Cada día el volumen de trabajo era mayor, las horas en la oficina aumentaban, pero nada parecía perturbarme. A veces creía que solo el trabajo era lo que me mantenía cuerdo, ya que mi vida se basaba en estar encerrado en las cuatro paredes de mi oficina.
―¡Hola! ¡Hola! ―por la puerta de mi oficina apareció mi padre, enseñándome una enorme sonrisa que solo era dedicada al pequeño debajo de mi escritorio―. Alguien me ha dicho que mi querido nieto estaba por acá.
Tarareó más feliz imposible al mismo tiempo en que Elían salía de su escondite y corría a los brazos de mi padre.
―Tu abuelo tiene el corazón herido.
Bufé y volví mi atención a mi trabajo ante la patética actuación de mi padre al querer mostrarse débil ante Elían.
―¿Es porque me fui mucho tiempo de vacaciones?
Una vez que la tabla de snowboarding estuvo en su poder, no descansó hasta lograr convencer a su padre para llevarlo a esquiar y así fue como estuvimos cuatro días sin verlo y en cuanto llegó, lo primero que hizo fue venir a verme.
Por supuesto, mi padre no estaría muy contento por el claro favoritismo de mi sobrino.
―Ni siquiera fuiste a verme, solo corriste hacia tu tío.
―Eso no es así ―Él negó y miró en busca de ayuda―. Te dije que tenía que ir a ver al abuelo, ¿cierto, tío?
―¿Lo hiciste?
―¡Tío!
―Oh, sí, es cierto.
Mi padre y Elían empezaron a discutir hasta que mi padre se rindió y terminó escuchando con atención las anécdotas de las vacaciones de su nieto.
―Papá es genial esquiando, dijo que mi tío le enseñó ―sus ojos me miraron con cierta esperanza―. ¿Puedes enseñarme, tío? Papá también dijo que no hay nada que no sepas hacer y que eres genial en todo.
Mis dedos quedaron entumecidos sobre el teclado de mi laptop, sin saber cómo me sentía ante lo que había dicho.
―¿De verdad tu padre dijo eso?
―¡Sí! Y también que todo lo que papá sabe es gracias a ti, así que tengo que estar muy cerca de ti para aprender.
Lamí mis labios con nerviosismo debido a la mirada de ambos.
Sin embargo, mi hermano estaba equivocado en que no había cosa que no supiera hacer. Había una cosa que me era imposible y era pedir disculpas, perdonar y reconocer errores. Tal parecía que Elías no podía percatarse de que realmente a él se le daban mejor las cosas que a mí.
―¿Qué tal te parece ir a mi oficina? ―Propuso mi padre―. De igual forma, querrás estar allí una vez que tu tío no esté aquí por varios días.
Mi padre tenía una manera poco sutil de decir las cosas porque la expresión de Elían cambió a una de terror, tan pronto supo que no estaría aquí. Se soltó de los brazos de mi padre y corrió apresuradamente a mi lado.
―¿A dónde te vas? ¿Muy lejos? ¿Volverás? ¿Ahora quién me llevará a comprar dulces de gomitas a la máquina expendedora?
―Una vez que hagas silencio podré explicarte ―frunció sus labios y todas mis defensas cayeron cuando vi el principio de unas lágrimas―. Iré a Chicago…
―¿Dónde está eso? ¿Qué es Chicago? ¿Puedo ir? ―Me crucé de brazo, esperando que una vez más se tranquilizara―. Lo siento.
―Iré a Chicago por trabajo y por supuesto que volveré, ¿podrías esperarme sin hacer ninguna travesura? ―No estaba muy convencido, pero asintió resignado―. Muy bien, entonces tendré en cuenta traerte un regalo.
Su expresión cambió instantáneamente.
― ¿Puedo llamarte?
―Las veces que quieras.
No supe las consecuencias de permitir aquello hasta que estuve en Chicago y me llamaba cada 4 horas para hacerme miles de preguntas, pero como siempre, con ese gran poder que tenía, al final siempre terminaba respondiendo a cada pregunta que hacía.
Después de la décima vez, perdí la cuenta de cuántas veces había sonado mi celular personal durante el día, de lo que sí estaba seguro es que sería Elían, así que ni me tomé la molestia en leer el identificador y simplemente contesté.
—¡Tío, soy yo, Elían! ¡¿Qué haces?!
—Lo mismo que hacía hace… —miré mi reloj y continué—. 45 minutos cuando me llamaste.
—¿En serio? ¿Sigues trabajando en el hotel? Qué aburrido… —murmuró lo último y le escuché decir algunas cosas más que no logré entender—. Bien, tío, sal a comer algo y pórtate bien.
Sonreí ante su advertencia y no tuve tiempo de decirle algo más porque cortó la llamada. Simplemente, le diría algo nuevo cuando volviera a llamarme.
Impresionantemente, mi celular volvió a sonar.
—Elían, ¿qué sucede esta vez?
Escuché una risa femenina que me hizo fruncir el ceño y mirar el identificador.
Era mi secretaria.
—Lo siento, es solo que Elían me va a enloquecer.
—No se preocupe, señor. Solo le llamaba para recordarle la entrevista con el periódico local.