Acababa de vaciar la cuenta bancaria de su esposo y ahora estaba huyendo de las autoridades. Magnús ya había hecho la denuncia. Ahora Azul era una fugitiva. Pero se las iba a arreglar no iba a ser capturada, y si él la había denunciado por robo, pues entonces ella lo iba a denunciar por asesinar a su padre. Quizás debió hacerlo desde un principio. Aun así Azul decidió entrar a ese juego de venganza.
Las lágrimas resbalaban por sus ojos sin parar. La vida de Azul ahora era un completo caos. Apoyando sus manos de la barra de la lava manos del baño de aquel hotel de segunda. Observaba a través del espejo su rostro rojo y húmedo. Estaba destruida tanto por dentro como por fuera. ¿Era una mala persona? Algunas veces se hacía esa pregunta. ¿Por qué tenía que estar enamorada de ese hombre? De ese hombre que asesinó a su padre, el hombre que más a amado en la vida. Ella se lo ocultaba a Magnús lo tanto que podía. Algunas veces lo amaba y otras lo odiaba. Pero a su corazón no podía ocultárselo, era imposible. Había momentos en el cual se preguntaba si realmente Magnús lo había hecho. Ya no quería seguir con esa vida de falsedad. Quería el bien para su hijo. Desde que su padre había muerto se encontraba sola. Y a pesar de que se había casado con Magnús para vengar su muerte. Fue una muy mala idea.
—¿Señorita Azul? —escuchó la voz de Palmer. La niñera del pequeño London al otro lado de la puerta.
Azul aspiró por la nariz y soltó aire con lentitud, tragó grueso y separó sus labios para hablar.
—Te escucho.
—El pequeño London, acaba de despertar y está preguntando por usted —informó.
—Ya salgo, Palmer.
—Sí, señorita.
Azul continuó observándose al espejo, para luego secar su rostro y acomodar su hermosa cabellera castaña. Luego de unos minutos salió de aquel pequeño baño. La habitación es igual de pequeña, solo tenía dos camas y la cocina estaba en el mismo lugar. Su mirada se desvió en dirección al pequeño London. Una vez más mirando los inconfundibles rasgos de Magnús en él. ¿Por qué tenían que ser tan parecidos? Eran idénticos. Tanto en el interior como en el exterior. Heredó ese cabello rubio de Magnús, sus facciones, su nariz perfilada, sus ojos azules. Ese había sido el castigo por ocultarle la verdad a Magnús. Y delante todos, London no era su hijo, ella le hizo creer que era el hijo de otro hombre.
London se encontraba entre los brazos de Palmer, acurrucado entre su pecho. Traía puesta su pijama de carritos que Palmer le colocó antes de irse a dormir.
—¡Mami! —London levantó su cabeza y la miró. Se podía ver en sus grandes y tiernos ojos azules que había derramado algunas lágrimas.
—Hola, mi pequeño príncipe —Azul le sonrío con dulzura y luego se acercó hasta él.
El pequeño niño no dudo en estirar sus pequeños brazos para que Azul lo cargara y en cuanto lo hizo, lo acurrucó entre sus brazos, percibiendo ese olor a bebé.
—¿Dónde está, Mag? —London levantó su cabeza y la miró con una expresión interrogativa.
Azul acarició su cabello. Mirando sus lindas mejillas carmesí y sus labios rojizos. A pesar de que lo ocultaba, Azul tenía poco tiempo de casada con Magnús y ya London le había agarrado cariño y para Azul fue imposible deneter ese apego.
—Vamos a dormir, mi pequeño príncipe —refirió mirándolo.
—Sí, mami —se volvió acurrucar entre sus brazos y abrazando su cuello dejó caer su cabeza nuevamente entre los brazos de Azul.
Azul esta vez desvió su mirada hasta Palmer.
—Dentro de media hora, sale el vuelo para Suiza. Acomoda todo lo haga falta. Para mañana no estaremos en este país —informó—. Nos iremos por un tiempo de este continente.
Y era así. No pensaba por nada del mundo volver jamás.