Felizmente Casados [01]

Capítulo -06

Azul.

Semanas después.

Los únicos lugares que Azul podía visitar era la empresa que su padre le había entregado para que se encargara de administrarla. Últimamente, no salía a ninguna parte y adonde quiera que iba Azul, una camioneta con diez hombres armados la custodiaban. Todavía estaba recién lo que le había sucedido a Henry y era la razón de que Henry tuviera con tanta seguridad a su hija. Para Azul era algo complicado, ya que estaba acostumbrada a salir y disfrutar en cualquier sitio de Inglaterra. Ya sentía que tanta seguridad y limitaciones la estaban enfermando. Por supuesto, ella entendía el porqué, así que solo se adaptaba a la situación, no tenía de otra, sabía que el tiempo iba a pasar y todo volvería a la normalidad.

Esa mañana se encontraba en su refinada oficina como todos los días. En la empresa siempre había algo que hacer y resolver. Así que prefería el trabajo que hacer alguna otra cosa que la aburriera con facilidad. Antes de iniciar su trabajo, ordenó remodelar el lugar a su gusto y para sentirse en zona de confort mientras estuviese trabajando.

La oficina era amplia. Lo que más le gustaba a Azul era la pared de vidrio gigante que le daba una vista hermosa y nítida de la ciudad. Desde el piso más alto de aquel edificio, tenía la posibilidad de mirar a todos allí abajo. Había pedido decorar y colocar una salsa con muebles largos y acolchados con terciopelo a un lado del sitio. También pidió que pintaran las paredes de color marfil y colocaran algunas de las hermosas pinturas de su pintor neerlandés favorito: Vincent Van Gogh. También había diseñado un escritorio a su estilo con una grande y cómodo sillón para estar cómoda siempre estuviera trabajando en su computadora.

Mientras Azul usaba su Laptop, tomaba un rico café frío que acompañaba con galletas oreo. Ultimadamente, su apetito había aumentado, siempre tenía hambre y algún antojo a la mitad de la mañana, el día o la noche le apetecía. La verdad era la primera vez que tenía ese tipo de comportamiento, así como el hecho de cargar sueño siempre. Así que se suponía que el motivo se debía a estar tan encerrada y solitaria.

A pesar de todo lo que ocurría, estaba intentando contactarse con Magnús. Azul sentía la necesidad y ganas de volver a encontrarse con él. Saber de él y darle la explicación del porqué se había ido ese día sin decir nada. Sabía muy bien que solo había pasado una noche con él, pero estaba consciente que realmente le había gustado. Por culpa de su manera de hablar, su forma tan atenta de tratarla y por supuesto le había encantado la manera en la que Magnús la había hecho suya esa noche. Estaba consciente que, con todas esas cosas, Magnús le había robado el corazón. Así que le llenaba de nostalgia el simple hecho de pensar que nunca más lo iba a volver a ver.

Sus pensamientos fueron interrumpidos a causa de la llamada que entró al teléfono de la oficina. Azul de inmediato lo atendió.

Llamada.

—Dime, Ana —contestó Azul la llamada que había entrado desde la oficina de su secretaria.

—Señorita Casanova, la señorita Riona va en dirección a su oficina —comunicó Ana desde el otro lado de la línea.

—Sí, sí. Yo la recibo. Muchas gracias, Ana.

—De nada, señorita —contestó Ana.

Azul colgó el teléfono y se reclinó para posar su espalda del respaldo de la silla. Mientras que esperaba a Riona, continuó tomándose su café frío y también sus galletas de oreo sabor a chocolate. Tenía varias semanas sin ver a Riona, ya que estaba de viaje a Hawái, por trabajo. Así que le daba gusto verla. Riona era la única que la hacía salir de su incertidumbre.

No pasó mucho tiempo cuando la puerta doble se abrió y fue cruzada por Riona. Vistiendo una falda color marrón larga tipo lápiz de cuero, unas botas de cuero de ese mismo color también largas y una camisa de tiros ceñida, se adentró a la oficina hasta que llegó al escritorio de Azul y tomó asiento en uno de los dos sillones que había en frente.

—Hasta que te apareces —refirió Azul mirándola y después tomó un sorbo de su vaso lleno de café.

Riona sonrió.

—Y tú no sales de esta oficina…

Azul agarró una galleta y después contestó.

—Sabes muy bien el porqué —recordó Azul.

—Hay diez hombres allí afuera, custodiando. Para algo tienen que servir, cariño.

Azul tragó con suavidad y volvió a tomar un trago de su café, para luego responder.

—Lo sé, pero últimamente no tengo ganas de hacer nada. Creo que estoy enferma.

—No hagas dramas. Simplemente, tu vida de alta seguridad y encierro te está sofocando.

Azul se encogió de hombros.

—Ya estás aquí. Tú eres mi consuelo y atracción —Azul le sonrió—. Eres la única mujer que mi padre considera que no me va a traicionar.

Riona colocó los ojos en blanco.

—Me haces sentir como un bufón, Azul.

—Lo siento —se burló Azul.

—Pero viéndolo bien, Henry se está comportando extraño, ¿Qué Opinas? —Riona frunció el ceño mirando a Azul.

—Me supongo que no ha superado, que casi muere, Riona. No seas insensible, mujer.

En el rostro de Riona apareció un gesto de desagrado.

—Y tú estás algo sensible por lo que veo. Pienso que si estás enfermando, o quizás ya esté por llegar tu menstruación.

—Oh… cállate. Únicamente quiero mi libertad como antes. Ahora soy como una princesa encerrada en una puta jaula de oro. Pero prefiero eso a que me secuestren y quién sabe que otra cosa.

—Es verdad. Hay que ser maduras y enfrentar el problema —Riona asintió con suavidad.

—¿Cuándo te irás? Ya que nunca estás estable en ninguna parte —le preguntó Azul dándose cuenta de que su café y sus galletas se terminaron.

—Ser modelo implica no estar estable en ninguna parte nunca —comentó Riona acomodándose en el sillón y observando a Azul—. Lo sabes muy bien…

Azul tragó con suavidad y afirmó.

—¿Qué tal tu viaje? Vi las fotos del desfile por las redes ¡Me encantaron! —refirió Azul con una amplia sonrisa.




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