E l í a s
Hoy en día mi momento favorito era cuando iba a dormir, porque era el momento en que aprovechaba para engañarme a mí mismo e imaginar que durante este tiempo nada cambió y que aún seguía teniendo la fortuna de dormir y despertarme en sus brazos.
Cualquier persona con sentido común me diría que estaba mal vivir de esa forma y que sería cuestión de tiempo para que enloqueciera, pero poco me importaba si era eso lo que me permitiría, aunque fuera un poco, imaginar que ella aún seguía a mi lado.
La camisa que me regaló para mi último cumpleaños juntos estaba planchada y guardada en el armario como si de un tesoro se tratara. No tenía el valor de ponérmela, pero tampoco tenía el valor suficiente para echarla a la basura, simplemente la tenía ahí como una prueba de que en algún momento le importe.
Las fotos familiares seguían colgadas en la pared, siendo un ritual verlas todas las mañanas para no olvidar aquellos momentos que pasamos juntos y que aprovechaba para decirle, aunque fuera a su foto, que nada de lo que sentí por ella fue una mentira.
Fue duro aceptar que mi insistencia en querer estar a su lado solo nos distanciaba cada vez más y que de nada valía pedirle perdón, cuando de corazón ella no podía perdonarme.
Lo sensato era seguir adelante y lo intenté, salí con varias personas e hice con ellas lo mismo que hacía con Elizabeth, a ver si aquello me hacía creer que había algo especial, pero simplemente no era igual. Eso solo logró hacerme sentir frustrado porque ella había seguido adelante mientras que yo estaba estancado y aferrado a su recuerdo.
No era un secreto para nadie que seguía loco y enamorado de ella, por lo que nadie la nombraba frente a mí o simplemente nadie hablaba de amor cuando yo estaba presente porque sabían que era un tema delicado y que sin duda me ponía de mal humor escucharlos hablar de lo felices que eran con el amor de sus vidas.
Todos intentaban evitar que la recordara, pero mi corazón era el único que se negaba a olvidarla.
—Pensé que era bastante interesante como para al menos tener tu atención.
Parpadeé viendo a Michael, quien tenía toda la razón en que no había prestado atención a nada de lo que había dicho, pero estaba bastante distraído por haberme atrevido a traer a alguien a mi apartamento.
Traer a alguien se sentía mal, era como si cada rincón del lugar me reclamara por traer a alguien que no fuera ella.
Cada cosa aquí, incluyéndome, le pertenecía a Elizabeth.
Me disculpé con Michael una y otra vez hasta que riendo me dijo que no había problema siempre y cuando le trajera otra cerveza y que esta vez fuera mi turno para hablar, ya que él sí estaba interesado en saber de mí.
Si algo me gustaba de Michael era lo sencillo y cero complicado que era, alguien perfecto para tener una relación sin ataduras tal cual como ambos queríamos. Lo conocí hace algunos meses durante el cierre de un contrato en asociación con mi padre para la construcción de algunos edificios y fue cuestión de tiempo para descubrir que había algo entre nosotros y como a ambos nos interesaba una relación libre, no dudamos en intentarlo.
Al regresar de la cocina con las cervezas en la mano, encontré a Michael muy entretenido viendo las fotos colgadas en la pared.
—Ella es…
—Mi exesposa —respondí, luego señalé al niño rubio de cabello largo—. Y él es Elían, mi hijo.
—Me gusta su estilo —Sonrió, observando a Elían junto a Cam vistiendo chaquetas negras de cuero.
Pensé que su amor por Cam desaparecería, pero estaba subestimando a mi pequeño porque la admiración por Cam solo seguía en aumento hasta el punto en que, si pudiera pintar su cabello negro y cambiar su apellido por Kellman, él no dudaría en hacerlo.
—¿Todas estas fotos de tu ex son porque la sigues amando? ¿O por qué le tienes un profundo cariño por ser la madre de tu hijo?
—Las tengo por esas y muchas razones más.
—Sinceridad, ante todo. Me gusta.
—¿Estás bien con eso?
—Estoy bien con eso siempre y cuando estés bien con lo mío.
En el momento en que empezamos a besarnos las cervezas fueron lo de menos importancia, ya que solo podíamos estar concentrados en quitarnos la ropa. En tanto empezaba a quitarme la camisa, me empujó con dirección a mi habitación, pero lo detuve ante sus claras intenciones.
—Sofá.
No pareció importarle o quizás estaba más concentrado en el cierre de mi pantalón que en el sitio donde iba a follármelo. Estaba listo para la acción hasta que el timbre del apartamento empezó a sonar repetidas veces, miré mi erección y ésta falleció al instante en que reconocí esa forma de tocar.
—¿Esa es la voz de un niño?
—¡Es mi hijo! —me miró horrorizado y lo empujé con rapidez para que corriera en dirección al baño.
Respiré profundamente en busca de poder recomponerme y no traumatizar a mi pequeño, miré la hora en mi reloj notando que eran las 8 de la noche de un viernes, así que no tenía ni la más remota idea del por qué mi hijo estaba aquí cuando tendría que venir mañana por la mañana.