Azul.
En el desayuno Azul se encontraba reunida con Henry y Riona quienes se estaban hablando con mucho entusiasmo sobre el evento al que asistieron a ayer. Azul no quiso asistir después del baño de agua fría que sintió cuando vio en los exámenes que estaba embarazada. Ni siquiera se encontró con Riona en el club de tenis.
—¿Azul? —la voz de Henry la saco de sus profundos pensamientos y enseguida elevó su mirada hasta él.
—Dime, papá —respondió Azul.
—¿Ya te sientes bien? —preguntó Henry observándola mientras con la servilleta daba suaves toques en sus labios limpiando.
Azul tragó con suavidad y colocando una expresión de alegría asintió.
—Sí, sí. Me siento muy bien, papá —hizo una pausa—. No te preocupes.
—¿Ya no tienes los dolores en el estómago? —preguntó Riona.
Azul negó.
—Estoy bien —respondió.
—Perfecto —refirió Henry—. Me gustaría hablar contigo, pero a solas —le informó su padre.
—¿Sobre qué? —preguntó Azul pestañeando y algo curiosa.
—Sobre tu compromiso con Augusto, pienso que ya es hora de que formalicen la relación, llevan ya varias semanas saliendo —refirió Henry.
—Augusto y yo no somos nada, padre —respondió Azul enseguida—. Solo somos amigos, es todo.
Henry se elevó de su asiento y dejó la servilleta sobre la mesa.
—Eso lo hablaremos después que regrese de la empresa, Azul —respondió su padre con severidad y después de abrochar la chaqueta de su traje oscuro se marchó del comedor.
Azul no agregó nada, simplemente bajó su mirada y observó lo poco que le quedaba de su desayuno.
—¿Para dónde iremos? —le preguntó Riona.
Azul miró a varios lados del comedor y después dedicó una mirada a Riona.
—Debo… Decirte algo importante y también necesito que acompañes a un lugar —refirió Azul con mucha seriedad y mirando a Riona.
Riona frunció su rostro.
—Sí, por supuesto.
Azul se levantó de la silla y agarró su cartera.
—Vamos.
Riona quien ya había devorado su desayuno, también se levantó de su asiento y agarró su bolso. La dos se encaminaron a las puertas principales en donde dos camionetas esperaban por Azul. Las dos subieron a una de las camionetas y esta se colocó en marcha, pero Azul no decía nada, se mantenía en silencio sumergida en sus pensamientos. Riona no le dijo nada, simplemente se quedó en sumo silencio esperando que Azul estuviera lista para decirle ese asunto tan importante y misterioso, que estaba guardando.
Después de unos largos minutos entre el tráfico de la ciudad, el chofer se detuvo frente a una cafetería. Ambas bajaron y detrás de ellas los hombres que las estaban cuidando. La cafetería era un lugar que ambas frecuentaban muy a menudo. Al entrar el acogedor ambiente y una suave música se hizo presente, así como el bullicio de varias personas que estaban en el sitio. Era un típico sitio refinado que Riona y Azul al salir de su universidad visitaban junto con sus amigas.
Azul y Riona tomaron asiento en una mesa de dos, justos al lado de la pared de vidrio en donde se podía ver claramente a las personas caminar y los autos pasar. Apenas tomaron asiento Max, uno de los empleados que atendía, y a él cual Riona y Azul conocía.
El chico acercó con una sonrisa amable en sus labios.
—Buenos días, señoritas —saludó el de inmediato.
—Buenos días, Max —lo saludó Azul con una sonrisa.
—¿Cómo estás? —inquirió Riona sonriente y observándolo.
—Me encuentro muy bien ¿Cómo están ustedes? Tiempo sin verlas por acá —refirió.
—Trabajo —respondió Azul.
—Sí… Ya nos graduamos. Ahora toca trabajar —respondió Riona.
—Eso está bien, señoritas — refirió Max con una sonrisa y mirándolas a ambas—. ¿Qué desean comer?
Riona miró a Azul algo pensativa y luego dirigió su mirada hasta Max.
—Yo solo voy a querer un trozo de pastel de quesillo —pidió Riona con amabilidad.
—Yo solo quiero un vaso de agua —pidió Azul con una suave sonrisa.
Max asintió.
—Enseguida lo traigo, señoritas —musitó por último y después se retiró.
Riona dejó de sonreír y miró a Azul.
—¿Realmente te sientes bien? —preguntó enarcando una ceja y algo dudosa.
—Si —contestó Azul.
Riona entrecerró los ojos con una expresión recelosa.
—Si tú lo dices… Entonces me quedo tranquila, pero no te voy a creer, Azul.
—Pues ya te enteraras de lo que está causando que tenga… —Riona interfirió de inmediato.
—¿Rostro de tragedia? —Riona enarcó una ceja—. Sé que es por el matrimonio que el tío Henry está arreglando.
Azul soltó una risita de suficiencia.
—Ojalá, sea solo eso…
—Pero… ¿Te gusta Augusto? —preguntó Riona curiosa.
—No… y no me va a gustar ningún otro hombre que mi… —Riona la interrumpió, dejando salir una sonrisa coqueta.
—¿Qué? ¿No te gusta ningún hombre que no sea Magnus Ferrari? —con una sonrisa subía y bajó las cejas.
Azul volcó sus ojos y soltó un suspiro.
—Ni lo nombres —respondió y volteó a mirar hacia la pared de vidrio a su lado.
—Sí… Aun estás enamoradísima de ese hombre…
Azul se quedó en silencio y no se negó.
—Aquí está lo que pidieron —refirió Max dejando frente a Azul el vaso de agua.
Azul elevó su mirad hasta él.
—Gracias, Max —refirió y agarró el vaso para beber un trago.
—Señorita Riona. Espero la disfrute —Max colocó el trozo de pastel en el lugar de Riona.
—Te lo agradezco —refirió mirando el pastel con una mirada viva—. Se ve exquisito —Riona volvió a mirar a Max, esta vez con una media sonrisa.
—Que disfruten de la estadía, señoritas —espetó y sonriendo, se dio la vuelta para retirarse.
Riona agarró la cuchara pequeña y miró él pastel, para después sumergir la cuchara en el.
—Entonces te escucho… Azul —refirió Riona llevando a su boca la cuchara llena de pastel—. ¿Qué sucede? —habló con la boca llena.
Azul la observó muy seria. Después aclaró su garante y separó sus labios para hablar.