ¿Qué pretende?
—Lo único que sé es que cualquier cosa que tenga planeada es en mi contra. Sabes que no dejaré que salgas involucrada en mis mierdas familiares.
—Ahora yo también soy tu familia y me preocupa cualquier cosa que te ocurra.
Era increíble cómo en el caso de Elizabeth, su hermano parecía estar listo para entregar su vida por ella, a diferencia de mí, que mi hermano parecía ser mi más grande enemigo. Un enemigo el cual no estaba dispuesto a llegar a un acuerdo, y que por mucho que lo intentara él seguía alejándose cada vez más.
Lo entendería si hubiera una razón justificable para odiarme, pero yo no había hecho otra cosa más que tratar de estar cerca de él.
Mi amor por él solo parecía echar más leña al fuego y alimentar su odio hacia mí.
—Esa es la razón por la que has estado tan deprimido, ¿cierto?
Asentí, no había por qué negarlo cuando sé que ella lo único que haría sería consolarme y es lo que más necesitaba.
Me hacía falta saber qué le importaba a alguien.
Esto había terminado siendo tan triste y cansado que ya no me quedaban más ganas de luchar, ¿Por qué siempre soy yo el que debe luchar por estar al lado de alguien? Estaba cansado y si algo me enseñó toda nuestra situación es que había que cerrar ciclos para seguir adelante, eso quería decir que ya no podía seguir aferrado a la idea de volver a ser aquel par de hermanos unidos que no sabían hacer nada si no estaban al lado del otro. Aquello simplemente no iba a poder ser porque tanto él como yo habíamos cambiado; por lo tanto, las cosas no volverían a ser como aquellos recuerdos que tanto atesoraba.
—Estoy contigo —murmuró abrazándome con fuerza—. Nunca me iré. Te quiero.
Eso era lo que necesitaba escuchar.
—Eso es suficiente —me aferré a ella con fuerza—. Que me quieras.