—El señor Kyriakou asume la responsabilidad como CEO propietario de esta compañía para afrontar los nuevos desafíos que la industria de los juguetes comporta en nuestra sociedad actual. Por favor, un aplauso para él.
Sí, lo aplaudo.
Pero a él parece no gustarle los aplausos, parece estar un poco incómodo con las adulaciones de parte de los demás y yo, por mi parte, siento de manera genuina el deseo de aplaudirle y celebrar todos sus éxitos.
Aunque parece ser que el único que no se ha enterado aún de que es una persona sumamente exitosa es él.
Su semblante ha cambiado.
Es oscuro, es serio. No es el chico que en la secundaria andaba tras de mí. Inclusive físicamente es en lo que ha dado su cambio más rotundo: está mucho más alto, la adolescencia hizo lo suyo, tiene una barba incipiente que le adorna el rostro de manera sensual, no hay un solo atisbo de su acné, su espalda es ancha y los brazos parecen a punto de reventar en ese traje hecho a medida.
Además los pantalones le quedan asombrosos, son de gabardina fina y le marcan un trasero potente, aunque juzgaría que no existe pantalón en el mundo capaz de dominar los atributos que Gabriel Kyriakou ha forjado con el pasar de los años.
Cuando habla para comentarnos de su organigrama con la nueva disposición de puestos, percibo que su voz es gruesa, pero sí, es él. Ha cambiado por completo. ¿Qué le pasó en todos estos años? ¿Le abdujeron los ovnis y sacaron a un Gabriel completamente distinto? Hasta dudo en momentos que sea él.
Una vez que se termina y nos indican volver a nuestros puestos de trabajo y que habrá capacitaciones para actualizar conocimientos e ideas, decido esperar a que terminen de hablar Gabriel y Muriel quienes parecen muy a gusto uno con el otro.
—Pssst.
—Voy.
—Ya escuchaste, debemos retomar nuestras tareas.
Me vuelvo a Basil, mi amigo, quien se acerca a mí para pedir mi salvación o para impedir que cometa una estupidez.
—Sí, ahora voy. —Claro que nada va a detenerme para cometer todas las estupideces que se me vienen en antojo.
—Está bien que te guste, pero tampoco para que lo hagas tan evidente—me suelta bajito al oído y el hecho provoca que me sonroje, espero que el señor Kyriakou no haya escuchado lo que acaba de decirme mi amigo.
¡Lo amo, pero a veces le quiero asesinar!
Me vuelvo a Basil y le doy un codazo; por su parte me sonríe y se queda de brazos cruzados a un costado conmigo hasta que nuestro nuevo jefazo acaba con Muriel y ella se pone a juntar sus cosas.
Gabriel se va a su computador para apagarlo y mi amigo me da un empujoncito para atreverme al fin a hablarle y dejar de hacer el ridículo parada frente al escritorio que sostiene computadora, carpetas y papeles ordenados.
—Ho-ho… ¡Hola!—debo recordarme a mí misma cómo hablar, ante la cercanía con este hombre macizo de expresión seria y sensual aspecto—. ¿Señor Kyriakou? ¿Gabriel?
—Ajá—me dice.
—Dios santo, tanto tiempo.
Silencio.
Me mata.
Comienzo a sudar la gota gorda cuando le pregunto algo que puede que no haya sido la mejor idea de todas:
—¿Te acuerdas de mí? ¡Soy Sophie! ¡De la escuela! Je.
Me da la risa tonta. Muriel nos observa con un gesto de alegría en el rostro, aparentemente está cómoda con que ya nos conozcamos con el nuevo jefe.
—Sí—vuelve a decir.
Caramba, házmela más fácil, por favor.
—Qué bueno…
—Debes irte—me corta en seco, quizá para salvarme del incómodo momento que me estoy pasando ahora mismo, restregándome un subidón incómodo de vergüenza que seguro le hace pasar a él pena ajena.
—Sí, claro, ahora los dejo. Gracias, excelente la charla, lamento haber llegado tarde—empiezo y retrocedo.
Basil ha de estar mordiéndose la lengua.
—No—añade Gabriel, aún inexpresivo—. No me entiendes, Sophie. Debes irte.
La expresión de Muriel es tan sorpresiva como la mía en cuanto él completa su frase…
—No… No le entiendo, en efecto, señor…
—Que tomes tus cosas y te largues, Sophie. Estás despedida. ¡Vete!