E l í a s
Aquel fin de semana me la pasé drenando mis celos con los chistes y travesuras de Elían y sin tratar de seguir obteniendo información de su maestro, porque no era quién para inmiscuirme en la vida privada de Elizabeth o eso era lo que trataba de repetirme una y otra vez.
Además, ya teníamos cierto tiempo separados y en más de una ocasión intenté retomar mi vida amorosa, solo que fallé en cada intento.
Entonces, ¿con qué derecho iba a preguntarle sobre ese hombre?
—¿Cuándo volveré a verte?
Ayudé a Elían con su cinturón cuando estuvimos frente a su escuela y en donde también trabajaba Elizabeth.
—¿Cuántas veces vamos a tener esta discusión? Sabes que nos vemos todos los fines de semana.
—Pero prometiste venir a ver nuestro nuevo apartamento y no lo has hecho.
—Tendría que preguntarle primero a tu madre qué le parece la idea.
Esa respuesta pareció enfurecerse porque tenía esa costumbre de arrugar su nariz cuando algo no le gustaba.
—¿Por qué siempre me responden de la misma manera? Cuando le pregunto algo a mamá, ella siempre dice que tengo que preguntarte a ti y cuando te pregunto a ti, dices que hay que preguntarle a mamá —se cruzó de brazos, pisoteando en el proceso—. Vendrás a ver el nuevo apartamento, ¿sí o no?
—Oye, ¿cuántos años tienes? —me miró bastante confundido—. Responde.
—Tengo 7 y medio, casi 8 y tener 8 es tener 10.
—Olvídalo, niño, tienes 7 años y a esa edad debes conformarte con lo que te dicen tus padres —agarró su morral con fuerza para salir de mi auto, pero lo detuve antes de que fuera a hacer alguna rabieta en la escuela—. Prometo hablar hoy mismo con tu madre y si es posible vendré por los dos, ¿conforme?
Estuvo de acuerdo, pero de igual forma no parecía contento por la forma en cómo jaló su morral y se dispuso a salir del auto. Como siempre, su madre salió a recibirlo y tomé esta oportunidad para hablar, ya que había chance para hacerlo y no quería que ese pequeño mocoso malcriado pasará el día de mal genio solo porque no creía en mi palabra.
—Elías… —no entendí la razón de sus nervios y el porqué de repente sus manos se aferraron con fuerza a los hombros de nuestro hijo—. ¿Qué haces aquí?
No entiendo, pero esto por alguna razón empezó a hacerse divertido.
—¿Qué hago aquí? —escuché a Elían reírse—. Es lunes, por supuesto traje a Elían a clases.
—Yo, bueno, digo… Viniste hasta aquí.
Ignoré lo extraña que estaba y alboroté el ahora muy corto cabello de Elían, notando cómo ese par de ojos azules brillaba más que unos luceros, porque él sí tenía clara la razón del porqué había llegado hasta allí.
—Elían me ha comentado lo emocionado que está por el nuevo apartamento al que se mudaron y ha querido desde hace días que vaya a visitarlo, ¿está bien? O quizás luego, cuando tú lo veas más conveniente.
—Sabes que puedes ir cuando quieras.
—¡¿De verdad, mamá?! —Elían saltó emocionado—. ¿De verdad puede?
—Él es tu padre, por supuesto que puede venir a nuestro apartamento cuando quiera.
—Es que ha pasado mucho tiempo desde que no estamos los tres juntos.
Estaba seguro de que para ambos aquella declaración fue bastante dolorosa, tanto así que no lo pensé y me incliné a su lado asegurándole que pasaríamos una buena tarde los tres juntos. Elían entró al colegio de la mano de Elizabeth dando brincos emocionados, muy a diferencia de la expresión de ella, que la comprendía a la perfección, porque tal cual como había dicho Elían, teníamos mucho tiempo sin compartir un momento los tres.
No sé cómo sería la situación para ella, pero para mí sería claramente bastante incómoda, además de difícil porque el tenerla al lado, escuchar su voz y verla sonreír son cosas bastante difíciles cuando la razón no era yo.
Todos en el trabajo se habían percatado de que algo bueno me había pasado porque ninguno había perdido la oportunidad de hacérmelo saber, aunque no sabía qué tan bueno sería pasar una tarde con Elizabeth y no poder ni siquiera tocarla. No quería parecer un adolescente, así que no me tomé la molestia de explicarle a nadie el motivo de mi felicidad; además, algunos seguían sin agradarme, aunque ya no fueran aquellos aprendices flojos, chismosos y detestables.
Justo como se lo prometí a mi hijo, aquella tarde nuevamente fui a la escuela y él al verme no pudo disimular su emoción. Elizabeth solo lo regañaba por ser tan hiperactivo, pero a mi hijo no le importó correr hacia mí y darme un gran abrazo.
Mi gran sonrisa, que estaba seguro de que iluminaba más que el jodido sol, se vio opacada por un tipo que se acercó a Elizabeth con bastante familiaridad.
—Es él, papá —le miré, con gran curiosidad—. Ya sabes, él quiere robarte a mamá.
Además del par de años mayor que parecía para ella, no me pasó desapercibida la confianza con que ella también lo trataba, ¿le gustaba ese tipo? Dentro de mí empezaron a bullir los celos y la incontrolable impotencia por no poder hacer nada para alejar a ese hombre de ella.