Aun cuando lo predecible sucedió, sentí que mi vida y mis sentimientos tomaron un giro totalmente inesperado. A pesar de que creía que todo volvería a la normalidad, estaba equivocado porque las cosas no volvieron a ser como lo que conocía antes.
Ciertamente, ya no era el mismo Ean de siempre.
Entonces no me quedó de otra que fingir que todo estaba andando como debería, que no sentía aquel extraño vacío y que ni yo mismo comprendía qué era lo que me producía todo aquel manojo de extraños sentimientos. De igual forma, estaba acostumbrado a tratar con mi soledad y también a que todos creyeran que no había ningún problema conmigo.
Luego del gran susto que nos dio mi padre, una vez más tuve que cargar todo el peso de la empresa, de mi familia desmoronándose una vez más y lidiando con la debilidad de mis padres ante cualquier cosa que hicieran sus hijos. Siempre era así, yo tenía que solucionar todo porque se suponía que era el fuerte, todos lo veían y lo creían así, pero realmente era el más débil de todos porque yo mismo me encargaba de que todo se volviera un desastre.
Después de todo el incidente decidí que sería buena idea volver a casa de mis padres, de esa manera podría tener el control sobre ese viejo, porque lo principal que nos aconsejó el doctor fue que él debía estar en un lugar tranquilo y sin estrés, por lo que el trabajo tendría que quedarse en el olvido. El doctor nos había dado una tarea bastante difícil porque no era fácil mantener a alguien en casa cuando estaba acostumbrado a trabajar prácticamente toda su vida.
Al llegar a casa escuché ruido proveniente de la cocina, pensé que sería alguien del servicio o quizás mi madre, a quien le encantaba hornear, pero rechiné mis dientes al encontrar a mi padre.
―¿Qué se supone que estás haciendo?
Se asustó al escucharme de repente.
―No tendré un ataque al corazón por hacer un poco de café, así que no me salgas con aquello de “deberías estar descansando”
Sirvió dos tazas y empujó una ligeramente hacia mí.
―Solo estoy preocupado por ti ―Aclaré, luego de beber un poco de café―. Y tú también deberías de preocuparte por ti mismo.
―Lo sé, siempre te preocupas, ¿quién es el padre aquí? ―Lo imité cuando inclinó su cadera hacia la encimera de cocina―. Qué estupidez preguntar eso, cuando claramente tú siempre has parecido mi padre y no lo contrario.
―¿Qué tiene que ver eso con que tengas que descansar?
―Tiene que ver mucho. Lo es porque siempre te he dejado las grandes responsabilidades y nunca te lo he agradecido. Incluso, a veces pienso que dejas de vivir tu vida solo por estar pendiente de algo para enmendarlo.
―Vaya, ese infarto te ha puesto un poco sentimental.
Intenté bromear, aunque aquello no se me diera muy bien, pero no quería mostrarme afectado por las palabras de mi padre.
―Quizás tienes un poco de razón. Estar al borde de la muerte me hizo percatarme de lo pésimo padre que he sido.
―No lo eres.
―¿Seguro? El que mis hijos estén separados, ¿no es mi culpa? Yo creo que sí. Nunca supe cómo demostrarles amor por igual y cuando a uno lo desplacé de mi vida, al otro le puse sobre sus hombros la responsabilidad de ser todo aquello que yo quería tener como hijo.
Quedé en completo shock después de escuchar a mi padre, sentí como mi cuerpo se hubiera encogido y hubiera vuelto a ser aquel niño de doce años que espiaba a su padre con su hermano pasando tiempo juntos. Que se molestaba y lloraba en silencio porque quería ser parte de aquella escena, me sentía vulnerable.
Nunca imaginé ver a mi padre acercarse y abrazarme, ¿cuándo fue la última vez que me abrazó?
―Vaya, sí que has crecido.
―Tengo 32 años, padre…
―Pero nunca es tarde para darle un abrazo a tu hijo mayor, ¿cierto?
Mi respuesta fue darle un abrazo de regreso.
No pensé que unas pocas palabras y un abrazo de mi padre pudieran aligerar cierto peso de mi pecho, pero solo fue un poco, porque al salir de la cocina encontramos a Elías en la sala.
A pesar de haber hablado un poco, era evidente que a él le faltaban algunas cosas por decirme. Aquella charla no había sido suficiente y, además, no habíamos vuelto a cruzar palabra desde entonces.
—Iré a avisarle a Maren que cenaremos todos juntos.
Él subió escaleras con suma emoción y con la mayor velocidad que su edad le permitía.
―¿Tienes algo de tiempo para mí? Quisiera hablar contigo sin intentar matarnos.
Accedí y le seguí hasta el jardín de nuestra casa.
Nos sentamos uno al lado del otro en completo silencio y podía asegurar que ambos recordábamos el tiempo en que jugábamos en este mismo jardín o, mejor dicho, donde siempre tenía que estar pendiente de que él y Nora no terminaran haciendo alguna travesura.
―¿De qué te ríes? ―Me preguntó, yo ni siquiera me había dado cuenta.
―¿Estaba riendo?
―Sí, tan loco como suena… ¡Qué bueno que aún recuerdes cómo hacerlo!
―Solo… Recordaba viejos tiempos.