En Tus Brazos

CAPÍTULO 35

E l í a s

 

 

Mi vida ha consistido en guardar secretos y vivir con temor a revelarlos debido a mi miedo al abandono. El temor a la soledad me estaba enloqueciendo de manera gradual y temía no poder soportarlo.

Una extraña mezcla de sentimientos que me llevaron a hundirme más en mi miseria.

Estaba solo, de nuevo.

Miré alrededor de mi apartamento tratando de asimilar que no había quedado nada de lo que me hacía feliz, solo el aroma de su perfume impregnado en el ambiente y que con los días desaparecería. Tan patético como sonara ni a eso podía aferrarme, porque de seguro muchos afuera pensaban que ni eso merecía, ni siquiera podía buscar consuelo en recordarla, porque jodidamente dolía pensar en ella y saber que jamás volvería a tenerla cerca de mí.

La soledad, mi gran amiga y compañera, al parecer era la única que se aguantaba todas mis mierdas.

Me molesté al menear mi lata de cerveza y que estuviera vacía, por supuesto, ¿qué soledad era grata sin un poco de alcohol? Arrastré mis pies hasta la cocina, pero solo logré que mi molestia se multiplicara, ya que en la puta nevera no había ni una cerveza. Fui de nuevo a la sala como cuerpo sin vida, dejándome caer en medio de ella para llorar como un niño que recién perdía a su madre.

Yo a cambio perdí el amor de mi vida.

A la mujer que amaba.

Porque sin duda la amaba.

Tanto que en ese momento quería morir por no tenerla.

El alcohol era lo que necesitaba para olvidar el asco que se había vuelto mi vida nuevamente, ¿cómo podría seguir adelante sin ellos?

Elían.

¿Cómo podré seguir mi vida sin él?

Maldición.

No sabía de qué manera detener ese dolor, necesitaba su perdón y también la necesitaba a ella.

Beth…

Tras mencionar una y otra vez su nombre en mi cabeza, escuché golpes constantes a mi puerta y como el gran descarado que era, por instantes tuve la esperanza que fuera ella, pero reconocí la voz de Paris llamarme con insistencia.

De nuevo la decepción me arrastró más al fondo y me dejé llevar sin querer responder.

No quería ver a nadie que no fuera Elizabeth o mi hijo.

—¡Maldita sea, Elías! ¡Ábreme ahora mismo!

Sus amenazas fueron continuas, pero nada fue suficiente para levantarme e ir con ella, pero Paris no era alguien que se rindiera con facilidad; así que, cuando la puerta de mi apartamento fue abierta a la fuerza, solo moví mis ojos en dirección a mi amiga que corría apresurada hacia mí.

—¡Elías, mírame! —sus dedos golpearon en mi mejilla—. ¿Estás bien?

—No… no lo estoy… —mi voz salió carrasposa—. ¿Así es como realmente se siente perder a alguien?

Inevitablemente, mis ojos se empezaron a llenar de lágrimas.

—Todo estará bien, ¿me escuchas?

—Estoy solo, nuevamente.

—¡No es así, maldita sea! —gruñó, también llorando—. ¡Yo estoy aquí y te amo, Elías! Si una vez pude ayudarte a salir de esta mierda, puedo hacerlo una vez más. Confía en mí.

—Paris, esta vez es diferente —su llanto se volvía más fuerte a medida que me escuchaba—. Esta vez no veo salida.

—Yo encontraré una salida para ti.

El pecho de Paris fue mi refugio mientras ella me abrazaba con fuerza y me consolaba una y otra vez con palabras reconfortantes que alguna vez me ayudaron a superar toda aquella separación de mi familia, pero que esta vez no parecen funcionar, solo me hacen sentir peor porque esta vez indiscutiblemente todo fue mi culpa.

Entre la puerta de mi apartamento apareció ella, luciendo tranquila y hermosa como siempre, parpadeé creyendo que era una ilusión porque no imaginé que tuviera el descaro y la valentía de aparecer por aquí.

Sin dudar hice a Paris a un lado y preso de mi furia y frustración, me aproximé a Zury y la sostuve de su delgado cuello estampado su cuerpo contra la puerta y más allá de mostrarse sorprendida o molesta, fue una sonrisa lo que me regaló.

—¡Maldición, suéltala!

Mientras más Paris intentaba apartarme de Zury, más mi mano se cerraba alrededor de su cuello y más grande era su sonrisa.

—Así era como te gustaba agarrarme cuando estábamos en mi habitación.

—¡Por dios, cállate! —intervino Paris.

—Estás jodida de la cabeza.

—Ambos lo estamos ¿Acaso no te miras? Molesto conmigo solo porque tu mujercita de papel ha descubierto todas las mentiras creadas por ti, ¿acaso fui yo la que le mintió por todos estos años?

Tosió con fuerza cuando dejé libre su cuello, no obstante, ella no paraba de reír, parecía estar disfrutando de verme derrotado porque eso era lo que ella tanto quería desde un principio.

Debía de sentirse satisfecha al verme en este estado, como cuando ella alguna vez lo estuvo al prácticamente rogarme intentarlo y yo me negué, sin importar si estuvo llorando prácticamente a mis pies.



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En el texto hay: romance, amor, embarazo

Editado: 11.04.2024

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